Prólogo

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Una luz reflejada,
la modelo mirando a la nada.
Hoy es vieeeernes sangriento,
aquí pronto habrá movimiento...

El riff de una guitarra eléctrica de los años 70 sonaba en una pequeña radio comprada en la dura época de la hiperinflación. Por ello es que le faltaba unos botones, sin embargo, tenía lo importante: el ajustador de volumen y del dial.

Aunque estaba a un soplo de romperse, Dina quería demasiado esa pequeña radio pues fue un regalo que le dio su tía antes de volar en pedazos por culpa de un cochebomba.

Dejó el lapicero modisqueado por sus ansiosos dientes al tratar de averiguar cuántas manzanas tenía Pablo si María le vendía 3x×123 manzanas.

Caminó hasta su ventana donde una pequeña cortina se movía con el viento.

El fresco aire que llegaba a sus narices revitalizó su cuerpo.

Concentró su vista en la Plaza de Acho, lugar donde los domingos habían corridas de toros. La última vez que fue se le había caído un helado por lo que no quiso volver, sin embargo, los recuerdos que tenía de ese lugar le generaban una dulce nostalgia.

La autopista que estaba a un kilómetro más allá estaba llena de autos de todo tipo: buses viejos, taxis con bocinas ruidosas, gente gritando y más bocinas sonando.

Dicho ruido llegaba como un susurro lejano hasta su casa, la cual estaba asentada en el cerro San Cristóbal, casi a la mitad de dicha estribación. Un lugar privilegiado para ver la loca y ruidosa ciudad de Lima.

Interrumpimos la transmisión de la canción para dar noticias de último min... hoy, viernes... en la ave... Larc...

El chirrido de la radio provocó un sentimiento agrio en su estómago. Lo sentía crecer hasta llegar a su corazón. Dina miró la radio, esperando a que la canción volviera a sonar. O que el locutor hablara y diga que todo estaba bien. Pero solo continuó la estática.

Solo estática.

Ni siquiera el ruido de la ciudad estaba presente. Solo los ladridos de cientos de perros que vivían en los alrededores.

Se sentó en el marco de la ventana y a los pocos segundos, su casa entera comenzó a temblar. Bajó rápidamente y apoyó su cuerpo en dicho marco, esperando a que se calme el movimiento.

Le habían advertido que si había un terremoto, la estructura no aguantaría ya que la base de la casa reposaba sobre piedras poco duras, como el resto de las casas asentadas sobre ese cerro.

Cuando se calmó, soltó un suspiro y volvió a la mesa.

Pero antes de sentarse, la casa volvió a temblar. Fue hasta el marco de la ventana y apoyó su cuerpo, pero el temblor seguía hasta que su casa entera se sacudió como maracas.

La cocina, los armarios y los focos de su casa se cayeron al suelo. Los cuales se partieron en pedazos. Al igual que el techo que cayó sobre Dina, abriéndole la cabeza.

Poco a poco el cerro se resquebrajó y la casa de Dina como la de sus vecinos empezaron a caer ladera abajo hasta sepultar la Plaza de Acho y alrededores.

Aunque había pasado solo 30 segundos, el temblor aumentó la intensidad hasta convertirse en un terremoto. Los puentes de la autopista cayeron y los autos se volcaron entre sí. Del cielo salieron relámpagos mientras que las casas se derrumbaban junto a los edificios, por más antisísmicos que sean, caían como naipes.

A tan solo un minuto, un bramor enérgico y salvaje resonó en toda la ciudad. Una grieta apareció en medio de Lima, extendiéndose desde la Costa Verde hasta el Cerro San Cristobal.

Ambas mitades se separaron como pan en el desayuno y en lo profundo de la grieta, la lava comenzó a elevarse.

El cielo gris de Lima se tornó rojizo. El mismo tono de la sangre que se derramaba por las calles de la ciudad sin que alguien pueda detenerlo.

 El mismo tono de la sangre que se derramaba por las calles de la ciudad sin que alguien pueda detenerlo

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1. La canción con la que inicia el capítulo es Avenida Larco de la banda peruana Frágil.

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