Capítulo 8

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La guerra había azotado Poniente regando cada rincón con sangre, con cadáveres de jóvenes y ancianos esparcidos por el pasto con los ojos siendo devorados por los cuervos, por las aves atraídas por la muerte y la guerra, carroñeros dispuestos a devorar aquel festín que la lucha de las casas había dejado para ellos. Lugares como Altojardin, Lanza de Sol y el Nido de Águilas aun mantenían sus "fronteras" cerradas, impidiendo el paso de los enemigos, siendo tres de los lugares menos afectados por la Guerra de los Cinco Reyes, aunque los asaltos piratas últimamente se habían visto aumentados en número e intensidad, dejando algunas rutas bloqueadas e impidiendo el paso de los comerciantes por miedo a ser asaltado por los "Hijos del Hierro", quienes habían tomado el norte para ellos mismos y dejaron sin hogar al Joven Lobo.

Norteños, caballeros del oeste y fervientes luchadores del Tridente se mantenían luchando por sus vidas en pleno centro del continente, por debajo de las tierras de los ríos y al oeste de Desembarco del Rey, circundando las tierras gobernadas por los señores del oeste y por los señores feudales.

Esto había sido culpa de Ross Bolton. La noticia sobre la caída de Invernalia y la prematura boda de Ser Edmure con una hija de lord Frey, había obligado al señor de Fuerte Terror a dejar la mayor parte de sus hombres sueltos por las zonas cercanas a su asentamiento: Harrenhal, el castillo más grande de los Siete Reinos, aquel que fue devorado por las llamas de los dragones de los Targaryen y se decía que estaba maldito por aquellos que lo construyeron, que lo habitaron, dejando muchos muertos a lo largo de los siglos.

La intención de que los norteños estuvieran rondando dicha zona, era para poder detener a Jaime Lannister, para devolverlo con el Reyen el Norte, para poder evitar que hijo y padre se reunieran y las fuerzas del oeste recobraran las fuerzas pérdidas durante cientos de enfrentamientos continuos, de muertes que regaron la tierra.

Ross estaba dispuesto a obtener al hijo de Tywin, a poder tenerlo en sus manos y poder usarlo como una moneda de cambio si Ser Kevan o lord Tywin lo atacaban cuando marchara a la boda.

Y había dejado que los Titiriteros Sangrientos se movieran libremente por las zonas cercanas a la fortaleza, peinando cada uno de los bosques hasta dar con el paradero de Ser Jaime Lannister.

―¡Oh, vamos!

La espada siseó y el tintineo de las cadenas acompañaron el forzado y desgastado movimiento. El beso del acero nuevamente resonó por el lugar, alertando a los pájaros, haciendo que tomaran vuelo para evitar la contienda, para ver a los combatientes.

Desaliñado, sucio, cansado y encadenado. Ser Jaime Lannister mantenía la fuerza en los brazos y las piernas, aunque en mucha menor medida que cuando estuvo en entrenamiento constante. Un año de prisionero, sin movimiento amplio, le impidió poder seguir en forma, con los reflejos agudizados como los de un espadachín nato. A pesar de ello, su enemigo no lo estaba teniendo fácil para poder obtener una victoria sobre él, para reducirlo en aquel enfrentamiento por un "capricho", como diría la mujer caballero.

―¡Jaime, suelta la espada! ¡Detente ahora!

Brienne Tarth detuvo el movimiento de la hoja de Ser Jaime, haciendo que el hombre resoplara por la fuerza usada por la mujer. La Doncella de Tarth había sido entrenada como un caballero. Era su sueño, su deseo y el tamaño, la fuerza ...la fealdad hacían de la doncella un objeto de burla para los hombres y mujeres.

Al haber estado un año encerrad y encadenado, Jaime no podía mantener el ritmo con la mujer que lo estaba golpeando. Sus brazos ardían, sus músculos le decían que se detuviera, que hincara a rodilla y se dejara domar por la mujer. Pero su cabezonería se lo impedía, él mismo no quería. Usar una espada estaba dentro de sus deberes y lo coherente. ¿Cómo podría mantener a la mujer a salvo y mantener la promesa si estaba encadenado? Una espada podría hacer la diferencia, algo que Jaime sabía muy bien y el honor de Brienne la estaba cegando.

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