25 de octubre de 2023
- ¿Manuelito? - Es la primera palabra que sale de mi boca en cuanto la puerta se cierra tras de mí. - ¿Sigues despierto? - vuelvo a preguntar. Nada.
Habían sido unos días agotadores, una maratón de conciertos combinada con montones de entrevistas para hablar de El gallo de oro, pero no me arrepentía de nada. Por fin tenía la libertad de redescubrir quién era antes, con un ritmo que se había perdido dentro de mi pecho.
Como de costumbre, me abrí paso por la casa de Manuel, desparramando mis pertenencias por el camino: los tacones cerca de la puerta principal - aunque odiaba estar descalza, el dolor de pies era mayor - y el bolso sobre la mesa del comedor. Los pendientes los arrojo sobre una mesa auxiliar decorativa del pasillo, mientras saco mi blusa blanca de la minifalda, de modo que me cubre la mitad de los muslos.
Me dirijo a la cocina, enciendo las luces y me dirijo a la nevera, anhelando un vaso de agua. La casa está en silencio, confirmando mi teoría de que probablemente ya estaba dormido.
"¡Qué feo, Manuelito, se durmió sin esperarme!".
El pensamiento invade mi mente a la misma velocidad que una pequeña sonrisa brota de mis labios.
Todo el cansancio que sentía merecía la pena. Estoy haciendo lo que me gusta, compaginando escenario y televisión... y en medio de toda esta confusión estaba él. Apoyo mi cuerpo en el banco y acabo pensando en todo lo que ha pasado en los últimos meses, entre la ruptura con Michel y el acercamiento a Manuel, mi mundo ha dado un giro de 360º. Pero no quiero quejarme y no lo voy a hacer, no cambiaría este momento por nada.
Durante el día, opté por reprimir la opresión que sentía en el pecho cada vez que pensaba en la posibilidad de que Manuel hubiera visto lo que yo decía, pero en algún momento, el tema salía a relucir.
"Quizá por eso ya está dormido".
Como si en cualquier momento pudiera perderle de nuevo. Trago en seco cuando miro el vaso y me doy cuenta de que no queda nada en él. Aún me cuesta entenderlo, desde que volvimos a acercarnos, nunca habíamos hablado de esta situación. Era demasiado incómodo para los dos. Somos los mismos, pero al mismo tiempo hemos cambiado mucho. Hemos madurado lejos el uno del otro y ahora tenemos que encontrar el camino de vuelta, un camino que, aunque difícil, me ha encantado conocer. Quizás porque nunca había tocado el tema, tenía la sensación de andar siempre con pies de plomo.
Tanto tiempo separados y estaba arriesgándolo todo otra vez.
- ¿Por qué tienes esa manía de engañarte tanto? - Oí la voz grave de Manuel que venía de la otra dirección. Llevaba ya un camisón, negro para variar, y su cuerpo estaba apoyado en el marco de la puerta.
- ¿De qué estás hablando? - pregunto, volviéndome hacia él, sabiendo ya la respuesta.
- Escuché todo, Lucero. Cada palabra que dijiste para que Dios y el mundo lo oyeran. - Esa era una de las pocas cosas que no había cambiado: su tono de voz. Estaba lleno de tristeza. Manuel estaba decepcionado. - ¿Todavía crees algo de lo que dices?
- Manuel, por favor... - Cierro los ojos mientras mi cabeza se inclina hacia un lado. Siento que mis hombros se relajan, pero no de alivio sino de cansancio. Estaba cansada de todo. Michel, la prensa, el público... Sólo quería desaparecer. Preferiblemente en su compañía y donde nadie pudiera encontrarnos.
- Creí que te habías decidido. - Nuestras miradas se encuentran - Pensé que todavía conocía tu mirada.
Mirada. Ese era nuestro medio de comunicación cuando queríamos que nadie supiera lo que pensábamos.