Cierro la última caja que tiene dentro cosas varias. La llevo a la puerta con el resto para poder llevarlas todas juntas.Miro por última vez mi casa vacía, donde hay tantos recuerdos. A pesar de ser pequeña han pensado cosas muy grandes acá.
Neo me avisa de que está abajo y que no tardará en subir para cargar las cajas. Cuando sube cojo yo también unas cuantas para dar el primer viaje y llevarlas al coche. Después de no se cuantos viajes vamos a lo que será mi nueva casa para descargar todo.
Lo dejamos en la entrada y ya después subirlo. Mi celular suena, Mauro me está llamando.
—Nora veni para acá ya. —le cuelgo rápidamente.
—Tony. —digo con apenas voz.
Mi pecho ya está empezando a subir bajar a un ritmo descontrolado, me espero lo peor.
—¿Que pasa? —me dice preocupado.
—Tenemos que ir ya.
Él entiende perfectamente lo que digo y nos montamos de nuevo en el coche. Llegamos en menos de cinco minutos.
Corro hacia la sala de siempre pero no hay nadie.
—Están en la planta número ocho. —una enfermera me avisa.
No se como sabe por quien vengo, pero me fío de sus palabras y nos montamos en el ascensor.
—Todo va a estar bien. —Neo repite esa frase una y otra vez, tanto para él como para mi.
Por cada planta que subimos más me recorre ese sentimiento. La angustia se apodera de mi.
Llegamos a nuestro destino y salimos del ascensor.
Alejo y Mauro están abrazados, puedo ver que están llorando.
Empiezo a marearme, no puedo ver ya que las lágrimas nublan mi vista. No puede ser. Me agarro de la pared que tengo cerca para no caerme. Mi llanto se escucha por toda la planta, pero es lo que menos me preocupa.
—Nora įMe escuchas? —el teñido me habla.
No se donde está porque tengo los ojos cerrados intentando controlarme.
Mi llanto se hace aún más fuerte cuando sus brazos me rodean.
—No puede ser Mauro, no puede. —mi voz se escucha entrecortada.
—Es injusto ya lo sé. —él habla bajito.
—Todo ha sido mi culpa, por no estar con él siempre como ha estado conmigo. Soy una inútil, él no se lo merece lo merezco yo.
Sus manos tocan mi cara, dándome suaves caricias.
—No ha sido tu culpa y no digas eso.
Empiezo a marearme cada vez más, las piernas me tiemblan y mis manos comienzan a sudar. Escucho de lejos la voz de los chicos pero no logro descifrar que dicen.
Se que caigo pero que alguien me sujeta. La cabeza me duele cuando abro los ojos, estoy tumbada en una cama.
¿Habrá sido un sueño?
Ese pensamiento desparece cuando veo la cara de los chicos.
—¿Estas mejor? Te desmayaste. —Alejo es el primero en hablar.
Asiento desganada y me incorporo en la incómoda cama.
A mi izquierda hay botellas de agua así que cojo una para beber un poco.
—Tenes que tomarte esta pastilla. —la cojo y la introduzco en mi boca.
Nos quedamos en silencio, solo se escucha el ruido de nuestras respiraciones.
—Ha venido la madre de Tomas y estaba buscándote. —Neo se levanta para sentarse en la silla que está más cerca a mi.
—Estaba culpándome. —afirmó más que pregunto.
En mi familia siempre he sido la oveja negra, todo lo que ocurre es mi culpa. Unas lágrimas caen pero las limpio rápido.
—Ya no me queda nada. —digo para mi misma.
—No digas eso, me tienes a mi. —miro al frente viendo quien habla.
Mauro se acerca y se sienta en la cama conmigo.
—Bueno a nosotros. —se corrige y veo como se pone rojo.
Ignoro totalmente su gesto y apoyo mi cabeza en su hombro.
—Se que va a ser difícil, pero sabes que podes contar con nosotros para lo que quieras. Vamos a estar para ti. Cualquier capricho que quieras o lo que sea me llamas a mi o a cualquiera de ellos y vamos a ir corriendo para hacia vos, no vamos a dejar que nadie te haga daño ni que juegue contigo.
Lo miro analizando cada parte de rostro. El también está mal pero se que se está conteniendo para no llorar.
Ahora que estamos solos decido hablar.
—Vos también podes llorar, si queres. —eso es lo que hace falta para que él rompa en llanto mientras me abraza.
El médico me deja salir del hospital a la media hora.