RECAER

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Llegué al Hospital del Mar y Hugo ya estaba allí, de pie junto a la puerta. Ahí estaba ese chico de metro setenta con su impecable pelo rubio y su tupé perfectamente peinado. Conforme me acercaba podía ver lo bien que le quedaba esa chaqueta tejana, esos pantalones negros y esas bambas tipo skater. Seguí caminando hasta que llegué hasta él, y aquí os confieso que también, con las pulsaciones un poco aceleradas. No lo podía evitar, era verlo y se me disparaba el ritmo cardíaco.

- Buenos días – le dije con total naturalidad, haciendo ver que esos ojos verdes no me habían puesto nada nerviosa y que yo era un témpano de hielo. Todo mentira, por supuesto.

- ¡Hola! Cuanto tiempo – me respondió con una sonrisa que dejaba ver su perfecta dentadura.

- Sí, todas las Navidades – y sin querer, sonó a reproche.

- ¿Tienes algún plan para conseguir información? – me preguntó ignorando por completo el dardo que le había lanzado.

- La verdad es que no – le dije – no tengo ni siquiera demasiado claro ni lo que buscamos.

- ¿Entonces qué hacemos aquí? - contestó con el ceño fruncido.

- Pues calmar la paranoilla de Saúl y ganarnos el sueldo - respondí tajante.

- ¿Por dónde empezamos? - dijo mirando al gran edificio que teníamos delante.

- Yo empezaría por entrar y pasear. Como si supiésemos donde vamos, así vamos pasando por las diferentes plantas, tanteando el terreno.

- Estás loca – y esa sonrisa que deslumbraba a cualquiera volvió a aparecer.

<<Sí, por eso me líe contigo>>, esto sólo lo pensé, no quise venirme muy arriba, así que decidí callarme y dirigirme a la entrada del hospital.

Hay que reconocer que el lugar impresiona, tiene una arquitectura muy moderna que lo hace un lugar muy bonito, a pesar de no olvidar que es un hospital. Los grandes ventanales hacen que entre mucha luz y dé una claridad importante. Reconozco que he ido alguna que otra vez a un hospital, pero esta vez se palpaba una tensión en el ambiente distinta a la de otras veces.

La situación en el hospital era muy rara, todo se veía abarrotado, había muchísima gente por los pasillos, por las salas de espera... Se notaba que todo empezaba a estar saturado. Entre el personal sanitario se notaban muchas prisas y mucho nerviosismo.

Llegó la hora de irnos, ya llevábamos mucho rato dando vueltas como pollo sin cabeza, así que decidimos salir para irnos a casa.

- Oye ¿qué hora es? – preguntó.

- Pues son ya casi las dos – le dije – con la broma hemos estado un montón de rato.

- Pues vamos a comer ¿no? - propuso con rapidez.

- No, no hace falta – me quedé helada, era una propuesta que no me esperaba en ningún caso – mejor comemos cada uno en casa y ya está - respondí intentando dar el tema por zanjado.

- No seas idiota, entre que llegamos y no, habrá pasado un rato y si le sumamos el hacer la comida, ni te cuento – la verdad es que sonó muy contundente. Su argumento era demasiado bueno y era muy complicado de tumbar, pero no me apetecía nada. Aún y así...

- Vale, vamos a comer algo, pero rápido que estoy cansada.

Salimos y fuimos en busca de un bar, a esas horas y después de estar toda la mañana de arriba abajo cualquier cosa nos venía bien porque estábamos muertos de hambre. Pero parecía que no éramos los únicos y todos los bares estaban hasta los topes. Esta manía tan mediterránea de comer tan tarde me iba a costar la paciencia.

- Mejor que nos vayamos a casa, seguro que acabamos comiendo antes – propuse.

- Creo que será más fácil pedirlo para llevar, sentarnos en una mesa será misión imposible.

- ¿Y me lo como en el metro? – dije alarmada – para eso como tranquilamente en mi casa – añadí elevando un poco más el tono.

- Que no, lo pedimos para llevar y nos vamos al paseo. Ahí seguro que nos podemos sentar.

Y así fue, decidimos un bar y entramos a pedirnos un par de bocadillos y unas bebidas. Bueno, realmente él solo ya se pidió un par de bocadillos porque come por cuatro, ese cuerpo y esa energía hay que mantenerlos de alguna forma.

Caminamos hacia el paseo hasta que encontramos un banco donde apalancarnos. Por suerte no era uno de esos días fríos de invierno en los que se te congelan las manos, y menos mal, porque si no habría sido horrible. La verdad es que me costaba entender por qué ahora iba tan de amigo si no se había molestado en saber nada de mi durante todas las vacaciones. No sé, igual el problema es mío porque no entiendo este tipo de relaciones. Pero aún y así no podía negarme, era evidente la atracción y tensión sexual que había entre nosotros, a la que me costaba y mucho, resistirme. Estuvimos charlando y comiendo en el paseo marítimo, viendo cómo iba pasando la gente. Yo no sabía dónde mirar ni que decir, cada vez era más incómodo, así que comí a toda prisa para.

- Nos vemos mañana a la misma hora ¿no? – dije levantándome y con una clara intención de irme a casa, necesitaba volver a mi refugio.

- Si quieres te recojo – contestó rápido.

- No, no hace falta no te preocupes, nos vemos aquí directamente y ya está.

- Mira que eres rancia cuando quieres – respondió a la vez que él también se ponía de pie – pues vamos que te llevo a casa – añadió – no es negociable – sentenció a la vez que cortaba en seco mi intención de hablar y que iba a ser una clara negativa.

Fuimos caminando hasta el coche que por suerte no estaba muy lejos, el coche era un Seat pero no tengo ni idea de qué modelo porque soy malísima, pero eso sí, era de color negro e impecable, parecía que siempre lo tenía recién lavado. Qué rabia por que el mío realmente parecía una auténtica pocilga. Tengo que reconocer que la limpieza de coche no es una prioridad en mi vida, me da mucha pereza pasar la aspiradora y ya no os cuento mi dura batalla con la manguera a presión que se acaba convirtiendo en un claro "o ella o yo". Al llegar abrió el coche y nos subimos. Al entrar me invadió ese olor tan característico que hizo que se agolpasen en mí todos los recuerdos.

El camino no se hizo largo, seguimos hablando con total naturalidad. Teníamos buena relación y eso hacía que las situaciones no fuesen tensas, a pesar de todo. Conseguimos avanzar por el tráfico de Barcelona a las cinco de la tarde, hasta llegar a mi calle en la que se paró en doble fila justo delante de mí puerta.

- Gracias por traerme, nos vemos mañana – dije mientras abría la puerta para salir del coche y noté como una mano me agarró de la muñeca y tiró de mí para impedir que pudiese salir, tierra trágame.

- ¿No me vas a invitar a subir? – dijo con ese tono de voz tan seductor y esos ojos que hacían que perdiese la noción del tiempo.

- No, creo que mejor cada uno a lo suyo – ese "creo" hizo que mi respuesta no sonase nada convincente y él decidió tomar la iniciativa y comerme la boca, haciendo que me invadiese por completo su olor y evidentemente, me hiciese ceder, soy débil - ¿vas a dejar el coche aquí en medio?

- ¿Eso quiere decir que me estás dando permiso? - respondió con un cierto tono de victoria.

- ¿Tú que crees? – dije con un tono de chulería y picardía.

Así que no hubo más preguntas, simplemente se limitó a arrancar el coche y pegar un acelerón en busca de un hueco donde dejar el coche, eso sí, aprovechando cada semáforo en rojo para comernos la boca como si no hubiera un mañana y haciendo que las ganas aumentasen de forma estrepitosa y que la necesidad de encontrar un sitio para aparcar con mucha urgencia también. Por fin lo encontramos, no muy lejos de casa por suerte. Fuimos caminando a paso ligero sin decir nada, pero con mucha prisa. Entramos al portal y fuimos hacia el ascensor.

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