capítulo 5

253 29 15
                                    

Los infantes correteaban por el parque y sus risas llenaban la atmósfera. Daniel intentaba capturarlos, pero resultaba muy difícil porque ellos tenían su propia estrategia de esconderse. Beatriz se encargaba de conseguirles lugares donde ocultarse, pero Daniel siempre lograba encontrarlos y la cacería continuaba. El lugar se había transformado en un festín de risas y emoción, que empezó a atraer a todos los niños curiosos.

—¡Eso es trampa! —exclamó Daniel, mirando a Beatriz—. ¡Rápido, todos a ella!

Beatriz dejó de ayudar a los niños para esconderse de Daniel, ya que se dio cuenta de que los infantes se acercaban hacia ella a toda velocidad. Comenzó a correr, tanto por ellos como por Daniel. La correta era incesante, pero finalmente, Daniel consiguió agarrarla de la cintura y la levantó en brazos. Beatriz intentó resistirse, pero aceptó que él había ganado el juego.

Cuando Daniel la bajó, ella tuvo tiempo de ver la expresión alegre de sus ojos mientras se fijaba en los niños, con esa hermosa sonrisa que por años, guardó para sí mismo. En ese momento, Beatriz se dio cuenta de la situación en la que se encontraba, en la de su cercanía, las manos de Daniel en su cintura y sus propias manos en su pecho.

Y entonces sintió la tensión entre ellos, aún que solo ella podía sentirlo, porque él, más allá de ser un adulto, aún conservaba su mente de niño. Y notar que jamás volteó a verla, entre esa cercanía, le recordó que tenía la inocencia de un infante. A pesar de eso, ella no podía evitar la sensación de calma que le traía ver a Daniel tan despreocupado y feliz. Los recuerdos del pasado parecían no importarle cuando él sonreía. Sin embargo, se apartó de Daniel y acomodó sus lentes en el proceso.

—Tengo que ir ya para la empresa, Daniel —le contó—. Volvamos al carro.

Una vez que terminó de hablar, Beatriz sonrió a los niños y comenzó a caminar hacia su carro, con Daniel caminando a su lado. Subieron al auto y se dirigieron a casa de Beatriz en un silencio agradable. El único sonido era la radio de fondo, pero ni siquiera eso los distraía de los pensamientos que tenían, se sentían felices.

—Mamá, ¿será que puedas cocinarle algo a Daniel? —habló Beatriz—. Y por nada me lo deja salir, ¿me oyó?

—¿Cómo por qué, mamita? —preguntó Julia.

—Daniel, vaya y cambiese, ¿sí? —pidió Beatriz, y Daniel aceptó—. Vea, mamá. Hoy Daniel casi se nos va, el médico dijo que para la próxima que intente recordar algo, se muere.

—¡Ay, no que pena! —exclamó angustiada—. ¿Y qué van a hacer, mijita? Cualquier cosa puede regresarle la memoria.

—Sí supieras lo que Armando me sugirió —contó con molestia—. Quería abandonarlo en su apartamento, que si se moría iba hacerlo, pero solo.

—No, ¿cómo así? ¿Por qué hacerle tal cosa? —respondió, indignada—. Bueno, mamita. Váyase tranquila que yo lo atiendo, no se preocupe.

—¿Segura, mamá? Puedo decirle a Armando que me quedo acá y la ayudo.

—No, mija. Váyase que yo me encargo —insistió—. ¿Qué tal y la necesiten allá? No, no, no mejor vaya.

—Bueno, mamá. Ya me voy.

Apenas Beatriz salió del apartamento, su hija empezó a llorar y a gritar con todas sus fuerzas. Julia intentó calmarla de la mejor manera que sabía, pero nada parecía funcionar. Su nieta rechazaba la leche que le ofrecía, y al parecer, sólo quería que Beatriz volviera a estar con ella. No importaba cuántas canciones o juguetes le ofrecía, ni siquiera jugando con ellos lograba calmarla.

—¿Puedo? —interrumpió Daniel. Apareciendo con otra ropa puesta.

Desesperada, Julia le dio a Daniel la bebé, y aunque ella se sentía culpable, parecía que la niña prefería estar con él. Para sorpresa de todos, tan pronto como Daniel la tomó en brazos, la niña empezó a calmarse, como si su voz profunda y el cariño con el que la abrazaba la tenían tranquilizada. Poco a poco, su llanto se convirtió en un pequeño berrido, para después cerrar sus ojos y comenzar a dormir.

Perdido en la infancia | Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora