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Desde que tengo razón de existir, siempre he tenido una suerte digna de los Récords Guinness, no por ser algo bueno, más bien por todas las veces que le pedí al universo estar de mi lado y me ha dado la espalda. Cuando desee la noche del viernes no volver a ver a Yoongi fue totalmente cierto, sin embargo, ahí está, frente a mí con la argolla negra sobre su labio, los ojos entrecerrados esperando a mi pedido y yo no puedo sacar la vista de sus nudillos vendados con gasas por una pelea que tuvo. La pelea que tuvimos el viernes por la noche, mejor dicho. Mi vista se desvía hasta sus antebrazos desnudos cubiertos con tinta negra que se pierden debajo de su polo remangado por encima de los codos. Me pregunto hasta dónde llegarán sus tatuajes.

—¿Podrías apurarte? Llevo prisa —comenta un hombre detrás de mí con desdén.

—Un mocha creme frappuccino, con extra crema, extra chocolate y extra grande —menciona el tal Dan que aún se encuentra tecleando en su móvil.

Yoongi levanta una ceja en mi dirección con diversión. Muerdo mis labios repitiendo a gritos en mi cabeza que no tengo derecho a ocultarme de él, ni a sentir vergüenza de mi pedido extravagante. Asiento incapaz de confiar en mi voz.

—Un mocha en camino, entonces —se abre paso y deja a Dan, que ha guardado el móvil en el bolsillo, frente a la caja.

Me indica el precio y le entrego el dinero que saco de mi bolsillo, todo arrugado y hecho una bolita. Eris se encuentra disfrutando de su americano cerca del ventanal que da vista a toda la calle principal frente al campus. No tiene idea de la pequeña escena que acaba de pasar. Ni cuanto me afecta que Yoongi esté haciendo el mocha que pedí. Aunque tampoco debería sentirme cohibida con lo que pasa, después de todo, Yoongi solo fue un ciudadano que me ayudó a salir de un aprieto y ahora solo conozco su rostro, es decir, he desbloqueado su rostro de los lugares que al parecer lo mantenía en la sombra misma.

—Geneva Isadora Harrison —me llama al ver lo perdida que me encuentro.

Tengo la necesidad de corregirle, decirle que llamarme por mi nombre completo no es necesario, pero no me animo a dedicarle más de un par de monosílabos. Tomo el pedido y le agradezco con una de mis mejores sonrisas. Giro sobre mi propio eje y camino directo a Eris que ya me espera fuera del café, sin embargo, antes de cruzar la puerta miro sobre mi hombro. Yoongi se encuentra preparando otro café, con sus ojos fijos en mí.

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Paso lo que resta del día terminando un proyecto de historia del arte. Es una de las cosas que no me emociona como tal, no me considero una persona a la que el arte le corra por las venas, más bien soy del tipo contrario. No logro entender las pinturas de las que he escuchado hablar por horas, lo que significa cada línea y color. Mi madre lo intentó, quiso que su hija tuviera un don artístico. Fui a todas las danzas que se practicaban en mi ciudad, a pintura, incluso canto. Terminé siendo una chica con dos pies izquierdos y cero sincronización entre brazos y piernas. El dibujo más artístico y digno de admirar son mis recortes de Harry Styles durante su época de One Direction; sobre el canto, no hay mucho que pueda decir, no afino ni un poquito sería mucho decir para el sonido desgarrador que sale de mi garganta cada que quiere hacer algún tipo de sonido.

De todas formas, historia del arte es una optativa que tomé al inicio del semestre porque creí que con mi experiencia en las academias servirían de algo. Me equivoqué, aún sigo sin entender algo en lo absoluto.

Le envío mi parte del proyecto a mi grupo por correo electrónico. No pasa mucho tiempo hasta que la líder me manda un simple emoticón con un pulgar arriba y eso es mejor que una buena nota. La chica es certificada en casi todas las áreas de arte que se encuentran de este lado del país. Que ella apruebe mi parte del trabajo y no me lo devuelva con más correcciones de las que podría creer, es un gran triunfo para mí.

Easy © » ᴹⁱⁿ ʸᵒᵒⁿᵍⁱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora