El primer día nunca se olvida

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Chac, chac.

Los golpes eran duros y pegajosos.

Chac, chac.

Sentía su estómago revolverse. Era una escena asquerosa, pero sus ojos no podían dejar de ver.

Chac, chac.

Cuando todo terminó, el corazón de José se quebró en mil pedazos.

—¡Levántate, animal!

El grito de Johana lo regresó a su habitación. Arena Hash levantó el colchón, tumbando a José al suelo.

—¡Oye, estúpida! Te dije que no entres a mi habitación sin mi permiso —reclamó José mientras se ponía de pie.

—Uy, claro. El señor no quiere que nadie lo vea masturbarse con esa revista donde sale Cindy Crawford. ¡Cochino!

—¡Mongola!

La presencia de su madre los enmudeció, incluso se pusieron tan tiesos como estatuas.

—Me alegra verlos despiertos tan temprano. Su desayuno ya está listo, tómenlo antes que se enfríe. Yo iré a servir el desayuno a los señores Meier.

—¿Qué hiciste hoy, ma? —preguntó José.

—Quaker.

—¡Quaker! ¡Aaaghhh! —ambos sacaron la lengua.

Melania no tardó ni dos minutos en llevar a sus hijos hasta la mesa cogiéndolos de las orejas. Los sentó en los asientos y les sirvió un tazón repleto de avena grumosa y caliente, antes de colocar la cuchara espolvoreó un poco de canela coloreándolo de marrón.

—Ahora coman.

Tanto Johana como José agarraron la cuchara que más parecía una pala. Enterraron el cubierto en la espesa avena y se llevaron un bocado a la boca. José se quemó por lo que tuvo que hiperventilar para enfríar la porción de avena que estaba en su boca. Johana comía de a poquitos para evitar quemarse.

—¿Por qué lo haces tan caliente mamá? Hoy hará como veintiocho grados de calor. Será el marzo más caliente de la década.

Melania ignoró a su hijo y le pisó el pie, haciendo que este abra la boca. Cogió la cuchara y una porción grande de avena, colocándolo dentro de la boca de José y luego cerrando sus labios. Unas lágrimas escaparon de los ojos de José por el calor que soportaba su lengua.

—Eshta rico —murmuró.

Con las mochilas listas y el estómago lleno, Johana y José corrieron hasta el auto del señor Meier quien se ofreció a llevarlos hasta una avenida cercana a la universidad.

—¿No se olvidan de nada, verdad? —preguntó Melania.

Ambos negaron con la cabeza.

—¿Sus cuadernos?

—¡Aquí está!

—¿Sus lapiceros?

—¡Aquí está!

—¿Sus colores?

—¡Aquí está!

—¿Sus borradores, tajadores, compás?

—¡Aquí está!

—Ya, Melania. No es como si fuera la primera vez que se van a la universidad —indicó el señor Meier con tono jocoso.

—Está bien —se acercó a sus hijos y los abrazó—. Cuídense mucho, ¿si? Los quiero bastante.

Y con un beso en cada mejilla, Johana y José subieron al auto del señor Meier, despidiéndose de su madre moviendo las manos.

JoJo's Bizarre Adventure: Breaking TownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora