Capítulo 1

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BÚSCAME EN EL ATARDECER MÁS HERMOSO"

CAPÍTULO 1

¿Cómo sabes a qué lugar perteneces? Eres de donde te sientes tranquila, de donde eres libre para pensar, respirar y ser. Simplemente ser.

Todos los años viajaba al mar con mi familia, era una tradición escoger algún lugar del mundo y encontrar la playa más bonita.
Y en esos años vi de todo, playas con arena negra, blanca, café, con arena fina, con rocas, etc. También vi playas muy azules, otras más grises, unas en las que el mar parecía alberca y otras con el mar tan bravo que causaba miedo. Sin embargo, todo lo que a mí me importaba era el atardecer, me parecía impresionante que el Sol, el bello Sol, se fuera a descansar después de una larga jornada y que se escondiera en el mar, no sin antes, pintar el cielo de múltiples colores, causando en el agua el espejo más grande que jamás hubiera visto. ¡Esto tiene que ser un regalo del cielo! ¡Un milagro! Pensaba cada vez que veía un atardecer. Y cada vez que veía uno, mis ojos se clavaban en aquella obra de arte, las lágrimas inundaban mis ojos y me sentía tan grande como el mar, deseando que mis ojos pudieran grabar aquel momento para nunca olvidarlo. Y eso hice, grabé en mi mente muchísimos atardeceres para recordarlos y mirarlos cuantas veces quisiera.

Sin embargo, también me pasaba algo extraño, cada vez que el mar se tragaba al sol por completo, sentía un dolor en el pecho, algo así como una angustia mezclada con nostalgia, y las lágrimas en mis ojos, esas que eran de alegría y admiración, se convertían en lágrimas de pesar.
Y así fue como tomé la decisión de que, cada vez que viera un atardecer, lo iba a contemplar y me iba a dejar impresionar, pero cuando el sol se hubiera metido a un noventa por ciento iba a correr lejos, para evitarme la nostalgia del final.

Cuando cumplí once años, mis padres me regalaron mi primera cámara fotográfica, y decidí que con ella iba a capturar todos los atardeceres que pudiera, y no sólo eso, iba a buscar el atardecer más hermoso del mundo. Y así fue como mis padres me apodaron "Julia, la cazadora de atardeceres".

Al terminal la preparatoria viaje a Nueva York para estudiar fotografía, y fue en el segundo año de la carrera cuando conocí a mi más grande pasión: Marcelo Moretti. Porque si pensaba que la fotografía me hacía sentir mariposas, bueno, no había probado las que este hombre causaría en mí.

Un día, mientras estudiaba en mi cuarto de la residencia, mi mejor amiga Susan, llegó emocionada con un par de boletos en la mano.

SUSAN- ¡No sabes lo que tengo en mis manos!

JULIA- No, no lo sé. ¿Entradas para el cine?

Susan apenas podía hablar de la emoción.

SUSAN- ¡Tengo dos entradas para la exposición del mejor fotógrafo del momento!

Se tiró en la cama, soñando.

SUSAN- El guapísimo, talentoso y famoso Marcelo Moretti.

Me levanté de inmediato y brinqué de emoción.

JULIA- Es una broma, ¿verdad? ¿Cómo las conseguiste?

SUSAN- No es una broma, y tú y yo iremos a esa exposición esta noche. Cómo las conseguí es un secreto, se dice el pecado, pero no el pecador.

Susan y yo estábamos revueltas en emoción y complicidad. Ella era becaria de una sala de exposiciones y seguramente se las habría robado a su jefe.

La noche de la exposición fue mágica, aquel fotógrafo era el sueño ideal de cualquier estudiante de fotografía y claro que de cualquier mujer. Y yo, con tan sólo veinticuatro años, suspiraba cada vez que lo veía en todas las revistas. El gran Marcelo Moretti era un hombre italiano de treinta y cinco años, de piel morena, facciones finas y delicadas, con unos ojos negros profundos que harían temblar a cualquiera. Cada vez que pensaba en él, venía a mi mente la imagen de Johnny Deep, eran tan parecidos que juraba que podrían ser gemelos.

Llegamos al evento y la sala de exposición estaba llena de gente elegante, fotógrafos y comida extrañamente cara. Susan se había encontrado con su jefe y mientras éste la reprendía, yo me paseaba por el lugar tratando de entender las fotos. El estilo de Marcelo era uno que no lograba comprender, mujeres desnudas en posiciones extrañas que más que ser algo artístico, me parecía algo grotesco. Sin embargo, tenía la fama que cualquier fotógrafo querría, por lo tanto, había que encontrarle el gusto a su trabajo.
Me acerqué a una de las fotos, la cual me parecía la más horrible de todas, la miraba de todas las formas posibles tratando de entender por qué eso era una obra de arte de un millón de dólares, cuando alguien se puso detrás de mí y dijo:

Lo sé, es bastante horrible, ¿verdad?

Y yo, que seguía metida en la fotografía, contesté:

JULIA- Sí, a decir verdad, es muy horrible. Llevo parada aquí un buen rato tratando de entender cómo es que el trasero de una mujer en esa posición puede ser considerado arte.

Aquella persona, soltó una carcajada y cuando voltee, la vergüenza se me cayó al piso al darme cuenta de que se trataba de Marcelo. Me tapé la cara deseando desaparecer.

JULIA- ¡Perdóneme, señor! ¡Perdóneme por favor!

Marcelo seguía riendo, mi comentario no le había movido ni un pelo.

MARCELO- No, no, tienes razón.

Se puso a mi lado, miró su propia pintura por un momento y:

MARCELO- Yo tampoco sé por qué vale tanto, ¿Te digo un secreto?

Estaba helada de la impresión, primero aquel hombre perfecto e interesante estaba a mi lado, y no sólo eso, lo había ofendido con mi comentario y ahora estaba a punto de decirme un secreto.
Apenas pude asentir.

MARCELO- La clave no es la foto, sino cómo la vendes.

Si de algo estaba muy segura en la vida, era de lo que el arte era capaz de hacer con los seres humanos, como esos atardeceres que yo cazaba y que, al ver en las fotos, me enchinaban la piel y me hacían llorar de alegría. Así que, no pude estar de acuerdo.

JULIA- Perdóneme señor, pero eso no es verdad.

Otra vez lo estaba ofendiendo.

MARCELO- Ah, ¿no? Hoy, en mi noche especial, en donde yo soy la estrella, ¿has venido a ofender mis obras y a decirme que estoy equivocado? ¿Cómo dices que te llamas?

Me quedé muda, no podía sacar una palabra, cuando llegó su agente y lo tomó del brazo.

AGENTE- Es hora de tomar las fotos. (MIRÁNDOME A MÍ) Si nos disculpas.

Estaban a punto de irse cuando Marcelo volteó y me miró insistente, entonces reaccioné.

JULIA- Julia, me llamo Julia.

MARCELO- Esto no se puede quedar así. Después de la exposición ofreceré un coctel en mi casa.

Y muy decidido dijo:

MARCELO- ¡Quiero que vayas!

No estaba entendiendo nada, me moría de miedo. Por un momento pensé que mi carrera como fotógrafa estaba acabada y al mismo tiempo sentía que estaba hablando con el maestro más estricto de todos los tiempos, el que está listo para reprobarte.

Cuando soltó una sonrisa y acomodó su delicado y obscuro cabello.

MARCELO- Tranquila, no te lo tomes tan serio. A mucha gente no le gusta mi trabajo. Te espero en mi casa.

JULIA- Pero...

Marcelo siguió su camino y el agente me dio la tarjeta con la dirección. Había sido invitada al departamento del fotógrafo más exitoso del momento. No sabía si reír o llorar por tan incómodo momento.

La noche era joven, estábamos en Nueva York viviendo la vida...así que nada podía salir mal. Nos aventuramos a ir a la reunión y al llegar, se tratada de una casa hermosa en lo alto, desde el jardín se podía ver toda la ciudad de Nueva York con sus luces encantadoras. La casa tenía puros ventanales en lugar de paredes, definitivamente, ese era mi estilo de casa. Había gente muy extravagante, vestidos de colores, con peinados y ropa extraña, era obvio que estábamos rodeadas de los artistas más famosos del mundo.

No sabíamos exactamente qué hacer, así que copiamos a todos, tomamos una copa de vino y pretendimos ser parte de ellos.
Entonces, se acercó Marcelo, me puse muy nerviosa y apenas pude hablar para presentar a Susan, quien estaba fascinada.

SUSAN- Señor, es un honor para mi conocerlo. Sus obras son tan encantadoras.

MARCELO- ¿De verdad, te parece? Porque tu amiga no opina lo mismo.

Casi escupo la bebida.

JULIA- No, no, lo que pasa es que...

SUSAN- No le haga mucho caso, estamos cursando la carrera de Fotógrafa y a veces uno tiene preferencia por ciertos estilos.

MARCELO- Estoy jugando. Y no me digan señor, por favor. Tan sólo tengo treinta y cinco años. Y...no estoy casado.

SUSAN- (CON SORPRESA) ¡¿No estás casado?!

Le lancé una mirada para que se comportara.

MARCELO- No, no me ha llegado el amor.

Me tomó del hombro y:

MARCELO- ¿Me permites un momento a tu amiga?

Susan asintió emocionada y yo abrí los ojos con sorpresa.

Caminamos dentro de la casa, en donde se encontraban algunos invitados. Y después me señaló las hermosas escaleras de cristal para que las subiera, pero lo dudé, era la primera vez que lo veía en mi vida.

MARCELO- Adelante, sólo quiero enseñarte mi nueva exposición. Nadie, absolutamente nadie la ha visto y quisiera saber qué piensas, al parecer tienes un punto de vista bastante objetivo.

Accedí a subir las escaleras y llegamos a su estudio. Un cuarto grande, con alfombra roja. Los ventanales estaban cubiertos por cortinas grandes de una delicada tela transparentosa, la cual permitía ver las luces de la ciudad. Las fotografías estaban expuestas sobre una estantería y estaban alumbradas por luces especiales que daban la sensación de estar en un museo.

Caminamos hacia ellas y nos detuvimos a mirarlas. Eran cinco fotografías de mujeres desnudas con apenas unos pincelazos de pintura en diferentes colores.

MARCELO- Y... ¿qué te parece?

Esta vez no iba a cometer el mismo error.

JULIA- Muy bien, me parece que...los rostros de las chicas son muy expresivos y...

Él comenzó a reír.

MARCELO- No mientas, no te gustan. Prefiero que seas sincera conmigo.

Probablemente esa sería la última ocasión en que vería a Marcelo, así que...

JULIA- No me malinterpretes, pero... ¿alguna vez has visto un paisaje o alguna escena de la vida real que te haga enchinar la piel? O, ¿alguna vez has visto un atardecer que te haga llorar?

Marcelo me miró profundamente.

MARCELO- Sí.

JULIA- Bueno, para mí eso es la fotografía. Si tomas la foto de aquel atardecer que te hace estremecer, y cuando una persona la mira siente lo mismo...de eso se trata.
Y...cuando yo veo a esas mujeres, no siento absolutamente nada.

Marcelo se puso serio, miró sus fotografías y luego me miró a mí. Entonces, me atreví a preguntar.

JULIA- ¿Por qué tomas fotografías? ¿Por qué lo haces?

Y mientras las seguía contemplando.

MARCELO- Esa es una buena pregunta. Yo...realmente no lo sé. No recuerdo por qué comencé a hacerlo. Lo único que sé es que a nadie le gustaba mi trabajo. ¿Sabes que antes tomaba fotografías de bosques? Y a nadie le importaba. Y un día decidí entrar al último concurso de fotografía, si en ese no ganaba me retiraría por siempre, porque por ningún motivo, pensaba convertirme en profesor, me parecía una derrota. En aquel entonces, le pedí a mi novia que me dejara tomarle una foto en ropa interior, la foto más simple y absurda. Y gané.

Su historia me tenía con la boca abierta, nunca habría imaginado algo así.

MARCELO- Y entendí que a la gente le gustaba ver mujeres semidesnudas y cosas extrañas para tratar de descifrarlas, aunque no significara nada.

Entonces, mi teléfono comenzó a sonar. Era Susan, había pasado el tiempo y era momento de irnos.

JULIA- Perdón, me tengo que ir. Pero estoy muy agradecida contigo por todo esto. Me siento muy privilegiada de haber visto tu trabajo.

Estaba a punto de irme cuando preguntó:

MARCELO- Julia, ¿en dónde estudias?

JULIA- En el Instituto de Artes.

Marcelo asintió y salí rápidamente de ahí.

Aquella noche había sido un sueño, había conocido a Marcelo Moretti y habíamos compartido puntos de vista sobre fotografía.
Y mientras viajábamos en el taxi de regreso a la residencia, me di cuenta de que una de mis manos, con la que lo había saludado, olía tremendamente delicioso, a hombre, a él. Entonces la pasé por toda mi cara y la respiré profundo, deseando que se quedara para siempre en mí.

Pasaron los días y no podía dejar de pensar en él, pero era normal, se había convertido en mi amor platónico, el inalcanzable.
Llegamos a la escuela y teníamos una clase especial, como cada mes, que invitaban a algún maestro de renombre a compartir sus técnicas con los alumnos. Entramos al auditorio y me acomodé en mi lugar, se apagaron las luces, alumbraron el escenario únicamente y el director dijo.

DIRECTOR- Hoy estamos de manteles largos, hoy tenemos una visita que jamás pensamos que podríamos tener. Por favor, démosle un aplauso al gran fotógrafo Marcelo Moretti.

Marcelo entró al escenario, tan guapo y distinguido, mientras todo el mundo se levantó a aplaudirle gritando de emoción. Y entre todo eso, estaba yo en el centro, sin poder levantarme de la impresión. Y él, hizo una barrida con la mirada rápidamente hasta que me encontró, me miró a los ojos y sonrió dulcemente.

Paloma DF

"BÚSCAME EN EL ATARDECER MÁS HERMOSO"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora