Lo más peligroso es amar

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Y pensó que era el final. 

Y pensó que la frase que marcó su condena junto a las memorias de un muerto serían sus únicos testigos junto a las mil promesas rotas del día en que Gustabo García dejó la ciudad dando la espalda no solo a los momentos perniciosos si no también a todas las noches y días en los que se levantó para encontrar que aún hay alguien que lo espera lejos de la penumbra de su mente y el umbral de la muerte. Dejó atrás no solo las largas noches en vela, los códigos indescifrables y el desgastado color de las paredes del lugar en el que vivió cinco días a la semana. Olvidó además, en alguna parte de su ser, las mañanas en compañía, cada risa, cada gesto amable. Todo cayó en su alma como el eco lejano de un mundo perdido. Sus ojos se hallaban velados por la amargura, y su espíritu se había tornado opaco, como un cielo perpetuamente nublado.

Pensó en cada amanecer donde la tristeza se anidaba en su pecho como un pájaro de plomo, impidiéndole elevar el vuelo con una nueva narrativa. Los colores del mundo se desvanecían ante él, y los sonidos alegres eran oídos por su corazón como un murmullo distante en una lengua olvidada. Todo cuanto tocaba se volvía gris en sus manos, pues su alma no hallaba consuelo ni brillo en aquello que le rodeaba. Solo recuerda caminar entre sombras, envuelto en la música apagada de sus propios pensamientos. Los días deslizándose uno tras otro, apenas percibiendo su paso, absorto en la penumbra que habitaba en su interior. El susurro del viento entre los árboles, la calidez del sol en la piel, todo aquello lo creía perdido, como si perteneciese a un mundo paralelo al suyo, inalcanzable e irreal. Sin embargo, en la profundidad de su pesar, una pequeña llama titilaba, apenas perceptible. Era la memoria de tiempos pasados, de días en los que su corazón había conocido la luz y la dicha. Esa luz, aunque debilitada, aún persistía en su interior, aguardando pacientemente el momento propicio para avivar el fuego de la esperanza.

La luz que lo acompañó, la luz que ahora lo hacía dudar estando en las puertas del fin, una luz con nombre y apellido que en la oscuridad de su tristeza, lo hacía aguardar el día en que la bruma se disipara y sus ojos pudiesen contemplar de nuevo la belleza del mundo que le rodeaba. 

"—Siempre juntos, Gustabo, siempre juntos."

Dubitativo de pie en el límite, pudo notar justo como aquella vez que lo más peligroso es amar. 

La razón - Gustabo GarcíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora