VI: A PROBLEMAS, SOLUCIONES, Y A PREGUNTAS, NINGUNA RESPUESTA

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A la mañana siguiente, el primero en despertarse fue Abner. Se había acostumbrado a levantarse antes que el resto para revisar que todo el mundo estaba donde debía estar, ya que antes era líder de la cabaña de Hermes, pero decidió descansar un poco más; no había sido una noche muy agradable.

No se había despertado ni nada parecido, todo lo contrario: había soñado con personas; rostros que vagamente recordaba, de una etapa de su vida que debía ser olvidada (la cual ni él estaba seguro de que fuera verdadera, ya que era demasiado confusa), y con las que no debería haber soñado. Pero lo peor era que, durante casi toda la noche, sus sueños acababan variando hasta llegar a Ciara. No es que no le gustara, es solo que le ponía nervioso. A su padre no le gustaba nada Ciara solo por que era hija de Hades, y él no quería que le ocurriera nada, pero tampoco soportaría apartarse de ella. Era la única hija prohibida del campamento a parte de él, y la que más se acercaba a lo que podía sentir. Además, él quería ayudarla. Parecía que desde que su marca había aparecido se hubiera vuelto más introvertida que antes.

Aunque estuviera lleno de dudas, se durmió poco después de cerrar los ojos. No volvió a despertar hasta que Ilan lo movió en el colchón en el que se encontraba.

-Abner, despierta. Ya es por la mañana. Tenemos que subir al Olimpo.

El hijo de Zeus se levantó y salió de la cama, con cuidado de no despertar al campista de Dioniso que había tenido que dormir con él. Se estiró un poco y se frotó los ojos.

-¿Qué hora es?-preguntó soñoliento.

-Las...-Ilan consultó su reloj analógico-... siete y media.

-Uf... ¿Hay alguien más despierto?

-Hay alguien en la terraza. Está descalzo, porque hay unos calcetines y unos zapatos en la entrada, pero no he visto quién era. ¿Se te ocurre quién puede ser?

«Propio de Ciara», pensó Abner.

-Entrará para desayunar -dijo. Después, le dio a Ilan una palmadita en el bíceps-. Venga, hay que despertar al resto.

Empezaron por los que tenían cerca, como el hijo de Dioniso que compartió cama con Abner, y terminaron con cuatro mestizos que dormían profundamente en el sofá-cama.

En cuanto todos estuvieron despiertos, fueron a la cocina. Se sorprendieron notablemente al ver que había un desayuno casi tan variado como el del campamento servido en la mesa.

«Gracias, papá», pensó Ilan para sí mismo.

-Desayunad lo que queráis -les dijo a los semidioses-. Yo voy a arreglar una cosa. Esperadme para irnos.

Dicho esto, el hijo de Demeter se fue en dirección a la habitación de su padre, con varias miradas de duda por parte de los mestizos.

El profesor de instituto seguía allí, acariciando suavemente la cabeza de la niña, todavía dormida.

-¿No la llevas al colegio?-le preguntó su hijo en tono serio mientras cerraba la puerta con pestillo.

El hombre se levantó y puso todo su cuerpo frente a su hijo.

-¿Prefieres que la lleve allí, viva bien y que de repente la ataquen? Me niego.

-Pero no debería venir al campamento todavía -replicó Ilan.

-¿Por qué no?-protestó su padre-. A ti te llevamos a esa edad.

-¿Ha sido reclamada?

-No.

-¡Entonces no hay razón para que la lleves tan pronto! Ni siquiera sabe nada de esto.

Parecía que a Ilan iba a darle algo. Estaba muy alterado, con los ojos casi salidos de sus órbitas y su pecho subiendo y bajando con violencia. Estaba tan tenso que se le marcaban las venas del cuello y de las manos.

Fiebre MestizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora