Capítulo 11.

438 19 1
                                    


Harry

León— Dice Bruce contra el teléfono en son burlón. La palabra choca contra mí con brío, e incluso me tambaleo en mi lugar. Él ha estrujado la herida con fuerza, duele, pero no más de lo que enfurece.

Quiero partirle la cara; si no fuese porque le necesito, ya lo hubiese hecho hace tiempo.

—No lo hagas— Suelto finalmente, mis dientes encajados con rigor, en una venenosa advertencia. Él ríe impasible, y, con ello, apenas puedo controlar el ardor de la ira recorriendo mi torrente, pidiendo ser liberada de la única manera en que sé hacerlo.

—Como sea. Harry, tengo una pelea para ti— Un alivio anticipado me asalta. De pronto no puedo esperar a sentir la dulce liberación de un buen golpe propinado en el rostro, la barbulla de los espectadores y el dolor de mis músculos al tensarse y golpear con vehemencia. Esa es la única cosa buena que puedo tener.

—Mándame la dirección. Estaré allí en seguida— Mi gélido tono no da nada a relucir, mostrándose tan apático y tajante como siempre. Escucho la sonrisa de Bruce por la línea, él sabe que nunca me negaría a una pelea, antes de si quiera preguntar contra quién será, pues sea contra quien sea, gano.

—Bien.

Sin más, finalizo la llamada.

No tarda más de 2 minutos en mandarme un mensaje con la ubicación, y yo mucho menos en salir disparado hacia mi auto, encaminándome a aquel depósito abandonado al oeste del suburbio.

. . .

—Ahí estás, eh. Feroz León.

—Te dije que no lo hicieras— Me acerco desafiante hacia su regordeta y chaparra figura. Escasamente soy capaz de articular con claridad, y más aún de enfocar algo correctamente con mi mirada borrosa, todo lo que veo es rojo.

Para mi disfrute, Bruce retrocede con miedo, pero se repone con rapidez y se aclara la garganta antes de hablar: —Puedo destrozarte, Harry. No lo olvides— Sonrío con ironía antes de desaparecer entre el gentío, tengo que alejarme de Bruce antes de que me haga estallar contra él, no quisiera hacer algo estúpido de lo que pueda arrepentirme después, ya tuve suficiente de eso antes.

Voy hacia el espacio de pelea. Me saco la sudadera, dejando tan sólo una camisa de tirantes blanca cubriendo mi torso, el cual ya comienza a transpirar, debido a lo reducida y saturada que está la estancia.

Como de costumbre, el chiquillo, Thomas, se encuentra justo al frente de toda la multitud, resistiendo empujones y golpes accidentales en su rostro, por su baja estatura. Me mira con la misma sonrisa soñadora de siempre, mientras toma mis prendas para sostenerlas durante la pelea.

Coloco mis guantes desgastados sobre mis puños vendados. Estoy listo ahora.

El contrincante resulta ser alguien de quien no tengo la más mínima idea, luce debilucho y asustado. Obviamente es un aficionado recién iniciado. Pero, sea como sea, ni si quiera tendré compasión.

En el instante en el que me mira, sus pupilas relucen con ira y hostilidad. Estira sus brazos por encima de su cabeza, sin romper en ningún momento el contacto visual conmigo. Levanta ambas cejas hacia mí, con sátira; seguido retira la camisa por sobre su rostro, quedando su torso expuesto. Se encoge de hombros hacia mí, y vuelve aquella mirada de suficiencia. Sólo me hace desear dejarlo más mallugado.

«¿Qué se ha creído este tipo para mirarme como si él fuera la gran mierda?»

El vocero presenta los adversarios, las apuestas se realizan, y entonces resuena el silbato, declarando el inicio de la pelea.

Me abalanzo sobre su anatomía, sin titubeo, como una ola asoladora. Golpeo cualquier punto débil que haya analizado antes de él, uno tras otro, dándole oportunidades nulas de regresarme cualquier ataque. Mi cuerpo se inunda en un regocijo familiar; por cada alarido que mi oponente pega; por cada moretón en su pálida piel; y por cada frustración brevemente liberada de mi sistema, en todo impacto que mi puño enfundado logra dar con ímpetu. Creo escuchar, seguido de un lamento desgarrador, el crujido de su húmero romperse; compruebo que así ha sido cuando, el resto de su brazo cae, sin más que su estirada piel manteniéndolo unido a sus extremidades. «¡Vamos!, ni si quiera le di tan fuerte».

Cae al suelo de cemento como un costal de papas, débil, rígido. Me dispongo a arrodillarme para seguir golpeándolo, sin embargo, el silbato chilla de nuevo, y esta vez, no pienso rechistar o intentar algo más. El pobre chico ya ha tenido bastante. Al menos ya no podrá alardear de nada, está humillado.

Lo observo sobre el suelo, retorciéndose y tratando de sostener su brazo adherido a su cuerpo. Nadie hace nada por él; sólo lo miran, con lástima y burla al mismo tiempo; y me miran, con admiración e incluso temor. Yo he hecho eso, lo he destrozado, hasta el punto en que no le importa pedir clemencia a gritos, viéndose indefenso y cobarde. Pero no hay remordimientos, no me conmueve en absoluto, ¿Si quiera eso es bueno? 

«¡No, maldito monstruo!» 

Lo sé, pero no pienso hacer nada por ello.

—Muy bien, Harry— Elogia el vocero en voz neutro, únicamente para que yo pueda escucharlo. Reacciono de mi trance al instante, aturdido al principio.

Asiento.

Su voz se amplifica con intensidad a mis espaldas para anunciar a los espectadores lo obvio, he ganado.

Paso mis dedos entre las húmedas hebras de mi cabello, entretanto miro hacia las pequeñas ventanas plegables cerca de la cubierta laminada del depósito, el firmamento ha oscurecido varios tonos. Pronto una idea me golpea súbitamente, una idea de la que me había olvidado: Harley, tengo que ir con ella, tengo que acompañarla a casa, necesito...

—¿Qué hora es?— Me interrumpo a mí mismo, dirigiéndome bruscamente hacia Thomas. Esté se apresura a mirar en su reloj de muñeca, temeroso.

—Nu-nueve cuarenta

—¡Maldita sea!— Gruño antes de arrebatarle mi maleta y sudadera, seguido de retirarme los guantes con torpeza. El niño me observa extrañado, entre abre los labios, pero articular lo que fuese que diría le resulta imposible. Como sea, tengo que irme ya.

Medio troto, medio corro entre la multitud. Algunos se llevan uno que otro codazo de mi parte, pero es que tan sólo no se quitan de mi maldito camino. ¿Podrían caminar más lento? ¡¿Podrían estorbar más?!

No cabe duda que podría atizarle un buen golpe a cualquiera que vuelva a pasar frente a mí, y por el mero gusto de hacerlo. Me estoy alterando.

—¡Harry!— Escucho, la que reconozco como la voz de Bruce, a la distancia. ¡Qué no tengo tiempo, joder!

—¡Luego me pagas!— Grito de vuelta, volteando a penas la cabeza sobre mi hombro, sin detener mi camino en ningún momento.

Algo como alivio transita por cada rincón de mí, justo en el instante que estoy fuera de aquel lugar. Más cerca de llegar a mi auto, y menos lejos de estar con Harley. Aún así, mis latidos no han cesado de estamparse en ritmo acelerado contra mi pecho, como si aguardaran a un momento culminante, revelador, reconfortante. De pronto me encuentro ansioso de volver a mirar en sus ojos claros. Tan sólo quiero estar allí, con Harley, con mi dulce Beatrice...

═══════════

:OO ¿Quién creen que sea Beatrice? Y ¿Por qué llama a Harley así? 

Hola!

Les dije que subiría un capítulo a la semana, y esto seguirá así, al menos hasta que entre a la escuelilla :'C Igual falta mucho :DD 

Pues espero que les haya gustado el capítulo de hoy, voten y comenten mucho <3

Los quiero(:

Nos leemos luego ;)

The Boxer [H.S. au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora