FIN DE AÑO

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Si me llegan a decir aquel 31 de diciembre, mientras me comía las uvas previamente peladas y con los huesos quitados intentando no atragantarme, que lo que me esperaba no era un año lleno de propósitos que no iba a acabar cumpliendo si no, un confinamiento eterno luchando contra una pandemia... habría pensado que el cava me había subido excesivamente rápido y que ya iba con un toque de alegría en el cuerpo. Bueno, una pandemia y alguna que otra cosa más digna de explicar...


31 de diciembre, 23:45h

Otro año más que se acaba, quedan 15 minutos de año y no tengo la sensación de haber hecho ningún logro. Sigo sin entender la necesidad de proponerse metas y objetivos para empezar el año. Metas y objetivos que tendemos a olvidar dos semanas después de haber empezado, y que volvemos a recordar el 31 de diciembre para hacer balanza y martirizarnos por todo lo que no hemos cumplido. Eso sí, volvemos a plantearnos un sinfín de propósitos para el nuevo año que vamos a empezar, para no perder la maravillosa costumbre, al ser humano le encanta el autoengaño, podría ser deporte nacional probablemente.

Este año he decidido dejar de intentar pensar que voy a llevar una dieta sana y equilibrada, llena de color verde y dejando de consumir carne. Sí ya sé que es una opción genial para mi salud, pero ¿Qué queréis que os diga? No me veo dejando de comer carne y sacrificando esos trozos de fuet que me dan la vida entre horas, o que me quitan la ansiedad en épocas de estrés. Me niego.

La verdad que es un alivio empezar el año sin presión, sin la necesidad de pensar qué quiero conseguir, mejor fluir y que sea lo que tenga que ser. Al fin y al cabo, no voy a hacerle ni caso. Lo que sí que sé es que quiero disfrutar, vivir y hacer lo que crea que es mejor en cada momento, aun sabiendo que la voy a cagar de forma incalculable, peron¿qué le vamos a hacer si es marca de la casa?

- Espabila en pelar las uvas que te pilla el toro, como siempre – dijo mi madre sacándome de mis pensamientos extravagantes.

- Si, yo me doy prisa – contesté mientras me ponía manos a la obra. No tendré propósitos de año nuevo, pero la tradición de pelar las uvas y quitarle los huesos no va a cambiar, soy una chica de tradiciones y eternamente torpe. Si no lo hago así tengo un alto riesgo de atragantamiento.

Llega la hora y empiezan a sonar los cuartos, que momento más tenso. Es el momento en el que tienes que estar atento a que nadie se coma las uvas por error y año tras año alguien cae ¡como si fueran nuevos!, la primera campanada siempre se hace eterna, pero las otras 11... qué os voy a contar que no sepáis ya.

Yo para tomarme las uvas tengo que estar muy concentrada, no puedo mirar a ningún sitio, sólo las uvas. Como me dé por levantar la mirada y cruzarla con alguno de mis primos o con mi propia hermana... soy chica atragantada sin duda. Me entra un ataque de risa de esos que vienen sin sentido y soy capaz de empezar el año en urgencias. Me dedico a comerme las 12 uvas sufriendo por no atragantarme, adelantarme y pareciendo un hámster cuando acumulan comida en la boca, ese es mi elevado estado de sensualidad. No entiendo esta tradición, que más que un momento de alegría tiende a ser un momento tenso, empezar así el año no debería ser legal. Por mi parte, con doce tragos a la botella de cava a pelo me sería más que suficiente para empezar el año con alegría, lo reconozco.

Luego llega la parte de los besos, los abrazos y el que más me gusta, el de brindar con el cava. Me gusta el cava, que le vamos a hacer, algo bueno tenía que sacarle a las Navidades ya que me identifico mucho más con el Grinch que con los duendecillos de Papa Noel. Bueno, tener vacaciones y arreglarme de arriba abajo día sí y día también tiene su gracia. Pero la verdad, que echar de menos es algo que no me gusta, que me pone melancólica y triste. La mesa cada año está más vacía y más que de celebrar me dan ganas de llorar ¿sólo me pasa a mí? Viviría todo el año con la decoración de Halloween puesta con tal de ahuyentar el espíritu navideño de los demás.

Después de este rato de besos y abrazos, de felicitaciones de año, de WhatsApp que tardan en enviarse y de mini llamadas llega el mejor momento de la noche: le fiesta. Tengo que reconocer que no soy una chica que salga de fiesta de forma habitual, suelo hacerlo en ocasiones contadas y en fechas como ésta. Por ese mismo motivo supongo que soy la que siempre se ofrece para no beber y llevar el coche. Tiendo a no fiarme ni de mi sombra en noches así, no porque desconfíe de mis amigos y piense que por mucho que lleven el coche acaban bebiendo como si no hubiese un mañana, que también. Si no porque me gusta tener la independencia de poder irme a casa cuando me apetezca sin estar atada a la persona que me tenga que llevar a casa. Soy muy confiada y amigable como habéis podido comprobar.

Procedo a despedirme de toda mi familia, las Navidades están llegado a su fin, ya era hora... y ahora ya en principio no los veré hasta el día de Reyes, que por fin pondrá el broche final a estas fiestas y podremos volver a la normalidad. Creo que no lo había dicho, pero no es que me despida de ellos porque no vaya a volver a casa en una semana, que conociendo a mis amigos y su insaciable energía que sería muy probable, sino porque soy una chica independiente, que me lié la manta a la cabeza y decidí irme a vivir sola hace unos meses. Aunque ahora mismo lo agradezco, no tener que dar explicaciones de cuando salgo, cuando entro o llegar casi levitando para no hacer ruido y despertar a toda la casa. Aunque soy una abonada VIP a los tupper de mi abuela. Por mucho que me guste cocinar, nunca consigo su punto, tiene una mano muy difícil de igualar.

Antes de salir miro el móvil para hacer un último repaso y asegurarme que todos están listos para salir. Normalmente soy la persona más organizada y puntual del grupo, no todos son igual de puntuales, Sonia se lleva la palma sin duda. A ella le tenemos que decir siempre una hora distinta al resto para, en vez de esperarla durante 2h sólo tengamos que esperar media. Mi móvil está lleno de mensajes de felicitación de año, no porque yo sea una persona popular y con muchísima gente en mi circulo, si no que los grupos de WhatsApp siempre son una saturación y por supuesto, hay personas con las que sólo hablas para felicitar cumpleaños y navidades, pero siempre están esos mensajes, por muchos años que pasen, tiene su punto bonito. ¿No?

Decido que esos mensajes ya los contestaré mañana y miro en el grupo de amigos, también felicitan el año, como si no fuésemos a vernos dentro de 15 minutos... Todos están listos, excepto Sonia claro, que se hace de rogar y no contesta. Por suerte esta vez hemos aprendido y ella va con su coche, así puede llegar todo lo tarde que quiera mientras nosotros lo damos todo.

- ¡¡Feliz año!! – le dije a Sílvia mientras entraba en el coche, con la efusividad que me caracteriza.

- Feliz año amiga, tenía ganas ya de salir eh – me respondió con alegría – ¡estás guapísima!

- Eres una pelota, no me has visto todavía, llevo puesta la chaqueta – le contesté con retintín. Siempre estamos igual, nos queremos como nadie, pero nos encanta picarnos la una a la otra.

- No te he visto todavía bien en persona, pero si en el Instagram guapa, que llevamos el postureo en la sangre y he visto que ibas muy guapa. - contesta con rapidez.

No sé bien como definir a Sílvia, es una de mis mejores amigas junto con Sonia. Sílvia es una chica noble, evita los conflictos, es algo que no va con ella. Su nobleza incluso hace que a veces sea demasiado ingenua y que la gente se aproveche. Pero sin duda, es la bondad personificada. Es una de esas personas que todos necesitamos tener en nuestras vidas, esas amigas que lo entregan todo y que no esperan recibir nada a cambio. Esa persona que te da los abrazos más tiernos y sinceros en el momento clave. Aunque a veces su ingenuidad me ponga un poco nerviosa. En ocasiones creo que vive en el país de la piruleta en vez de en el país de pandereta en el que realmente vivimos, pero bueno eso ya es otro tema.

- Ahí te doy la razón, tú en cambio te has hecho más de rogar y no has publicado nada – de dije mientras miraba hacia delante y arrancando el coche, sin imaginar la larga noche que me esperaba por delante.

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