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- Mi hombre, tu frentees una alameda,donde el rey pulidopuso tu bandera

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- Mi hombre, tu frente
es una alameda,
donde el rey pulido
puso tu bandera.
Mi hombre, tus cejas
son dos alfileres,
que cuando me miras
clavármelos quieres.
Mi hombre, tus ojos
son dos luceros,
que van alumbrando
al mundo entero.
Mi hombre, tu nariz
es de oro bordada,
que ningún platero
supo gobernarla.
Mi hombre, tu lengua
es una campana,
ni la de los dioses
repica tan clara.
Mi hombre, tu boca
fuente de agua clara,
donde yo bebiera
si tú me dejaras.
Mi hombre, tus brazos
son de oro macizo,
donde se contiene
todo edificio.
Vamos llegando
a sitios ocultos,
iremos callando
que somos muy brutos.
Amándonos astutos. - terminó de recitar para Aegon, quien silenciosamente gritaba, su interior quería estallar. Lo miró incrédula, esperando que de su boca saliera si quiera un suspiro.

- Te amo con todo lo que soy, Joelene. - tomó su mano y la besó con tal ternura, ternura que ni él mismo hijo de Venus, Cupido, podría igualar.

- Siempre te amaré aún más - cerró sus ojos, dejó la pesadez de los falsos te amo, los falsos gestos de amor, no tenía que fingir más, estaba frente al ser que amaba, a la razón de sus alegrías, la razón de sus llantos, la razón de su entera vivencia.

- ¿Hay alguien dentro? - se escuchó desde el otro lado de la puerta, alertando a ambos. La dulce y melódica voz de Floris resonó.

Joelene se cubrió rápidamente con una delgada manta y Aegon repitió su acción. - ¡Puedes pasar!

Entró la Baratheon con el príncipe Targaryen lloriqueando en sus brazos, tras de ella caminaba Aemond.

- Parece que no llegamos en ocasión oportuna - comentó nerviosa - Nae está hambriento - entregó al pequeño en los brazos de su madre.

- Los dejaremos a solas - habló Aemond con cierta velocidad, incómodo. Extendió la mano para que su esposa la tomara y dieran paso fuera de la habitación.

Cuando salieron, la reina descubrió sus pechos y comenzó a amamantar a su hijo. El peliblanco los observaba y no podía creer lo que vivía, nunca se imaginó casado con alguien por amor y no por obligación, como tampoco imaginó tener hijos, una tarea que encontraba imposible dadas sus oprobiosas costumbres.

- Lo único que quiero es verlo superarme, no le será tarea difícil - mencionó el monarca sin despegar las pupilas dilatadas que cargaba sobre Naehaerys.

- Eres un buen padre Ae... - besó la cálida glabela de su próximo.

- Eres la única que no me juzga por mis peores errores - sonrió cabizbajo.

Joelene quiso responder, pero su mirada se perdió segundos después, esa sensación de mirar algo pero no estar viendo nada, simplemente sintiendo su presencia en el mundo. Sabría que había muerto si no sintiera los pequeños tirones que le propinaba su hijo mientras lo alimentaba.

10 años atrás.

- Mira esto. - el príncipe exhibió el huevo de dragón - Es un regalo - sonrió, lo hizo, pocas veces, contadas lo hacía, pero en esa ocasión sintió una enorme gratitud. No pudo contenerse.

Lozanía en la Piel  - Aegon II TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora