Capítulo 7

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Desembarco del Rey había visto días mejores, mejores momentos y también peores. Desde la caída de los Targaryen hacía ya casi veinte veranos, la batalla del Aguasnegras fue la segunda que vieron algunos de los moradores de la ciudad real, la segunda en la que pelearon para proteger sus hogares. Aunque era la primera vez en la que los habitantes de la ciudad obtenían una victoria, celebraban la muerte de los enemigos a pesar de que había pasado casi un mes de ello.

Tras la batalla del Aguasnegras, los títulos y los premios fueron otorgados a las personas adecuadas, llenando los bolsillos de cientos de personas y haciendo crecer a muchos que solamente fueron luchadores, ocupando puestos importantes en la ciudad y teniendo títulos que los apoyaban, que les daban la fuerza necesaria para seguir luchando un día más en aquella aciaga guerra.

No fue sorprendente para nadie cuando lord Tywin ocupó el puesto de Mano del Rey echando a un lado a su hijo menor Tyrion y se hizo cargo de la ciudad moviendo los hilos como un rey sin corona, como un verdadero hombre al mando de cientos, de miles de hombres y mujeres a su servicio, siendo la cabeza del león.

Bajo el mando de Tywin y con las promesas y movimientos del Consejero de la Moneda, los premios gordos se movieron a los nuevos aliados del león y el ciervo. Altojardin, así como sus principales hombres, obtuvieron retribuciones abundantes por sus servicios, revocando cualquier estado por rebeldía y haciendo desaparecer cualquier mancha que Renly Baratheon hubiera dejado en la casa de la rosa, siendo uno de los principales premios el compromiso entre Joffrey y Margaery Tyrell, la única hija de los señores de Altojardin, la anterior esposa de Renly Baratheon y, por supuesto, la encargada de dotar de cincuenta mil espadas a cualquiera con quien ella estuviera casada.

El hermano gemelo de Margaery, ser Loras Tyrell, fue premiado con un puesto dentro de la Guardia Real para poder estar siempre junto a su hermana, siendo una de las nuevas espadas al servicio del rey y que peleará junto a sus compañeros juramentados.

Aquellos fueron algunos de los premios para la rosa del sur, para los que cambiaron de capa según las circunstancias. Pero Margaery era amada por todos. Siendo hija de Altojardin, la joven había obtenido el corazón de todos los hombres y mujeres gracias a su bondad, rompiendo el cerco comercial que había tenido Desembarco del Rey hasta aquel momento y apareciendo al mando de una caravana que repartía comida, siendo ella misma quien iba al frente.

Por supuesto, hombres como Tywin vieron esto como una oportunidad y la tomó para hacer algo que su nieto se había negado a hacer: dar buena imagen a la familia, a la corona y tener al pueblo del lado de la corona y los Lannister, algo que Tywin haría al casar a la chica de los Tyrell con su nieto descarado.

Tywin era un hombre con la visión puesta. Quería su legado sentado en el Trono de Hierro, dejar que su casa fuera reconocida incluso por encima de las otras seis, por encima de los Señores Dragon que una vez reinaron en Poniente, haciendo que todos se inclinaran bajo su mirada aguda y desdeñosa, algo que el Viejo León nunca olvidaría y que no volvería a permitir.

Su nieto había cometido muchos errores. Fue el causante de aquel conflicto al meter a Ned Stark en las Celdas Negras y, por ello, su loca mujer arremetió contra su hijo menor, contra Tyrion. ¿Y él debía quedarse quieto? Era Lord Tywin, señor de Roca Casterly, con el dinero suficiente como para alargar aquella guerra por los siguientes cien años. Por supuesto, aquella bofetada lo obligó a luchar, a pelear contra el cachorro de Stark y obtener de vuelta el honor perdido.

Y estaba dispuesto a hacer que no volviera a pasar, que su nieto no se equivocara evocando una segunda Guerra de Cinco Reyes. Con el Joven Lobo huyendo actualmente del oeste ante las noticias del norte, con Stannis oculto en Rocadragon y con Balon Greyjoy luchando contra el lobo, Tywin tenía suficiente. Con los movimientos adecuados y los oídos apropiados, terminaría aquella guerra en lo que restaba del año, teniendo las cabezas de sus en picas, con la sangre chorreando por el arma sin temor alguno, sin restricciones.

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