• C A P Í T U L O Ⅰ •

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Sí, era una noche más. Los mismos grillos, el mismo olor a polvo y el mismo aire frío recorriendo su espalda. La luz anaranjada del farolillo se extinguió, y la oscuridad se adueñó de la estancia. Kairy se debatía; no era la primera vez que la idea le rondaba la cabeza y, aunque sentía cierto vértigo, estaba convencida de que podía lograrlo. Debía hacerlo, pues era ahora o nunca.

Un último suspiro, un último chirriar del viejo colchón.

El cajón de la mesita de noche crujió en la penumbra a medida que se abría. Aunque la oscuridad aún reinaba, dentro de él brillaba una tenue luz azulada. Kairy extendió la mano hacia el fondo del cajón, agarrando con delicadeza una pequeña pluma, origen de aquel brillo celeste. Se detuvo a mirarla unos instantes antes de agarrar su arco, acompañado de una aljaba blanca repleta de flechas.

Lista para partir, se detuvo una vez más frente al espejo, contemplando en la oscuridad cómo el miedo y la esperanza se fundían en el azul de sus ojos. Decidida, colocó la pluma en su cabello plateado y salió por la puerta, despidiéndose por última vez de lo que había sido su hogar durante tantos años.

La ciudad yacía bajo el frío abrazo de Nath, la luna mayor que, acompañada por una menguante Kai, proporcionaba la única luz de la que Kairy disponía. La joven caminaba despacio, evitando a toda costa el contacto con los ciudadanos más nocturnos. Estuvo a punto de dar media vuelta al recordar a Darom, el alcalde de la ciudad, que se había encargado de cuidarla desde que apareció en las puertas de la muralla. En ese entonces, ella tenía cuatro años de edad, y aunque siempre le estaría agradecida, en el fondo sentía que no pertenecía a ese lugar.

Tampoco había encajado nunca con la gente de su edad. Allí, donde todos eran felices entre los muros, ella soñaba con ver lo que el mundo había creado fuera de ellos. Aunque, por otro lado, no pudo evitar el recuerdo de Vhinz, un chico de su edad, alto y rubio, con una intensa mirada salvaje, que daba a entender todo lo contrario de lo que en realidad era, pues la tranquilidad era uno de los puntos más fuertes de su personalidad. Mientras ella amaba buscar aventuras, él decidía seguir con sus obligaciones, en la granja de su familia. No obstante, lo consideraba apuesto, y sabía que él estaba enamorado de ella desde hacía tiempo. Muchas veces se había llegado a perder en sus profundos ojos verdes y tal vez, en otras circunstancias habría decidido tener una relación con él. Sin embargo, eran demasiado diferentes.

Sumida en sus pensamientos, Kairy logró llegar al establo donde la esperaba su mejor amigo, Shiro, un fiero caballo blanco. A primera vista parecía salvaje, pero a medida que te acercabas, se iba dejando ver ese matiz de ternura en sus ojos castaños.

Entró haciendo un gesto a su amigo para que guardara silencio, a lo que este respondió con un alegre lametón en la cara de la muchacha, que se apartó riendo lo más bajo que podía.

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