Ruptura sin cepultura

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Una ruptura puede sentirse como un brazo sin codo o un rostro sin sonrisa.
Puede sentirse como un reloj sin minutero,
con incesantes minutos,
terminando sintiéndose como prolongados y perpetuos momentos.

Las rupturas tan necesarias como agravantes quisiéramos a veces fueran tan solo aparentes. Más aún cuando sabemos provocan incendios
y creemos desacertadamente
que quemaran todo hasta dejarnos fríos, irascibles y secos.

Las rupturas cuando las horas se convierten en días y los días en meses y los meses en años,
terminan siendo todo lo opuesto al gran horror que imaginamos.

Terminan siendo recuerdos maravillosos y partes de hermosas personas que llevamos.
Terminan siendo sonrisas, objetos, bailes y cantos.
Terminan siendo el tesoro más grande del capitán de cualquier barco.

Las rupturas acaban siendo el olor de un buen plato,
los brazos de un buen compañero
y los ojos de un buen recuerdo.

Las rupturas pueden no siempre serlo y pueden crear algo aún más bello,
oculto y lleno de esperanza,
pero aun así,
lo nuevo nunca será igual a lo viejo y,
es por eso que,
a lo viejo se lo atesora tanto como para apreciar aún más lo venidero.

Las rupturas son parte de la vida y hacen que llevemos agujeros
que se crean para que otros se lleven partes nuestras,
las cuales con el tiempo llenamos con la parte que nos dejan.

Las rupturas duelen, queman, arden,
pero también crean, arman y renacen. Solamente para agradecerse.
No porque tuvieron que suceder
sino porque nos siguen haciendo apreciar lo que tuvimos
y todo lo que hemos de obtener después.

Las rupturas parecen ser un caso perdido
y se sienten como la muerte de un ser querido, mas estas nunca se sepultan,
porque en recuerdos se transforman para vivir en experiencias y convertirse en alegría, vida y regocijo.

- Sofía C. Cotroneo

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18 de Enero

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