Y ahí estaba yo, armado con mi desgastado bolígrafo rojo, marcando todas las aberraciones que encontraba hacia nuestro querido idioma. Luego dicen que los españoles no hablamos bien inglés; lo de los británicos con el castellano es un caso perdido.
—¿Se puede saber qué significa esto, Martín?
Entre que no terminaba de acostumbrarme a ese nombre y que mi jefe entró en la sala sin avisar, pegué un bote en la silla y dejé un buen rayajo en el trabajo de uno de mis alumnos.
—No sé a lo que te refieres —le respondí sin alcanzar a ver qué había en la hoja de papel que blandía en el aire.
—¿De qué cabeza perturbada ha salido esta historia sobre elefantes que se asientan en una aldea humana tras el apocalipsis? —Leo estampó sobre la mesa una copia con la historia que había escrito para que mi clase hiciera un trabajo de comprensión lectora.
—Necesitan pensar más allá de lo aparente. No podemos ponerles las cosas tan fáciles... —me justifiqué recordando la falta de consideración de muchos británicos hacia mí, por ser un simple e inferior españolito.
—Y yo necesito que quieran seguir aprendiendo español en mi academia y no en otra.
—Tranquilo, casi todos tienen ya el nivel suficiente como para pedir paella y una cerveza cuando se vayan de vacaciones a España.
Me temo que mi argumento no fue lo suficientemente convincente. Leo cerró la mano arrugando la hoja de papel junto con la que estaba corrigiendo, haciéndolas una pelota que arrojó violentamente a la papelera.
—La próxima vez, escríbeles algo sobre Merlín o Harry Potter. Eso les gusta mucho a los ingleses. ¡Pero nada de elefantes que descubren cadáveres humanos, por Dios! —me ordenó el dueño de la academia Salamanca.
—Oído cocina. —Traté de que bajara bandera porque no quería perder el empleo con el que ganaba más dinero de todos en los que estaba enfangado. Menos mal que lo conseguí, porque cuando se enfadaba así me recordaba a Gárgamel, el de los Pitufos, y ya estaba haciendo lo imposible para aguantarme la risa.
—Ya que estamos solos, me gustaría preguntarte por ese alumno mayorcito que tienes y su perfecto dominio del español...
—¿Alumno mayorcito? —Sabía a quién se refería, por lo que decidí que era mejor desviar su atención a otra cosa—. Las mayorcitas que me tienen traumatizado son las hermanas Champman. Porque por muy formales que parezcan, no tienen derecho a pellizcarme los mofletes como si fuera su nieto. Y lo que no son los mofletes, tampoco.
—Eso va incluido en las libras de propina que pagan cada mes junto a la cuota —admitió el jefe ante mi cara de estupor.
—¿Propina? ¿De cuánto estamos hablando? —Vendría bien averiguarlo para valorar si me compensaba cambiar a clases particulares.
Pero Leo dejó mi pregunta en el aire, devolviéndome una sonora carcajada y repitiéndome lo de que no escribiera más sobre mundos apocalípticos. Con quien tenía que hablar yo era con el subinspector Gálvez. Para él, los trabajos y exámenes de español eran coser y cantar. Pero como el inmigrante rumano que debía aparentar ser, no podía bordarlo todo sin empezar a levantar sospechas.
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Son caprichos de los dados
ActionRelatos de temática elegida al azar mediante los dados del reto de escritura.