Interludio 2: Sognetto en el Reino de los Muñecos

4 0 0
                                    

Había una vez, en cierto momento, en cierto lugar...

Un Reino Muy Lejano, en lo más profundo de los sueños de todos los que son, era habitado por adorables personas de madera. Se trataba del Reino de los Muñecos.

Todos los habitantes de ese mágico Reino estaban ocupados con sus cosas propias de muñecos: despertaban como muñecos, y comían como muñecos. Lavaban su ropa como muñecos, y se lavaban los dientes también. De igual modo, también de vez en cuando se retiraban las astillas de su cuerpo como cualquier muñeco saludable lo haría.

Todo era tranquilidad y calma en el Reino de los Muñecos, porque todos estaban contentos con sus vidas. No había nadie que renegara o se quejara de sus circunstancias. Todos, excepto uno.

Su nombre era Sognetto, y siempre soñaba despierto. Era un muñeco inocente con muchos anhelos, y que nada le satisfacía. Cada que podía, suspiraba con sosiego, imaginando lo que sería todo si él pudiera hacer realidad su anhelo más grande.

Él deseaba por todos los medios ser un niño de verdad, ya que imaginaba que si dejaba de ser un muñeco, podría dejar de hacer cosas propias de ellos y que le parecían aburridas. Despertar como muñeco, comer como muñeco, lavar la ropa como muñeco, eran cosas que no le parecían apropiadas para él. Lavarse los dientes y retirarse astillas como cualquier muñeco saludable tampoco. Consideraba que lo que podían hacer los niños de verdad podía llegar a ser más interesante.

Sognetto lucía siempre melancólico y taciturno, como de alguien que tiene su cuerpo aquí, pero su mente en otro lado. Todas las mañanas, desde su humilde casa de cartón, se levantaba temprano a revisar si algo en él había cambiado, por mínimo que fuera. Era importante hacerlo, porque eso lograría que su sueño se cumpliera. Probaba todo tipo de menjurjes y pociones, rituales y hechizos. Incluso, una noche antes, enmedio de la desesperación, había pedido el favor de la estrella más grande del firmamento nocturno. Nada hizo efecto, y Sognetto permanecía igual.

Él tenía una amiga, llamada Lunetta. Era una muñeca muy bonita a pesar de ser de madera, con un vestido azul muy hermoso. Se movía con gracia, y para Sognetto sus movimientos eran más propios de una niña de verdad que de una simple figura. Quizás por ese motivo, el desdichado muñeco encontraba una simple sonrisa cada que la veía.

—De nuevo te desvelaste, Sognetto — le gritoneó Lunetta, con rabia pero a la vez con un dejo de preocupación que ella permitía que el muñeco notara.— ¿Cuándo aprenderás? Eres un muñeco, como todos nosotros, y eso no es nada malo. ¡Déjate ya de terquedades y mejor disfruta de la vida!

Pero Sognetto no lo entendía, ni siquiera de la dulce voz de Lunetta. Ella, a pesar de ello, le tenía un enorme cariño a su amigo. Todos los días le ayudaba. Le lavaba su ropa de cartón, limpiaba su casa, e incluso le preparaba aserrín cocido una vez a la semana. Y mencionando todo esto, no es que Lunetta no tuviera otras cosas qué hacer; ocurre que deseaba hacerlo, porque le importaba mucho Sognetto.

—¿Por qué haces todo esto, Lunetta?—le cuestionaban los demás muñecos.— Él no lo aprecia, sólo presta atención a sus sueños.

—No es algo que les importe, la verdad —repuso enérgicamente Lunetta.— Cada quien hace lo que considera correcto de su vida de muñeco.

Y la vida de muñeco para Lunetta, en definitiva, consideraba que era a lado de Sognetto.

Una noche a la semana, ambos munecos subían al tejado de la casa de Sognetto. La vivienda de cartón aguantaba bien sus pesos. Y entre todas las estrellas de papel, Sognetto señaló una, que resplandecía azul y hermosa.

—Esa estrella, ¿la ves?—preguntó el muñeco. Lunetta escuchó un tono ligeramente emocionado en sus palabras, cosa rara en él. Ella asintió, y sonrió contenta por comenzar una plática real con Sognetto.— Esa estrella eres tú.

—¿En serio? —Los cachetes de Lunetta se pusieron rojos de crayón.— ¿Por qué?

—Es azul, es brillante, y siempre está ahí para mí.

El corazón de madera de Lunetta empezó a latir tan fuerte que por un momento se sintió como si fuera carne y sangre de verdad. O al menos eso era lo que imaginaba ella.

—Tú también eres importante para mí, Sognetto—se apresuró a decir con emoción, para después darse cuenta de lo que dijo y reponer:— ¡Lo siento, no quise decir eso...! ¡Bueno, sí quise, perdón, pero no así! ¡O sea, es cierto... Pero no de esa manera! ¿Tú me entiendes? ¡Espero que me entiendas!

—Lunetta—llamó Sognetto tranquilamente, como si el manoteo y parloteo incesante y nervioso de ella jamás hubiese ocurrido.

—¿Eh? D-dime.

—¿Qué es lo que más deseas?

Esa pregunta tomó en curva a Lunetta, que empezó a recobrar la compostura y luego de meditarlo por unos momentos, respondió de manera despreocupada:

—No tengo nada qué desear realmente. Todo lo que quiero está aquí. Mi vida de muñeca es apacible, y tengo lo que necesito.

Sognetto, al oír esto, se mostró triste pero no sorprendido. Lunetta, con una sonrisa tímida, añadió:

—Sé lo que tú quieres, Sognetto, y creo que a lo mejor no me he dado a entender. Lo que siempre he querido decirte es que no necesitas ser un Niño de Verdad para ser real.

Sognetto meditó en silencio esas palabras. Miró la hermosa estrella de papel en el firmamento nocturno de tela, y sin mirar a Luneta, sentenció apaciblemente:

—Si no puedo cumplir mi anhelo, estaré contigo siempre.

Y esa es la razón por la que Lunetta siempre tuvo tiempo para Sognetto por sobre cosas tan triviales como lavar como muñeco y retirarse las astillas. Y si bien, fue un momento bastante cercano entre los dos, ella no podía imaginar una promesa tan sincera y triste a la vez.

***

Los días pasaron, y Sognetto seguía siendo distraído y demasiado ocupado intentando volverse un Niño de Verdad. Lunetta, de lejos, le ayudaba en lo que podía.

Eso, hasta una noche.

El Reino de los Muñecos sintió un terremoto que sacudió el sitio, seguido de un estruendo enorme que hizo que Sognetto saltara de su cama.

Se asomó velozmente por su ventana, y encontró a lo lejos, en el bosque de papel china, un humo de fuego. Pero este humo no era de estambre ni de algodón.

Este humo se veía real.

De pronto, Sognetto creyó que por fin la estrella de papel hermosa y azul había escuchado sus súplicas y había mandado un regalo del cielo exclusivamente para él. Por lo tanto, bajó las escaleras como relámpago y salió a la calle para encontrarse con su destino.

Suletta, desde su casa, también se preparó para salir en búsqueda de Sognetto.

"¡No vayas a cometer una locura, por favor!", pensó, preocupada, y una lágrima de papel recorrió su rostro, mientras que desde las calles del reino observaba ese humo que no le auguraba nada bueno.

Ese día, sin saberlo, fue cuando el Hada apareció. Y, tampoco sin imaginarlo, sería la última noche para todos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 14 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Viveca Y Los Sueños Perdidos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora