capítulo 3

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El Daniel mejorado tenía una apariencia que podía intimidar, pero sus actos le recordaban constantemente a Beatriz que, debido al trauma craneal que sufrió, era como un niño de cinco años. A pesar de que sólo había estado con ellos una noche  ella comenzó a tener un cariño hacia Daniel, y pronto hubo una tensión que se había formado entre Armando y él. Quizás la versión actual de Daniel no le agradaba a su esposo, y ella lo comprendía.

—¿Puedo ir? —preguntó Daniel—. No quiero quedarme, prometo que me portaré bien.

—Lo que pasa es que... No puedo llevarlo a la empresa, Daniel —explicó Beatriz—. Allá pueden reconocerlo, y de ser reconocido a ser chisme principal es algo que a usted no le gustaría.

—Por favor —suplicó—. Llévame.

Era posible que Beatriz se conmoviera por la cara de Daniel, tan herida, tan infantil y tan inocente. O quizás, por la manera tierna en la que le hablaba, con una delicadeza que a ella le resultaba totalmente nueva. Por mucho que se resistiera al final aceptó que él los acompañara, y en el momento en que dió su aprobación, Daniel festejó y plantó un beso en su frente. Aparentemente, ese gesto era su manera más dulce de dar las gracias, y a ella le costaba demasiado acostumbrarse.

—¡Ya, hombre! —interrumpió Armando—. ¿Qué es esa besadera, ah?

—Mi amor, no exageres —pidió Beatriz—. Daniel, váyase y póngase la ropa con la que llegó acá, no puede irse así vestido.

—¿Cómo para qué? —preguntó Daniel, observando su suéter celeste—. Me gusta, es cómodo.

—Hágame caso —insistió—. Es una empresa, debe vestirse formal.

—Pero vea —Daniel señaló a Armando—. Él va vestido como Ken.

Armando oía cómo Daniel decía esas palabras, y dejó la corbata sobre la cama para ir a golpearlo. Pero antes de poder hacerlo, Daniel se había refugiado detrás de Beatriz, temeroso de lo que sucedería. Y Beatriz, colocó sus manos sobre el pecho de Armando, intentando distraerlo con una sonrisa. Pero Armando no estaba satisfecho y miraba con furia al hombre.

—No te molestes, mi amor —pidió Beatriz—. Te ves bien. Ahora Daniel, hágame caso y vistase con su ropa.

—Sí, Beatriz —respondió, alejándose para el cuarto del baño.

Mientras Armando buscaba otra camisa, Beatriz terminó de maquillarse y de cambiar el pañal a su bebé. Después Armando intentó continuar con su preparación, pero, cuando pasaron algunos minutos, Beatriz que jugaba con su hija, se dio cuenta de que ninguno de los dos estaba preparado para salir de esa casa. Daniel parecía haber desaparecido, mientras que Armando se quitaba camisa tras camisa, a pesar de ser casi todas iguales.

—Ya, mi amor. Se nos hace tarde —informó Beatriz—. Iré a darle la niña a mi mamá, apresúrate ¿sí?

Beatriz se puso de pie con su hija en brazos y salió de la habitación. Aunque su mente estaba desbordada de pensamientos, lo que la sorprendió fue lo que se encontró cuando entró al comedor. Allí, vio a su madre riendo mientras limpiaba un gran bigote de chocolate caliente de la cara de Daniel. Beatriz se rió con ellos, y se sintió feliz de verlos tan contentos.

—¿Ya ves? Te ves más formal con ese traje limpio —habló Beatriz—. Mamá, ¿será que puedas agarrarla un momento?

—¿Yo puedo? —preguntó Daniel.

Beatriz se había sentido insegura respecto a dejar que Daniel se hiciera cargo de su hija, pero después de dudar unos momentos, decidió confiar en él. Y al ver que su bebé se sentía segura en sus brazos, Beatriz se sintió aliviada. Incluso cuando Daniel hizo una cara rara y rió, la niña se rió también. Todos estaban felices en ese momento, y ella por un momento también se sintió así.

Perdido en la infancia | Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora