capítulo 6

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Vivirás o morirás, no hay forma de saber cómo terminará la historia. El destino se asemeja a un libro que se lleva leyendo con cada uno de nuestros días. Beatriz consideraba que, con el paso de las semanas, su vida tomaba una nueva dirección. Su trabajo y su hija eran las prioridades, y la cara de Daniel no se alejaba de ella, aunque él se había ido, todos los extrañaban, exceptuando su esposo.

—Ay, mijita —exclamó su mamá—. Que pena con él, y tan bueno que era.

Su madre pensaba en él a cada momento, incluso cuando cocinaba o lavaba los platos, se preguntaba cuándo volvería Daniel, y si aparecerá tanto como ella lo deseaba. Y, con frecuencia, recordaba como había calmado a la hija cuando lloraba, lo bien que la había cuidado, igual que ella a él, y Beatriz al verla tan necesitada de cariño decidió pasar más tiempo con ella.

—¿Estás bien, papá? —le preguntó Beatriz, besando la frente de su papá.

—Sí, betty —susurro—. Vea, Daniel siempre leía el periódico conmigo...

—Ay papá —interrumpió, abrazándolo.

Su padre también extrañaba a Daniel, pues aunque Daniel no hablaba mucho, siempre se mostraba interesado en escucharlo. Su historia sobre los Pinzón era repetitiva, pero lo dejaba hablar mientras leía el periódico, aunque ya la conocía de memoria. Y a veces le daba la impresión de estar recordándola para sí mismo, a Daniel, le daba igual. Lo único que quería era que ese anciano, fuera escuchado.

—Oiga, betty —dijo Aura María—. ¿Qué le pasó al doctor Valencia, ah? No se apareció por acá desde que le dió su dolor ese.

—No va a aparecer, Aura María —respondió—. Por favor, no es asunto suyo ni mío.

—Sí betty, perdóneme.

Cada una de las muchachas del cuartel de feas se hacían la misma pregunta: "¿qué había pasado con Daniel Valencia?". Y aunque algunas lo intentaron preguntar a Beatriz, esta se negó a responderles. Pasaron los días, las semanas y el mes, hasta que por fin la vida de la empresa volvió a la normalidad. A pesar de todo, cada una de las chicas del cuartel, continuaban con las preguntas sobre ese día.

—¿Mi amor? —llamó Armando—. La niña no deja de llorar, ya intenté de todo.

Pese a que Beatriz procuraba mantener una sonrisa en su rostro y continuaba con su vida, en el fondo le resultaba difícil pasar página después de la partida de Daniel. Le era difícil sentarse a almorzar sin él al lado, y ya no tenía a quién contarle sobre sus problemas o sobre la niña. Incluso cada vez que regresaba del trabajo, deseaba verlo en la puerta de la casa con su sonrisa y mirada inocente, características de Danielito.

Antes de conocer a Daniel, Beatriz nunca se había imaginado que sería tan importante para ella. Pero, sin darse cuenta, había ido ganando un lugar en su corazón, hasta convertirse en una parte esencial de su vida. Sin él, le resultaba difícil empezar el día, y cada momento se volvía aburrido y vacío. Nunca antes había pensado que extrañaría a alguien como a él.

El doctor Valencia era un hombre egocéntrico y serio. Su trabajo estaba en primera línea, y todo su tiempo era dedicado a lo profesional. Nunca había sido partícipe de sus aventuras de la vida cotidiana, ni de sus risas y momentos divertidos. Su personalidad era opuesta a la del Daniel que conoció, y ella no podían reemplazar uno al otro, porque eran muy distintos. Pero deseaba que Daniel regresara, que volviera su esencia al apartamento y la haga reír en ese momento.

—Mamita, hay un señor que quiere verla —le informó su mamá.

En medio de la oscuridad de su cuarto, Beatriz sentía como si su alma hubiera salido del tiempo actual, y estuviera atrapada en un momento en el que estaba de regreso a ese día, en el que se enteró sobre Daniel y su incidente. La visión de Daniel en su sueño era un recordatorio permanente de todas las cosas que había perdido. Recordó ese día en el que la esperanza parecía no existir, y en el que se sintió abandonada a su suerte cuando, debía cuidar de un hombre con complejo de niño.

Perdido en la infancia | Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora