LA CENA

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Después de haber restado recuperando fuerzas durante lo que llevaba de día y todo el día de ayer, creí que estaba capacitada para volver a salir de casa, aunque fuese para aguantar el sermón de Sonia, cosa que me apetecía más bien nada.

Habíamos quedado a las diez en la pizzería de al lado de casa, así que podía apurar un poco antes de meterme en la ducha y decidí entrar a chafardear en Instagram. Había he tenido el móvil abandonado en la habitación y me había dedicado todo el día a leer tranquilamente en el sofá. Me encantan esos días de dedicarme única y exclusivamente a perder la noción del tiempo por sumergirme en la historia de otros personajes. Tengo la capacidad de meterme plenamente en sus vidas y sentirme parte de ella. Me gustan esos momentos de sentirme identificada y reflejada en la que se narra en la historia. Los libros me permiten viajar a mil lugares distintos sin gastar ni un duro, además de experimentar mil emociones. Pasar del llanto a la risa con sólo cambiar de página. Sin duda, pura magia.

Abro Instagram y lo primero que me marcaba era una notificación. Yo tengo el perfil privado, no me gusta que cualquiera pueda ver lo que publico. Tenía una solicitud de amistad y al verla me dio un vuelco el corazón: Adri me había agregado. Miro el reloj y: salvada. Me tenía que ir a duchar así que podía postponer la decisión de aceptarlo o no.

Entro en la ducha, bendito el momento en que el agua empieza a caer por mi cuerpo. No hay mejor forma de resucitar y volver a la vida que una buena ducha. Soy de las que se ducha con el agua a temperatura de ebullición, contra más caliente, mejor. Durante todo lo que duró la ducha no pude dejar de darle vueltas a esa solicitud. Me había tenido que buscar para poder hacerlo. Bueno, no era muy difícil encontrarme, sabiendo mi nombre y buscando entre mis amigos era acierto seguro. Pero ya tuvo que hacerlo expresamente y eso me alteraba un poco.

Salí de la ducha, me sequé lentamente y me vestí. Decidí ponerme unos pantalones tejanos negros pitillo con un cinturón y de arriba un jersey de lana ancho, de color gris claro. De zapatos opté por unas botas planas negras. Había vuelto a la vida, pero los pies todavía tenían que descansar un poco antes de volver a calzarme unos tacones.

Al acabar de vestirme pasé al pelo y al maquillaje, tengo que reconocer que es lo que más pereza me da en el mundo de arreglarme. Me desenredé el pelo, me lo dejé suelto, no tenía ganas de mucho lío. Me hice la raya negra del ojo, me puse el rímel y me di un toque de color en los labios. Tampoco hacía falta mucho más para bajar a cenar a la esquina de mi casa, ni que fuese a una pasarela.

Sonó el timbre:

- ¿Quién es? – pregunté inocente de mí, sabiendo perfectamente quien era porque Sonia era imposible que hubiese llegado tan pronto.

- Soy Sílvia, abre – me respondió desde el otro lado del interfono.

Era evidente, si sólo había quedado con dos personas y una de ellas era Sonia, era fácil acertar quién se escondía tras el interfono. A veces me sorprende lo ingenua que puedo llegar a ser.

- ¡Hola! – dijo Sílvia mientras cruzaba la puerta.

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