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“Porque el ardor de tu mirada es el aire que respiro.”

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Sus manos comienzan a sentir el ardor, y su respiración se agita con cada esfuerzo que realiza. Sabe que ya no puede más, pero no quiere decepcionar a nadie.

Pronto deberán nombrarlo el nuevo jefe del Clan Recalt, y deberá asumir el puesto con altura y firmeza.

Pero sin ninguna cicatriz que demuestre su valía.

¿Por qué no tengo cicatrices, padre? Le había preguntado un pequeño Matías. Angustiado por no conseguir sentir el orgullo de su padre sobre él. Su único hijo, su heredero.

Su padre solo le había sonreído, suave, cálido en los bordes, con la ternura bañando su toque en su cabello.

Las cicatrices son importantes, Matías. Son el mapa de nuestra alma, demuestran quiénes somos porque cada una de ellas cuenta una historia diferente. Obtendrás una de ellas cuando el momento lo amerite.

Doce años después su piel solo había sido cincelada por una constelación de lunares regados por su piel blanquecida, sin cicatriz a la vista.

Otro golpe al árbol frente a él lo devuelve al presente, y deja caer sus dagas al césped a sus pies. El sudor perlando su piel y sus extremidad moviéndose adoloridas, ha sido una mañana agotadora, pero ha sido así durante un tiempo. Su padre, el jefe de los Recalt había perecido a causa de una infección en una herida, y los había dejado a su suerte con su único heredero. Casi una semana después, el consejo del Clan seguía debatiendo, habían disputas debido a que algunos de ellos no lo consideraban apto para liderar.

No está marcado. No conoce de dolor. No tiene historia.

¿Cómo podrá gobernar sin ese conocimiento en su piel?

Matías suspira e intenta alejar los murmullos venenosos de su mente. No tiene tiempo de caer, no puede darles el gusto de verlo desmoronarse. Su padre había criado a un luchador, un líder, un rey. No daría su lugar por derecho de nacimiento así como así.

Un fuerte estallido se oye a sus espaldas y parpadea confundido. Gritos provenientes de su Torre Dorada, humo gris saliendo en oleadas de ella. Sus pies se mueven antes de que pueda detenerse, attavesando el pequeño conjunto de arboles, recorre el camino de tierra hasta que llega al camino empedrado que lo guía a su pequeña ciudad.

“¡Señor!” Es el grito de Agustín, su escudero y más cercano amigo. Matías aprieta las dagas en sus manos. Curioso, no recuerda ha ellas recogido, pero eso no le extraña, después de tantos años ya son una parte de él.

“Infórmame.” Ordena mientras se mueven entre la gente alterada que comienza a ser resguardada por los guardias.

“Una explosión en la armería. Hay varios heridos, pero ningún muerto. Los guardias se dividieron entre ayudar a nuestra gente y proteger la Torre.” Lo sigue mientras esquivan a las personas y llegan a las puertas.

“Hay más. ¿Qué no me estás diciendo?” Lo conoce, conoce a su amigo desde pequeños. No sabe mentir, omite detalles, pero cuando no quiere mentirle no puede verlo a los ojos.

No lo ha mirado ni una vez de camino a la Torre.

“El sigilo de lobo negro estaba en una de las espadas.”

Matías detiene su andar apurado y puede sentir a su corazón volverse loco por la información revelada. No se han visto en persona en varios años, la última vez era solo un adolescente aprendiendo a usar sus dagas correctamente y él ya tenía muchas cicatrices ganadas.

ARVET. [Enzo Vogrincic & Matías Recalt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora