Que Se Vaya Al Infierno

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Mia estaba mirando a través de la ventana del estudio en el momento que su padre entró en la habitación. Se había quedado allí, observando como Alexander Doumas se alejaba en su coche. Estaba verdaderamente enfadada, incluso tenía lágrimas en los ojos, aunque no podía saber exactamente por qué... a menos que tuvieran algo que ver con ese hombre horrible que le había hecho adoptar un papel que nada tenía que ver con la verdadera Mia Frazier.

-¿Cómo fue la cosa?

-Le di de plazo hasta mañana para que acepte mis condiciones o tendremos que romper el trato-contestó, sin molestarse en darse la vuelta.

Pero pudo sentir cómo su padre se debía de estar enfadando.

-No estropees este asunto, Mia -le advirtió-o te arrepentirás.

-No te preocupes, tuve un gran maestro -Mia sonrió de un modo triste-. Él aceptará mis condiciones porque no tiene otra opción. Conseguiré que el señor Doumas firme el mismo documento.

¿Y cómo podía ella estar tan segura de eso? Pues porque conocía a esa clase de hombres. Si su padre había convencido a ese arrogante griego para que se acostara con una mujer sólo por el hecho de emparentarse con su adinerada familia, seguro que no le importaría tener que apartarse de su hijo.

-Si ese hombre nos sorprende y no acepta tus condiciones -comentó su padre tranquilamente-¿has pensado ya lo que harás?

-Esperar hasta que lleguemos a un acuerdo con alguien.

Los ojos de él brillaban de un modo extraño.

-El siguiente de la lista es Marcus Sidcup. ¿Podrías honestamente prestarte a que ese hombre se acercara a ti, Mia?

Marcus Sidcup era un hombre grotesco y varios años mayor que su padre que le revolvía el estómago cada vez que lo veía.

-Soy una fulana -replicó ella-. Y las fulanas no pueden elegir con quién se acuestan. Cerraré los ojos y pensaré en cosas agradables, como en qué me pondré para tu funeral.

Él se echó a reír. En realidad, no le importaba en absoluto lo que ella pensara de él. Según parecía, el principal motivo de eso era que ella le recordaba demasiado a su difunta esposa, siempre dispuesta a serle infiel. De hecho, la concepción de su hermano Tony había sido tan sospechosa como la suya propia, y su padre sólo lo había aceptado como hijo debido a que era un varón. Ella, al ser mujer, no había tenido tanta suerte.

-Si todo marcha bien con el señor Doumas mañana, tendré que ir a ver a Suzanna a la escuela. Tendré que decirle por qué no me verá demasiado durante el año próximo.

-Pero dile sólo lo imprescindible -ordenó su padre en un tono seco.

-No soy tonta -replicó Mia-. No quiero que se haga demasiadas ilusiones, pero tampoco quiero que piense que la he abandonado.

-Y ella no va a ir a visitarte a Grecia, así que no le vayas a prometer cosas que yo nunca estaré dispuesto a aceptar.

Mia nunca habría creído que él iba a aceptar nada parecido. Sabía que quería aún menos a esa niña de siete años que a ella misma. Mia salió de la habitación antes de que pudiera decir algo realmente desagradable. Y no podía permitirse ser desagradable, ya que no sería nada bueno, en ese momento, en el que estaba a punto de conseguir algo que llevaba tanto tiempo deseando. Tampoco podía permitirse perder a Alexander Doumas, ya que a pesar de que lo despreciara, era sin duda la mejor opción para poder cumplir el trato que había hecho con su padre.

Pasión OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora