La razón - Gustabo García

El único testigo

5:23

Hundido entre las gotas de lluvia pidió perdón, se arrodilló y juntó sus manos embarradas rezando porque Dios lo escuchara una última vez. No era un acto de fe, no esperaba redimirse. Si el vasto universo era capaz de concebir algo como un paraíso sabía que no estaría prometido para él. Intentaba encontrar consuelo en el eco de su propia voz, movido por la búsqueda de algo más, una sed de plenitud que fue reemplazada por el sofocante silencio en respuesta a sus plegarias por indulgencia. Fue abandonado sobre las frías piedras que se clavaban en sus piernas, pero no era la primera, ni la segunda, ni la tercera vez. Las palabras borrosas que evidencian su desvalimiento se formaban en su cabeza como un paisaje abstracto:

"¿Cómo se te ocurre dejar a tu hermano tirado por ese señor?, ¿Cómo has permitido que maten a Manolo?"

Vestigios de perfidia de la persona que más amó lo aturdían dejándolo indefenso ante el inevitable sentimiento de desconexión que lo consumía mientras el tono de la saudade impregnaba cada centímetro del mar obligándolo a ceder ante la contradicción de sus propias emociones. Era una sátira y él era no sólo el objeto lírico, era además el autor que decidió abandonar su propia historia cuando se volvió insostenible. El final era inherente a su condición humana, sin embargo, su obra había terminado mucho antes de llegar a las últimas páginas cuando el que sostenía el lápiz era un foráneo, un intruso almibarado que lo tomó todo cuando el silencio se volvió ensordecedor, lo acogió en la soledad llenándolo de instantes intrascendentes que tal como en el lenguaje, su encanto se desvaneció completamente cuando advirtió la intención de su manejo. Cuando la vida se volvió catilinaria contra las personas equivocadas advirtió que su narración había pasado demasiado tiempo en garras ajenas y la sangre así como las decisiones impropias que lo llevaron junto al mar, lo convertían en el único testigo.