capítulo 4

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El médico, acompañado por un auxiliar, entró corriendo a la sala de juntas, gritando que lo dejaran pasar, mientras intentaba abrirse paso entre las secretarias y los empleados. Nadie lo entendía, pero se arrimaron y lo dejaron ir. Al entrar a la sala, el médico avanzó rápidamente hacia donde estaba Daniel, y con una ágil rapidez, empezó a revisarlo, y aplicarle algunos procedimientos rápidos de urgencia.

Necesitaba primero evaluar sus estados vitales, entonces revisó su respiración, tensión arterial y pulsación, mientras que el auxiliar preparaba los utensilios necesarios y muchas vendas. El auxiliar, con una preocupación en la mirada, intentaba ayudarle al médico. Le indicaron a Beatriz y Armando que les dieran espacio, y mientras Beatriz iba para presidencia, observó que Daniel abría débilmente sus ojos y la miraba por unos segundos.

—Discúlpeme, betty —interrumpió Aura María, entrando a presidencia—. Fue mi culpa, yo lo hice enojar.

—No, Aura María —calmó—. No fue culpa suya. Pero por favor dígale a las muchachas que no hagan tanta bulla.

—Sí, betty enseguida —contestó.

Los segundos pasaron lentamente, y nadie decía nada, solo había un silencio que parecía ir demorándose, con una espera que se sentía interminable. Todos sentían la ansiedad de saber qué había ocurrido. Al ver al médico salir de la sala, todos fueron hacia él, con una pregunta en sus labios y un temor en su corazón. Pero cuando vieron a Daniel intentando levantarse de su asiento, rápidamente fue detenido por el auxiliar del médico.

—¡No, no, no se levante! —interrumpió el auxiliar—. Quédese ahí, tómese un descanso.

—¿Por qué? No quiero sentarme —respondió, ignorando su mirada y observando a Beatriz—. Ya no me duele, Beatriz. ¡Mire me dieron una paleta!

—En realidad, me la exigió —contestó el medico con una sonrisa—. Disculpe, ¿será que puedo hablar con alguno de los dos?

—Sí doctor, conmigo —contestó Armando—. Cuénteme.

Mientras Armando se comunicaba con el médico, Beatriz intentó salir de presidencia y entrar a la sala de juntas. Sus pies se movían con calma, y su corazón le latía a un ritmo acelerado. Cuando entró, vio a Daniel sentado en su silla, mirándola con alegria y sin pensarlo dos veces, se acercó a él y le tocó la mejilla. El simple toque de Beatriz hizo que Daniel, con una sonrisa inmensa, descansara su cabeza sobre su mano y cerrara los ojos para disfrutar su calor.

—Ay, doctor Valencia —exclamó risueña—. No es usted, jamás me sonreirá así. Menos mal, ya me preocupaba de que sí.

—¿Por qué? —preguntó, abriendo los ojos para ver su expresión.

—Lo que pasa es que, usted es muy arrogante, egocéntrico. Y muchas cosas más —explicó—. Y por eso no me acostumbro a verlo... no tan usted.

—Bueno, eh ¿Será que puedo salir por acá? —preguntó el auxiliar, señalando la otra salida, pero Beatriz le pidió que saliera desde presidencia.

El auxiliar asintió y cerró la puerta de la sala de juntas, y en la sala quedó en un silencio profundo. El único sonido que se escuchaba era el chirrido de la envoltura al abrirse, y el que Daniel hacía al masticar la pequeña paleta. Beatriz alejó la mano de Daniel y tomó asiento en la punta de la mesa. Admirando la mejoría de él y su semblante tan relajado mientras veía sus manos, posiblemente por aburrimiento.

—¿Recuerda algo, doctor Valencia? —Le preguntó betty, y él la miró en silencio.

—Eh, ¿no? —respondió—. No sé, ¿qué tengo que recordar?

Perdido en la infancia | Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora