Interludio 1: El Origen de los Sueños Perdidos

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Hubo una ruptura.

Nadie lo notó de inicio. Era ínfima, insignificante. Pero ocurrió, y de alguna forma el contenido de los sueños también fue percatándose de la diferencia.

Oniria, más que un reino, es un continente. Y como tal, las fuerzas que se desatan dentro de ella son caóticas, impredecibles, y dependen de las voluntades de todos los que son.

Por ejemplo, no hay "lugar a donde ir" en Oniria. La sola idea de tomarse literal ese concepto es absurdo. Es, y no es a la vez. Y así como el espacio, el tiempo tampoco es algo a considerar. Como invención humana, es rebasada por lo eterno.

Como contenedor, Oniria alberga todos los sueños de los que son. Si alguien sueña que puede volar, esa voluntad es alimentada por la esencia misma de este plano, generando a su vez la posibilidad de hacerlo, siempre y cuando sea ahí. Por ende, no encontrarías a nadie más volando cerca de tu casa o en tu barrio. Únicamente en el reino de lo que puede ser.

Todo este mundo infinito de posibilidades es contenido por la red onírica. Esta contención impide que los sueños se mezclen con la realidad, conservando en esta última el orden lógico dentro de su caos natural.

Pero de pronto, Eran abrió los ojos, y se sintió distinto.

O distinta. No lo sabía con certeza.

Repentinamente, reparó en que había adquirido una forma humana, tangible. También, que estaba con ropas, y una capucha. Miraba sus recién conformadas manos. Primero el dorso, y luego la palma, tal como un bebé descubriéndolas por primera vez. Luego, con ellas, se tanteó el rostro: las mejillas, los pómulos, y la frente, con movimientos suaves pero firmes.

Eran se dio cuenta que la consciencia oceánica de su existencia comenzaba a revolverse, y ahora se encuentra desarrollando paulatinamente una identidad propia.

Aún así, seguía enmedio del caos de los sueños, sin nada definido al horizonte. De pronto veía la nada, tan atractiva y deseable; enseguida un mar lleno de vida y colores que se desplegaba hasta donde su recién adquirida vista le permitía; presenció dinosaurios, pegasos y unicornios; incluso seres abstractos que cualquiera que es desconocería si siquiera podían llegar a existir. Atestiguó infinidad de mundos nacer y ser destruidos, en un solo instante. El Génesis y el Apocalipsis repetido constantemente, sin parar, luciendo este galimatías como algo que Eran deseaba que parara.

Su propia definición material le orillaba perderse en cada una de esas visiones, algo que en otra condición resultaba de lo más natural. La virtud de lo indefinido se transformó en una maldición, una esquizofrenia.

Esta perdición le llevó al siguiente nivel que confirmaba su recién lograda existencia: anhelaba morir.

"¿Esto es lo que sienten los que son?" se atrevió a pensar, horrorizándose al descubrir de hecho que era capaz de desarrollar pensamientos. "¡Es espantoso, no lo quiero!"

Pero ya era demasiado tarde, si es que acaso era posible dar marcha atrás. La ruptura al final se consolidó, y la red onírica terminó de ceder.

Intentaba incluso quitarse la vida, pero dentro de este plano, podía visualizar tantas maneras que lo hizo como granos de arena en la playa. Algunas más dolorosas que otras, sí; todas desoladoras. Pero terminaba siempre en el mismo sitio: aquí, ahora. Y a la vez no.

La locura lo hundía.

Repentinamente, antes de perder la cordura, Eran fue encontrado por otro ser que con el que en esencia es parecido.

-¿Tú eres Eran?-preguntó la misteriosa figura. Se trataba de un ser con apariencia de mujer, piel grisácea y un vestido negro. Destacaba en ella que no era posible ver su rostro en realidad, sino que detrás de él portaba una máscara siniestra con detalles inciertos. Por momentos incluso parecía que de hecho esa era su cara verdadera.

Viveca Y Los Sueños Perdidos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora