III: PADRES E HIJOS COMO DIOSES Y MESTIZOS

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El grupo del campamento entró en el edificio. El recibidor era amplio, aunque se encontraba completamente vacío. El techo se expandía hacia arriba, probablemente más alto de lo que debería. Había sillas a los lados, posicionadas para todo aquel que tuviera que esperar para ver a quienquiera que necesitara ver en el edificio, apoyadas en las paredes y una mesa semicircular de recepción en medio.

Quirón indicó a los semidioses que lo siguieran y se acercó al mostrador, donde un hombre leía una revista de quiosco.

-Buenas tardes, señor -lo saludó formalmente Quirón-. Debemos subir a la planta 130.

El recepcionista no apartó la vista de su revista.

-Pero ¿qué está diciendo? Esa planta no exis...-Entonces el hombre levantó la mirada y abrió los ojos como platos al darse cuenta del aura que emanaban aquellos adolescentes-. ¡Mestizos!-exclamó. Se calmó lo más rápido que pudo y le tendió una carta de seguridad a Quirón-. Toma, centauro. Primer ascensor. Devuélvela al bajar.

El grupo pasó con tranquilidad y entraron en el ascensor, que de repente se volvió de color dorado.

Mientras subían, todos mantuvieron silencio, hasta que Quirón se dio la vuelta hacia ellos y los miró con dureza.

-Muy bien, para los que nunca habéis estado en el Olimpo: no toquéis nada a menos que se os diga; no os fijéis en los dioses menores o en las musas, solo avanzad hasta la cumbre sin apartar la vista; no habléis a menos que un dios os dé el turno de palabra; obedeced y no causéis problemas. ¿Todo claro?

Los campistas asintieron y se prepararon para el lugar más sagrado en el que se encontrarían en sus mortales vidas.

Al momento en el que las puertas del ascensor se abrieron, lo único que se veía eran nubes con edificios blancos y dorados encima, gente festejando y unas escaleras de mármol que subían hasta un gran templo. Todo irradiaba una aura festiva y animada, que te tentaba a seguirla, pero los mestizos solo siguieron adelante como Quirón les había ordenado.

Después de subir una infinidad de escalones, los visitantes llegaron frente a un gigantesco palacio de mármol, con columnas sujetando un techo en pico con varios niveles. Se veía cómo ardía una hoguera en el centro de una sala con una distribución exactamente igual a la del Campamento Olimpia: trece tronos en forma de U, en los que se encontraban sentadas trece personas enormes, vestidas con túnicas griegas de distintos colores, sujetas por un broche de oro con un símbolo. Los símbolos que tenían grabados los mestizos en alguna parte de su cuerpo.

El pequeño grupo avanzó hasta el centro de la sala, rodeados por los trece dioses del Olimpo sin excepción. En el centro, cómo no, se encontraba Zeus. A su izquierda, Poseidón, y a su derecha, Hades, abriendo así ambas filas de personas completamente distintas, excepto que todas tenían cabello rizado u ondulado.

Quirón dio un paso al frente.

-Buenas tardes, alabados dioses. Hay campistas que nunca habían estado aquí, que no habían salido del campamento o que, directamente, se internaron hace poco. ¿Podríais explicarles como funcionan las visitas, por favor?

Poseidón, aparentemente el único dios que no había roto el pacto, habló con voz profunda.

-Bueno, semidioses, no es muy difícil de entender, así que solo lo explicaré una vez. Cuando sea vuestro turno de estar a solas con vuestro progenitor celestial, debéis esperar a órdenes para hablar u otras cosas. Las audiencias se repartirán en distintas habitaciones.

-Ahora, por favor, proceded a colocaros frente a vuestro padre o vuestra madre y arrodillaos ante él o ella -dijo Hestia, diosa del hogar y el fuego. Ella no había engendrado ningún hijo en toda su inmortal vida, al igual que Artemisa y Atenea. Lo de Atenea es extraño, ya que no "parió" a sus hijos, nacieron de parto cerebral, como ella misma. Era un tema que del que no le gustaba hablar a los hijos de Atenea.

Fiebre MestizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora