El cítrico y dulzón aroma de las toronjas del gran patio de tierra delantero de la casa, y el fuerte y cálido abrazo de su madre, fueron las cosas que le dieron la bienvenida a Cristian al hogar que no había pisado en más de cinco años.
Sonriente, dejó caer el equipaje sobre el suelo frente a la puerta de la casa, mientras regresaba el abrazo con la misma emoción y observaba a su alrededor con nostalgia.
En todo este tiempo, la casa que lo vio crecer no había cambiado mucho. Seguían las mismas viejas rejas del patio, los mismos árboles e incluso, las casas alrededor se veían casi iguales con sus árboles de mamones y entradas enrejadas a cuando dejó El Tocuyo hacía tanto. Pero a pesar de que las cosas se viesen iguales, no lo eran. Y una de las tantas pruebas de ello era lo pequeña que se sentía su madre entre sus brazos, cuando antes era él quien se sentía diminuto cada vez que le rodeaban aquellos brazos siempre fragantes a agua de rosas y a pan recién horneado por la labor de su madre en la panadería que habían construido a un lado de la casa.
—Ay, mi Cristian, mi niño... ¿Por qué no avisaste que vendrías antes? —dijo su madre casi sollozante de felicidad, sacándole de sus pensamientos y dando una palmada en el hombro de su hijo con una mezcla de reproche y efecto—. Todos estábamos preparándonos para ir a recibirte en el terminal. ¡Antonio! ¡Antonio! ¡Tu hijo está aquí!
—¿Cuál hijo? —gritó la voz de un hombre desde el interior de la casa, que Cristian reconoció como la de su padre.
—¿Cómo que cuál hijo? Pues, ¡el único que tienes! ¿O es que tienes otro hijo y otra familia? —replicó su madre con un dejo de exasperación, soltando a Cristian y girando a ver al interior de la vivienda con creciente molestia.
Cristian rio ante aquella escena que le recordaba a tantas de su niñez.
—Ya, mamá, es que no quería molestarlos —dijo Cristian recogiendo su equipaje—. Ni que tomar un carro desde Barquisimeto fuera mucho peo —aseguró divertido al ver que su madre seguía gritándole a su padre para que saliera.
Sin embargo, de nada sirvió lo que dijo, puesto que su madre siguió gritando reproches a su padre, los cuales sin duda ya habrían avisado también a todos los vecinos de su llegada.
Y cuando su padre por fin salió, reconoció de inmediato esa expresión de resignación ante el escándalo de su mujer, aun cuando la primera impresión del rostro de su padre sin el característico bigote con el que le había visto la última vez en una foto, y que el hombre había lucido por más de tres décadas, casi le hiciese sentir que estaba viendo a un desconocido.
—Pero qué escándalo tienes montado, Victoria —dijo su padre, negando con la cabeza con un suspiro, pero sin mostrar tanta efusividad como su madre. Después de todo, su padre nunca había sido un hombre demasiado emocional, pero el cariño en sus ojos era suficiente para demostrar todo su afecto. Un afecto que en el pasado muchas veces temió perder y sobre el cual aún hoy en día a veces se cuestionaba qué pasaría si lo perdía.
Aunque más allá de aquellos pensamientos, al ver a su padre con aquel rostro pulcramente afeitado, no pudo evitar preguntar con incredulidad y casi con horror:
—¿Papá? ¿Qué le pasó a tu bigote?
Jamás en su vida pensó encontrarse con la imagen de Don Antonio sin su preciado mostacho que tanto cuidaba como si fuese el mayor atractivo que tenía. Pero su madre volteó a ver a su padre y simplemente hizo un ademán de desestimación, como si no fuese nada importante.
—Bah, solo le pegó la crisis de la mediana edad. Dijo que así se ve más joven... Y yo que me había casado con él porque en su buena época ese bigote le daba un aire distinguido, pero ahora parece el culo de un mono sin pelo.
—Pero es a esta cara de culo de mono a quien besas —dijo su padre, fingiendo no verse afectado por las palabras de su esposa, pero Cristian lo conocía bien y ese leve enfurruñamiento de su expresión decía que su ego había sido un tanto insultado.
Cristian sonrió. Le sería difícil acostumbrarse a ver a su padre sin bigote, mas si su padre quería lucir como el culo de un mono sin pelo, quién era él para decir algo cuando su padre no lo juzgó cuando a él le dio por portar el mismo estilo que todos los Brayans del barrio porque la mayoría de sus amigos se vestían igual.
—Tenías que habernos dicho que vendrías —dijo su padre, por fin acercándose y asiendo sus hombros de forma afectuosa.
—Pero si lo hubiera hecho entonces no sería una sorpresa —respondió Cristian con diversión, dándole un corto abrazo a su padre y recibiendo un par de palmadas en su espalda.
—Sorpresa y arrechera es lo que le va a dar a tu prima Carolina cuando sepa que llegaste. Ella estaba esperando a que le avisáramos que íbamos a buscarte para recibirte. Sabes que esa condenada se muere por verte desde que le dijiste que vendrías a su boda —dijo su padre, y los hombros y labios de Cristian se contrajeron con una fugaz tensión.
Sabía que Carolina le montaría una por no haberle avisado, pero aun cuando no hubiese nada que quisiese más que darle un abrazo a la compinche de sus travesuras de infancia y adolescencia, todavía no se sentía capaz de verla. No cuando verla significaba que tendría que enfrentar a otra persona que le había impulsado a tomar la decisión de partir.
Y mientras entraba a la casa junto con sus padres, no pudo evitar pensar que quizá no estaba tan preparado como creyó para lidiar con ciertas cosas. Pero ya no podía dar marcha atrás. Solo le quedaba enfrentarlo para finalmente cerrar un capítulo de su vida que durante años había dejado inconcluso.
***
Y después de siglos por aquí, estoy regresando poco a poco. Y esta es una de las historias que tiene mucho en mi "baúl" llevando polvo.
Será una historia un tanto corta y cargada de modismos. Y esto lo advierto porque sé que hay personas a las que no les gusta mucho esta vaina, pero a mí me gustan mucho las tramas cargadas de modismos sin importar el país de origen porque considero que tienen un encanto particular. Y además, en este caso, tengo pocas historias ambientadas en mi país publicadas y durante el tiempo que he estado fuera he estado trabajando en eso, porque me disfruto mucho escribir vainas ambientadas en estos lares.
ESTÁS LEYENDO
Besos con sabor a menta
RomansaUn acontecimiento durante su adolescencia, desconocido por todos, hizo que Cristian tomase la decisión de marcharse a estudiar lejos de casa. Pero la invitación a la boda de una de las personas más queridas de su infancia y adolescencia, se convirti...