Capítulo 36 (Edit.)

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→ C A M I L A ←

La vida no me ha sonreído nunca, menos por demasiado tiempo, pero creí que todo estaba mejor, que estos ocho años de terapia me habían servido, que mi salud mental y emocional ya había encontrado su punto de estabilidad preciso, aunque... Mierda, sí que estaba equivocada.

¿Cómo describir lo que se siente cuando vez que uno de tus amigos se marcha con una mujer que no eres tú? ¿Cómo se define ese sentimiento sin usar la palabra «celos» porque no tienes derecho a sentirlos? ¿Cómo poder engañar a tu corazón y vendarle los ojos para que no vea lo que está claramente frente a ti? Así, regañándome internamente, es como me he sentido últimamente con respecto a David.

Ni las mil y un charlas motivadoras de Mel consiguen hacerme sentir mejor; ella me aconseja que hable con él, que le cuente de mis crecientes sentimientos hacia su persona, pero es difícil. No quiero admitir que mi corazón está siendo robado por él, porque eso significa que estoy volviendo a ser débil frente a alguien más, frente a un hombre...

Mil veces mierda.

Suspiro mirando hacia el techo, a penas he podido dormir en toda la noche y ya son las siete de la mañana. Vine a acostarme para leer un rato después de desayunar con Mel, quien se va a ir a la casa de la tía de David. Mi amiga de cabello rojizo me lanza miradas mientras se viste porque es más que obvio que mis suspiros no pasan desapercibidos por ella.

—No me mires así —pido y dejo mi libro de lado sobre el regazo.

No puedo enfocarme en leer si Melanie me mira con esa cara, menos cuando estoy leyendo un libro de literatura juvenil en el que los protagonistas se aman como locos, y me jode que a mí no me pase como a Jenna, joder, ojalá tener una Jack Ross en la vida real.

—No te estaba mirando —responde.

—Ambas sabemos que lo estabas haciendo, Mel. —No contesta.

El silencio se vuelve tan denso que siento la obligación de hablar y esa es una habilidad que envidio mucho de Mel: ella consigue hacerme desear sus consejos, sus palabras, no sé cómo lo hace, pero siempre lo logra, de algún modo su silencio dice más que mil palabras y la necesidad de que hable es incontrolable.

—Puedes decirlo, tu silencio me molesta —me rindo.

Aún sin verla, puedo sentir la sonrisa que se dibuja en los labios. Coloco el marca páginas en mi libro y lo dejo sobre la mesa de luz. Mel se termina de atar los cordones y se endereza en la cama, la cual está justo frente a la mía, con un metro de separación.

—No quiero decir te lo dije, Cami, pero... te lo dije.

—Lo sé... —Me cruzo de piernas sobre la cama y me froto las sienes.

—De verdad no entiendo por qué te sigues negando si es más que obvio que él te gus...

—No termines esa frase —la interrumpo.

—El hecho de que no lo digas ni lo escuches no lo hace menos real ¿Sabías?

—¿Crees que no lo sé? Pero... si no lo digo ni lo escucho quizás consiga que esto que siento se vaya de una vez. —Llevo las manos al pecho y suspiro.

La chica de los sueños locos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora