La razón

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8:23

La bruma le dificultaba la vista mientras conducía. Su corazón latía con fuerza, y su mente estaba llena de ideas confusas. A medida que se acercaba a su destino, el nerviosismo se apoderaba de él. Sentía como si estuviera caminando por un campo minado, con cada paso haciéndolo temer que todo explotara a su alrededor. Cada acción que tomaba lo llenaba de incertidumbre, y su agitada respiración le provocaba leves mareos.

Cuando llegó lo único que hizo fue observar la puerta en silencio durante varios segundos, sus pensamientos se volvieron un torbellino de emociones: temor a ser rechazado, anhelo de ser perdonado, y una desesperada esperanza de ser comprendido. Cada latido era acompasado por la inseguridad que lo invadía, sus manos temblaban y el sonido del timbre resonaba en sus oídos como un eco de sus propias dudas y temores. Cuando Horacio abrió la puerta, su mirada de sorpresa lo llenó de una mezcla de desconcierto y pánico. El breve segundo de apreciación silenciosa hizo que el corazón de Gustabo se hundiera. Su miedo lo mantenía listo para salir corriendo hasta el segundo en que un fuerte abrazo lo envolvió en una mezcla de emociones sobrecogedoras. Sus ojos se humedecieron con lágrimas y su pecho se llenó de un sentimiento abrumador de aceptación. En ese abrazo encontró un refugio, una señal de que sus actos no habían borrado el cariño que los unía. Una sonrisa temblorosa se formó en su rostro, y supo que, a pesar de sus miedos, su corazón había encontrado un hogar al que siempre podría volver.

Porque para Gustabo García, Horacio siempre había sido la razón.

La razón - Gustabo GarcíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora