Una parte de Gustabo García

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Cada segundo parece llevarlo de vuelta en el tiempo. 

El aroma de la lluvia despierta recuerdos vívidos de tardes pasadas juntos, de risas y conversaciones profundas. Recuerda el brillo en los ojos de Horacio empapados de sueños y esperanzas, la forma en que su voz llenaba cualquier espacio con alegría. Siente un profundo anhelo por esos momentos que quedaron atrás. Todos sus recuerdos se tornan aún más intensos, más dolorosos, mientras su corazón se aferra a la nébula de esperanza que aún brilla en lo más profundo de su ser. Las historias compartidas cobran vida: las risas, las miradas cómplices, los abrazos reconfortantes. Pero mientras más se sumerge en sus pensamientos, más aguda se vuelve su sensación de pérdida. El vacío en su pecho se hace casi palpable, una herida abierta que parece no tener fin. Lucha por encontrar consuelo en los dulces recuerdos. Se aferra a la esperanza de que algún día, la tristeza y la desesperación cederán paso a la oportunidad de empezar de nuevo. 

¿Sería cruel si rechazara la coyuntura de redención por ver a Horacio una última vez?, ¿Sería egoísta si se diera la vuelta ahora y volviera a un hogar que no le pertenecía?, ¿Podría ser perdonado?

Recordaba cada palabra que había dicho, cada acción que había tomado, y se lamentaba cada día por el daño que había causado. El peso de sus acciones moraba sobre él como una losa, y su corazón latía con la intensidad del remordimiento. Cada pensamiento, cada recuerdo de lo sucedido, lo golpeaba con una oleada de dolor emocional.

El sentimiento de culpa lo atenazaba, haciéndole sentir como si estuviera atrapado en un ciclo interminable de desazón. Cada vez que cerraba los ojos, veía la expresión de dolor en el rostro de Horacio, y el sonido de su voz temblorosa resonaba en sus oídos. Se sentía paralizado por la culpabilidad, incapaz de encontrar una forma de redimirse. Anhelaba desesperadamente una forma de deshacer lo que había hecho, de borrar el dolor que había causado.

¿Podría sucumbir una vez más a sus miserables anhelos? ¿Estaba el fin del dolor en el fondo del abismo o solo encontraría la oscuridad de una historia inconclusa y la incertidumbre de lo que pudo haber sido?

¿Podría perdonarse a sí mismo como todos los demás lo hicieron?

La lluvia bajó su intensidad, dejando tras de sí un rastro de humedad en el aire. El aroma fresco de la tierra mojada se mezcla con la salinidad del mar, creando una sinfonía de olores que flota en la brisa. La quietud que sigue a la tormenta lo envuelve en un silencio sereno, interrumpido solo por el persistente rugido del mar. El acantilado se yergue majestuoso, sus paredes de piedra erosionadas por los embates del tiempo y la marea. Musgos y líquenes verdes salpican las grietas de la roca, una pincelada de vida en un entorno agreste y desafiante. Desde lo alto, contempla por última vez la vastedad del océano extendiéndose hasta el horizonte, su mirada se pierde en la inmensidad del paisaje. A medida que el sol asciende en el firmamento, sus rayos danzan sobre las aguas agitadas, pintando destellos dorados sobre las crestas de las olas. Se sumerge en la contemplación silenciosa del lugar, como un testigo solitario de la clemencia del mar antes de darse la vuelta y abandonar para siempre el panorama que tendrá por el resto de la eternidad una parte de Gustabo García.




La razón - Gustabo GarcíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora