RUTINA

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Eran las siete de la mañana y el despertador me taladraba los tímpanos sacándome de mi plácido sueño, aunque no me acordaba de lo que soñaba por culpa de aquel brusco despertar. Odio enormemente ese maldito ruido del inframundo. He perdido toda esperanza de acostumbrarme, si llevo desde los doce años intentándolo y aún no lo he conseguido... no creo que haya opción posible, ¿Cuánto dura el proceso de adaptación? Porque probablemente ya lo haya triplicado.

Me levanté de la cama y fui directa a la cocina a por mí dosis de cafeína diaria. Soy de ese tipo de personas que antes de ir al baño encienden la cafetera. Y así, con los ojos medio abiertos preparé mi café, ese maravilloso olor invadió toda la cocina, lo dejé enfriar en la encimera y me vestí. Abrí el armario y elegí unos tejanos ajustados y una camisa color vino. Me puse unos zapatos negros y me dirigí hacia el lavabo. Me lavé la cara y me desenredé el pelo, decidí dejarlo suelto y maquillarme un poco, a ver si conseguía luchar contra las enormes ojeras que inundaban mi cara. Una vez lista: a por el café. Lo cogí y me fui a la mesa del comedor, me gusta tomarme el café tranquilamente, muchas veces mirando a la nada y no, no pienso en todo, me limito a quedarme empanada sin más, pero esta vez decidí darle una vuelta a Instagram, el cual me recuerda la solicitud que tenía pendiente desde hacía ya unos días, igual que el mensaje sin responder. Decidí volver a cerrar la aplicación y limitarme a disfrutar de mi café antes de que se me hiciese tarde.

Salí corriendo, no lo entiendo, pero es que ni levantándome pronto salgo tranquila. Siempre voy hasta la estación de metro a paso ligero, como si lo fuese a perder, pero siempre llego con tiempo suficiente y me toca esperar. No, no aprendo. A veces pienso que es el propio ritmo de la ciudad el que me acelera. En Barcelona hay gente corriendo a todas horas, pero a las ocho de la mañana parece que se acerque el apocalipsis. La gente corre de arriba abajo, sin ni siquiera levantar la mirada del suelo o del móvil, creo que, si alguien viniera de otro planeta con el concepto de "especie humana" integrado, pensaría que somos robots.

La gente camina y corre, incluso entrando y saliendo del metro puedes llevarte algún que otro empujón. De hecho, esto último es mucho más probable que un simple "Buenos días" o un "lo siento" tras la situación de antes. Hemos llegado al punto en que si alguien te da los buenos días en el metro somos capaces de mirarlo como si fuera un bicho raro. Qué pena, pero ya se sabe que el ser humano es la única especie capaz de autodestruirse, ¿Qué podemos esperar?

Llegué a la estación, bajé las escaleras y me acerqué a la zona para pasar el billete, había cola como siempre. Esperé mi turno y crucé. Bajé hasta la estación y me esperé de pie. Miré hacia los lados con mis casos en las orejas mientras sonaba Nil Moliner. Reconocí algunas caras, después de llevar tanto tiempo haciendo el mismo trayecto y a la misma hora, hace que acabes coincidiendo con las mismas personas y que formen parte de tu rutina, pero soy tan vergonzosa que nunca me atrevía a entablar ninguna conversación, me limitaba a sonreír cuando me dirigían una mirada y ya está.

Llegué el metro y subí como cada día. La música seguía sonando. Hay gente que no soporta escuchar música de buena mañana, pero en mi caso me ayuda a empezar el día con energía y con la mente un poco más despejada, porque hay que reconocer que el café tampoco hace milagros.

Cinco paradas más tarde llegué a destino, pero antes de bajar me giré y levanté la mano para despedirme de mis compañeros de viaje, una chica y un chico de los que no sé nada más allá de que compartimos viaje en un transporte saturado y lleno de gente, una muy buena forma de conocer a alguien.

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