Capítulo 3

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Sanji no se preparó el desayuno. Conocía la importancia de una buena comida y de no morirse de hambre, pero su tripulación era lo primero y por desgracia Daigo. Quizás comería esa noche si conseguían pescar algo, pero no tenía muchas esperanzas, y no estaba seguro de cómo podría comer. Sanji no podía sentir su propio estómago, y sólo pensar en comer le daba náuseas. Sentía que se le hinchaba la garganta y que le iba a estallar si bebía siquiera un sorbo de agua.  

En once años, nadie le había reconocido. No había oído el nombre de Vinsmoke ni nada sobre Germa desde que se marchó hacía tantos años. Sanji realmente pensó que todo había quedado en el pasado, sólo un horrible recuerdo que sólo atormentaría su mente.

Pero claro, en el maldito Grand Line, se topó con un soldado de Germa y uno que había conseguido seguir vivo lo suficiente como para saber de él, un soldado molesto que no sabía dejar en paz a nadie.

Al menos tenía a Zoro, que era realmente la última persona que Sanji pensaba que cuidaría de él. Probablemente había alejado a Nami después de lo de ayer, de lo que se arrepentía. Quería acercarse a ella y disculparse, pero no quería tener que explicarle por qué estaba tan nervioso. Ya era bastante malo que el maldito cabeza de musgo supiera lo de Germa y que fuera verdad.

Sanji se limitaría a mentir todo el tiempo que hiciera falta. Odiaba tener que mentir a su tripulación, pero era lo mejor. Cuanta menos gente supiera la verdad, mejor.

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"Aquí tienes, cejas rizadas". dijo Zoro, entregándole un plato a medio terminar. El desayuno transcurrió en silencio, aparte de Luffy hablando de un sueño que había tenido en el que Shanks los rescataba de un Rey Marino y, por alguna razón, Vivi era un pato.

Daigo casi intentó decir algo. Sanji le vio abrir la boca cuando oyó el sonido de Zoro sacando una espada de su empuñadura. El soldado no intentó decir nada después de eso. Una vez que todos terminaron, Nami escoltó a Daigo, y todos se fueron menos el espadachín.

"Zoro, ¿qué te he dicho sobre desperdiciar comida?". Se quejó.

"No estoy desperdiciando nada. Me estoy asegurando de que no mueras. Tienes que comer en algún momento, cocinero".

Sanji se encogió de hombros y miró a los ojos de Zoro, unos severos ojos negros que no rompían la conexión con los suyos.

"No tengo hambre".

"Hace dos comidas que no comes nada. No me importa si estamos bajos de raciones y tenemos que acomodarnos por ese imbécil. Vas a comer algo". Insistió. Sanji cogió el plato y se sentó a la mesa, Zoro revoloteando sobre él.

"No necesito supervisión para comer. No tengo tres años".

"Quiero asegurarme de que comes de verdad".

Sanji se burló y dio un pequeño mordisco a los huevos que había preparado, esforzándose por hacérselos tragar. Ahora podia sentir su estomago y el poco contenido que había en su interior, y se sentía aún peor que antes. Sólo pensar en volver a abrir la boca le daban ganas de vomitar.

Se tapó la boca y apuntó la garganta hacia arriba para no vomitar. Sabía que ni siquiera podría beber agua con lo enfermo que se sentía. Zoro le cogió la espalda y le puso una servilleta bajo la boca, prometiéndole que estaba bien y que podía tomarse su tiempo.

Se le pasó el mareo y casi se pone a llorar otra vez. Y delante de Zoro. Gimió y recostó la cabeza, apartando la vista del bueno porque sólo con mirarlo se mareaba.

"Cocinero, ¿estás bien?"

"Dame... dame un momento". Gimió. Sanji no podia recordar la ultima vez que se sintió tan mal, tal vez cuando se intoxicó con la comida en el Baratie cuando tenía quince años.

"Te tengo, cocinero. Aguanta." Sanji oyó correr el agua del fregadero y luego sintió un trapo frío en la frente. "¿Esto ayuda?"

Para nada.

"Un poco... gracias, cabeza de musgo". Dijo, y Zoro se puso a su lado hasta que Sanji pudo volver a levantar la cabeza. El trapo cayó sobre la mesa.

"No puedo... Zoro, acaba esto por mí para que no desperdiciemos comida".

Zoro negó con la cabeza y cogió otro tenedor, sentándose al lado de Sanji, con su colección de espadas casi tocándole la cadera.

"¿Qué tal si yo me como la mitad de esto y tú te comes la otra mitad? Sanji, sé que no te sientes bien, pero aun así necesitas comer, aunque sea poco. No me iré hasta que lo hagas. No me importa cuánto tiempo tome esto". Espetó. Sanji puso los ojos en blanco y por puro rencor, ignoro la sensacion de malestar en su estomago y garganta y se comió su mitad.

Cuando terminaron, Zoro le dijo que fuera a tomar el sol y que él volvería a limpiar la cocina.

"Puedo limpiar la cocina, ¿y por qué querría ir donde está ese hombre? Ya no puedo más con él". Le dijo a Zoro, pensando en mentiras que pudieran satisfacer a Daigo. Con suerte había una isla cerca a la que Sanji podría echarle. No había forma de que Sanji aguantara con él a bordo todo el camino hasta Alabasta. Apenas había durado menos de un día con él. No podía imaginarse más, o simplemente podría nadar el resto del camino.

"Bueno, no quiero que estés todo el día apretado en la cocina. Eso tampoco es bueno para ti".

"¿Desde cuándo te importa tanto mi bienestar?".

A Zoro casi se le sale una vena, pareciendo insultado cuando Sanji pensó que era la verdad. Claro, eran compañeros de tripulación, pero Zoro nunca se había preocupado especialmente por Sanji.

"Desde que empezaste a hacerte daño en las manos".

Sanji se miro las manos, y eran horribles de ver. Sus nudillos estaban hinchados con pequeños cortes, moratones por todas partes. Zeff le habría gritado y pateado por hacerle eso a sus manos. Eran las herramientas más importantes de un cocinero y había que cuidarlas, algo que él no hacía.

"Es justo, supongo. Muy bien, limpiamos la cocina y luego salimos los dos. Creo que Daigo te tiene miedo". Le dijo a Zoro, que aceptó las condiciones. No hablaron después, sólo un acuerdo silencioso de no hablar de la noche anterior.

Todo estaba borroso para Sanji. Podía recordar después de la cena, cayendo contra la pared y tratando de perderse en recetas como hacia cuando era más joven, entonces lo golpeo, como era la vida en ese entonces, el dolor y el terror que su propia familia le causo. Ni siquiera podía abrir el libro, sólo llorar y recordar lo que le hicieron.

Nada era suficiente cuando crecía. No podía hacer nada bien y, si lo hacía, seguía estando mal a los ojos de su padre. La única persona para la que era lo bastante bueno era su madre, su madre muerta, la madre que su reino probablemente ya había olvidado, la madre en la que pensaba todos los días, preguntándose si estaría orgullosa de él porque no estaba seguro de que lo estuviera. No era su padre ni sus hermanos... seguía siendo un pirata y criminal que había hecho enojar a los marines en algunas ocasiones.

Sanji estaba consumido por sus pensamientos y su dolor. Parecían cien años, igual que en aquella celda. Era solitario, y frío, y horrible, y Sanji ni siquiera estaba seguro de estar realmente allí, y entonces entró Zoro.

Zoro entrando en la cocina le recordó a Sanji donde estaba. Al principio se enfadó, porque quería sufrir solo y no quería hablar de todo lo que le pasaba por la cabeza. Todavía se sentía culpable por haber dicho algo sobre su padre, pero ya no podía retractarse.

Sanji honestamente pensó que Zoro lo dejaría solo después de eso, pero para su sorpresa, y oculto alivio, no lo hizo. En vez de eso se ocupo de Sanji limpiando su cocina. Y Sanji sabía que se quedaba fuera de la puerta toda la noche. Sus pasos no iban muy lejos.

No quería admitirlo, pero se alegraba de que fuera Zoro quién cuidara de él. De todos los miembros de la tripulación, era a Zoro a quien quería más cerca de él ahora mismo. Tal vez era porque Daigo le temía y Sanji podía confiar en él, pero cualquiera de la tripulación podía hacerlo, pero él quería a Zoro. No a Luffy. No a Usopp. No a Vivi. No a Chopper. Ni siquiera a Nami.

A Zoro.

Quería a Zoro.

No Lo Dejes Ir - ZosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora