Mi Prisionera

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Mia tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para atreverse a salir de la habitación a las nueve de la noche, y aún así, tuvo que detenerse de nuevo ante la escalera que bajaba a la primera planta para superar los nuevos temores que allí la acecharon.

Seguía todavía bajo los efectos de un shock nervioso. Su cuerpo no se había recuperado aún del encuentro de esa tarde. Y su mente seguía inquieta, preguntándose cómo se habría abandonado de esa manera a la pasión de Alex. Y lo que era peor, se había abandonado a un hombre para el que no significaba prácticamente nada.

¿Dónde habían quedado su orgullo y autorespeto? No lo sabía, no podía saber que extraña fuerza se había apoderado de ella durante el salvaje y cálido encuentro que había tenido lugar en su dormitorio. Y lo que sí sabía era que en ese momento su orgullo estaba tirado en el suelo y a su lado yacía su autorespeto. Y la tentación de darse la vuelta y encerrarse con llave en su habitación, en vez de tener que enfrentarse a él esa misma noche, era tan fuerte que estuvo a punto de caer en ella.

Pero al oír abajo una puerta que se abría, su orgullo hizo acto de presencia, y con la barbilla erguida y los hombros echados hacia atrás, Mia bajó las escaleras, dándose cuenta de que lo peor que le podía pasar era que Alexander se diera cuenta de cómo se sentía.

Cuando llegó al pie de la escalera, oyó un sonido a su izquierda y se dirigió en esa dirección. Una puerta estaba entreabierta, permitiendo que escapara una franja de luz dorada. Respiró hondo y se pasó las manos temblorosas por los no menos temblorosos muslos antes de atreverse a empujar la puerta.

Vio a Alex de inmediato. Su corazón comenzó a latir más deprisa y se le formó un nudo en la garganta. Él vestía traje negro formal y una camisa blanca de vestir con un pajarita negra. Aunque ella apenas se fijó en cómo iba vestido él, ya que estaba más preocupada por el hecho de cómo lo veía ella en ese instante.

Lo veía desnudo.

Se estremeció horrorizada al darse cuenta de que el deseo había vuelto a despertarse dentro de ella nada más ver a ese hombre. Así que en vez de fijarse en el traje negro, imaginó lo que había debajo, imaginó esa piel bronceada que cubría sus fuertes bíceps y hombros. Al imaginar su pecho cubierto de pelo y musculado, no pudo evitar que sus propios pechos recordaran el contacto con él. Se imaginó su largo y fuerte torso que acababa en unas caderas delgadas y en unos poderosos muslos, que soportaban la pelvis que albergaba la dinámica esencia de ese hombre.

Una esencia que hizo que el interior de sus propios muslos se sintiera repleto, llevándola a un estado de sumo placer.

Luego se fijó en su boca y la imaginó besando la de ella, vio sus manos y las imaginó acariciándole la piel. Miró al hombre en su totalidad y vio a un extraño; un extraño íntimo, eso sí. Veía a un hombre de carne y hueso, en vez de a la sombra que había querido ver en él para poder llevar a cabo el trato al que ambos habían accedido.

El hombre estaba parado enfrente del mueble bar con la mirada perdida y el ceño fruncido. Seguramente estaba pensando en el encuentro sexual de esa tarde y parecía que la experiencia le había gustado tan poco como a ella.

¿Y cómo no iba a ser así? Él la despreciaba a ella del mismo modo que ella le despreciaba a él, así que ambos debían de odiar lo que había sucedido.

Una sensación de desamparo recorrió todo su cuerpo, al darse cuenta de que su convivencia acababa de comenzar y estaba lejos de finalizar.

De pronto, Alexander debió de notar su presencia, porque se volvió hacia ella, clavando sus ojos oscuros en los de ella. Mia no pudo evitar sentirse avergonzada ante la mirada de él.

Pasión OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora