Prefacio. Páginas de un diario.

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Escrito a las 23:00 pm.
09/07/1840

Si tan solo supieras... Que... Que. Mi mano temblaba al escribir en un papel en blanco, mientras mis ojos se llenaban poco a poco de lágrimas empañando mi vista, mi corazón se aceleraba... Y era incapaz de respirar. Todo dolía tanto al recordarlo.

Aquel chico y su hermosa sonrisa, su encantador rostro, y su afable presencia. Tan solo pensar en él de otra forma que no fuese amistad producía un sin fin de sentimientos en mí.

Quería gritar, gritar y desahogarme, arañar las paredes, correr hasta cansarme. Era una revolución de nervios y sentimientos, ¿Lo amaba? ¿Lo odiaba? ¿Lo quería? ¿Quería que volviese a mi vida?

Tan solo pude caer al suelo arrodillada, llorar y llorar como si se tratasen lágrimas de sangre. Dolía tanto llorar por él... Y fue entonces que recordé el pasado y las tantas veces que habia llorado por este y pensado.

Me sequé las lágrimas. No, no volvería a caer en aquel sucio juego. Mi mente no volvería a jugarme una mala pasada. Me dije a mi misma ¡No señorita Alana! No volveras por nada del mundo en caer a eso. No obstante sabia que una pequeña parte siempre lo amaría, sin embargo estaría escondida bajo miles de candados, en la oscuridad.

Sin embargo al despejarse de esos sentimientos y mandarlo al pozo de recuerdos casi olvidados, debido a que jamás podría olvidar algo tan hermoso... Eso definitivamente era imposible. Solamente se quedó un vacio enorme, y cuando lo miré aquella vez; no sentía nada, absolutamente nada. Una apatía que partía el alma.

Sus palabras al verme de nuevo después de tanto tiempo, "Eres tan complicada ", dijo, con una voz aterciopelada y suave, y una pizca de picardia como si supiera el tono perfecto de voz que podía usar para dejarte con ganas. Me acarició la barbilla con los dedos de forma fugaz pero hizo que si se me palpitara el corazón en la boca por breves segundos.

Y yo solo pude evitar su vista dando unos pasos para atrás y mirar hacia cualquier otra parte que no fuesen sus labios, allí donde la comisura izquierda se alzaba hacia arriba formando una sonrisa ladeada como si supiera perfectamente lo que hacía.

Que en mi opinión era perfecta, y a la vez arrebatadoramente sensual, pero ya basta de pensar en él. Maldito bastardo encantandor... Bueno, sigo. Me moría de ganas en mi fuero interno de darle un beso, pero... Pero mi humor era de perros debido a aquella "apatía" que a veces se esfumaba sin esfuerzos para transformarse en mal genio. Lo miré de forma retadora y aparté su mano de mi barbilla de forma brusca diciendo "Como sea, acabemos ya" dirigiéndome al lugar. Y así comenzó todo.

Alana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora