1. Sótano - Fósil - Elefante

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—Nada, que se niega a entrar. Jovencita, estarás contenta con tu maravilloso descubrimiento.

—Lo siento, mamá. Yo solo quería comprobar si abajo hacía más fresquito.

—Sabiendo el pánico que tu abuela tiene a esos animales, bien podrías haberte estado callada.

—Querida, ¿y no hay nada que podamos hacer para convencerla de que dentro estará mejor?

—¡Pues claro! Sacar todos y cada uno de los huesos que tu hija ha encontrado debajo de este refugio. Así que, ya estás tardando.


   Él se quedó pensativo durante un par de minutos tras echar un vistazo a la apertura que comunicaba con el piso inferior.

—¡No puedo hacerlo! De pequeño me contaron muchas historias sobre lo que ocurría si matábamos a uno de esos. ¡Y no quiero que por remover sus huesos venga toda su manada a por mí!

—Te recuerdo que hace ya un tiempo que se extinguieron, así que esa excusa no me sirve. ¡Baja ahora mismo y deshazte de eso!

—¡Que lo haga tu madre, que es a la que le molesta! Y si no, que se quede fuera, expuesta a todo el calor. Allá ella con sus manías.

—Lo dices porque es algo que atañe a mi madre; qué poco tardarías en hacerlo si te lo pidiera uno de tus amigos de juergas y parrandas.

—¡A ellos no los metas en esto! ¡Son como hermanos de sangre para mí!

—¡Y mi madre es mi madre! ¿No te fastidia?

—Por favor, parad de discutir y dejadme pasar.


   La joven paquiderma volvía de su segunda incursión al subterráneo sujetando un harapiento esqueleto humano con su trompa.

—Era imposible que papá cupiera por ese agujero, así que me he decidido a bajar a por él. Además, yo he sido la que había originado el problema de la abuela. Eso sí, la parte de abajo del refugio me la quedo yo.

—Está... está bien hija, pero llévatelo bien lejos.

—Ya te he dicho que no van a venir más humanos, así que estate tranquilo. Y tú, dile a la abuela que ya puede entrar. Este que calor que nos dejaron antes de desaparecer es sofocante.

—De acuerdo. Yo tardaré un poco en volver, ya que quiero contarle a mi pandilla sobre este hallazgo y comprobar si hay más al fondo de sus nuevas moradas.

—Ya has oído a tu madre, no estéis mucho tiempo jugando fuera —le recomendó su padre a la vez que doblaba las patas y se recostaba.

—Te convendría no acomodarte demasiado. Enseguida vendrán tus amigos del alma a pedirte ayuda con lo que encuentren tu hija y los otros niños debajo de sus hogares.

Son caprichos de los dadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora