Capítulo 4: De zafiro

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Pasó un par de días repletos de Eggman olvidando que Tails no podía escuchar sus órdenes ni recomendaciones respecto a la reconstrucción de su hogar que había quedado olvidada desde que la discusión con cierto erizo terminó por arruinar el fuerte lazo amical que había entre ambos y que era conocido por cada individuo que haya tenido la fortuna de verlos.

Pudieron ser horas de ira del doctor cuando Tails permanecía de pie mirando un martillo sin lograr oír sus gritos de frustración porque lo quería ver ayudando a sus máquinas, mas la situación se volvió familiar el miércoles por la tarde, cuando el zorro comenzó a permanecer a un lado y Eggman ya no debía ir a sacarlo de en medio de la construcción para que no estorbara a sus inventos.

Se veía mejor a un costado sirviendo de vela que entre las tablas y robots que debían rodearlo para continuar con su trabajo. Sin embargo, la desesperación en la mente del menor era indescifrable a simple vista.

Cuando Eggman fingía que el ojiazul lo escuchaba, hablaba de futuros planes que tenía cuando su situación lograra mejorar, en tanto que el vulpino observaba con horror cómo el mundo no se había detenido con cada paso hacia atrás que daba en su vida.

Estoy cansado de ti.

—¿Qué piensas zorro? —preguntó el doctor esperando más una respuesta de sí mismo que de Tails, de quien el silencio agobiante fue su única reacción. Eggman notó el cambio de clima luego de que una fuerte corriente de aire sacudiera a tres Bee bots que vigilaba por las reconstrucciones. Al girar, casi no tuvo tiempo que perder al notar con perplejidad la sangre que brotaba de las orejas de Prower, quien seguía aferrando sus dedos a ellas.

Por fuerza ética e intranquilidad natural, Tails permaneció en la fortaleza de Eggman porque el segundo no lo quería dejar salir. Para el más bajo, eso estaba bien y viviría en la conformidad siempre que nadie más que el doctor, Cubot y Orbot supieran de su complicación.

Pero Eggman debía regresar a la vieja casa del ojiazul para ver que nadie atacara a sus máquinas y las dejaran hacer su trabajo; si bien era un asunto que podía atender desde la comodidad de su sillón, una parte de su malévolo ser esperaba que el trayecto sirviera de distracción para el zorro, ya que sabía que lo seguiría aunque lo encerrara bajo llave en una celda pequeña bajo el cuidado de sus robots. La otra parte, ansiaba que el vulpino se encontrara con alguien más.

Alguien más nunca apareció.

Estoy cansado de ti.

Tails miraba a todas partes como si sus orejas aún pudieran captar el ruido de la madera crujiendo a su alrededor, el metal impactando con metal o escuchar aquello que Eggman trataba de decirle. El vulpino observaba al resto con un recelo enfermizo, experimentando que la calma que pensó conseguir al no poder escuchar las palabras del resto era una ilusión que formuló para tranquilizarse.

Vagó importantes horas avanzando y dando vueltas en su propio sitio; sus pasos construyeron un camino en la arena que siguió hasta que un Bee bot lo empujó. Tails se escuchó quejarse al caer; desesperado, colocó una mano en su cuello y continuó hablando repetitivamente sin receso hasta que algún sonido volviera a captar.

Tails no buscó a nadie porque, aunque su soledad desconsolada anhelaba el amparo y abrigo de su compañera rosa, no podría escucharla. Para él, si Eggman se ofreció a ayudarlo fue porque se sintió culpable de que la relación que él se esmeraba tanto por espiar sin que nadie lo notara haya encontrado fin en su propia isla Fortaleza.

Aún así, siempre dejaba la misma nota frente al menor mientras este cubría sus orejas y prefería mantenerse en silencio sin alivio con la vista en el camino que aún no se borraba de la tierra. Eggman quería saber qué estaba pasando con él, Tails no quería confesar sus delitos ni involucrar a Tornado en esto.

De oro y de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora