Pobre Diablo

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Enero llegó ese año portando una venganza cruel. Mia, frente a la ventana del despacho de su padre, estaba mirando como golpeaba la lluvia contra los cristales, mientras otra tormenta, ésta de diferente cariz, tenía lugar detrás de ella. Una en la que dos hombres poderosos se insultaban el uno al otro.

No le importaba lo que se dijeran y su presencia allí era meramente accidental.

-¡Doumas, ése fue el trato! -gritó su padre con gesto de impaciencia-. No voy a regatear, tómelo o déjelo.

-¡Pero lo que me propone es una barbaridad! -replicó el otro hombre-. Soy un hombre de negocios, pero no me dedico a la trata de blancas. Si le es difícil encontrar un marido para su hija, intente conseguirlo mediante una agencia matrimonial, porque yo no estoy en venta.

Mia hizo una mueca de disgusto, dudando si serviría para algo la inteligente respuesta de Alexander Doumas. Jack Frazier, su padre, siempre arriesgaba sobre seguro. Era un hombre hecho a sí mismo, que llevaba toda la vida luchando y había conseguido, saliendo de la nada, convertirse en un empresario millonario. Era, en definitiva, la clase de persona que sabe dónde y cómo conseguir lo que se proponía.

Alexander Doumas, por su parte, era la antítesis de Jack. Un joven elegante y atractivo, procedente de la aristocracia griega, cuya fortuna familiar había ido menguando en los últimos treinta años. Justo el tiempo en que Frazier había ascendido vertiginosamente.

Habría que decir, para ceñirse a la verdad, que Alexander Doumas no sólo había conseguido detener el deterioro en los asuntos financieros de su familia, sino que en los últimos diez años había reparado la situación de manera tan brillante que había conseguido casi reparar la deteriorada economía familiar. Pero aún le faltaba el paso final.

Paso que tenía que dar con la ayuda de Jack Frazier. «Pobre diablo», pensó Mia con una mueca de ternura. Sabía que Alexander Doumas no conseguiría su objetivo sin el previo pago del precio que su padre pedía por ello.

-¿Es su última palabra? -aventuró Jack Frazier, confirmando la predicción de su hija-. Si es así, puede marcharse porque no tengo nada más que decir.

-Pero estoy dispuesto a pagar el doble de su precio en el mercado...

-La puerta está por allí, señor Doumas...

Mia no pudo evitar un estremecimiento, sin saber lo que Alexander Doumas iba a hacer.

El joven tenía dos opciones: salir con la cabeza alta, pero sin conseguir su sueño, o dejar a un lado su orgullo y aceptar lo que Jack Frazier le pedía por su sueño.

-Tiene que haber otro modo de que podamos resolver esto -murmuró.

«No lo hay», murmuró Mia en silencio. Por el simple hecho de que su padre no iba a aceptar que las cosas se hicieran de otro modo. Su padre ni siquiera se molestó en responder. Siguió allí sentado y esperó a que el otro hombre dijera algo o se marchara como él había sugerido.

-¡Le maldigo por haberme hecho llegar hasta aquí! -exclamó el griego.

Mia escuchó entonces cómo su padre se ponía en pie. El ruido le era tan familiar y le producía tanto temor como cuando era niña. Jack Frazier era un bruto y un tirano. Siempre lo había sido y siempre lo sería. Con hombres o mujeres, con amigos o desconocidos, con niños o adultos. Su necesidad de dominio no tenía excepciones.

-Entonces le dejo discutiendo los detalles con mi hija -concluyó-. Póngase en contacto con mi abogado mañana. Contestará a cualquier pregunta que tenga y redactará el contrato.

Pasión OcultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora