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«ROLLITOS DE PRIMAVERA»
(RUSLANA)

— ¿No les importará a tus amigos que esté aquí, no? — le pregunté a Omar aquella mañana de sábado.

Un pitido agudo salió del telefonillo del portal tras haber pulsado el botón para que abriesen.

— Claro que no — me aseguró él —. Además, ya escuchaste a Alex anoche. Estás más que invitada. Os caeréis bien, al menos hoy podremos mantener una conversación estando cuerdos.

Los chicos vivían en un tercero sin ascensor, así que subimos escaleras arriba en cuanto la puerta se abrió. Conforme iba subiendo me percaté de que el edificio contaba con dos puertas por cada piso. Es decir, era un edificio pequeño, antiguo y, además, oscuro.

Una vez arriba me dejé guiar por Omar, que giró en su eje a mano izquierda y aporreó la puerta del final del pasillo al llegar.

— ¡Por fin! Me muero de hamb... Ah, pensaba que eran los de comida a domicilio.

Un chico alto, con melena de un tono castaño claro, barba, septum y un riguroso acento uruguayo, nos había abierto la puerta de par en par. La euforia e ilusión desaparecieron de su rostro en cuanto se dio cuenta de que no éramos los repartidores de comida que tan ansiosamente esperaba.

— Yo también me alegro de verte, Lucas — respondió Omar entre risas, dándole un leve golpecito en el hombro y entrando en el piso sin previa invitación a pasar.

Yo me quedé petrificada en la puerta frente a ese Lucas que seguía apoyado con la mano en el pomo.

— Ella es Ruslana — informó Omar; los ojos del uruguayo me estudiaron con detenimiento —. Hoy comerá con nosotros.

— Boludo, si me avisasen con antelación de que vendría una mujer, me hubiese dignado a recoger la casa — protestó.

Acto seguido, Lucas se dirigió a mí con una sonrisa vergonzosa y me hizo un gesto amable para que entrase.

Seguí los pasos de Omar desde el recibidor hasta un pequeño y acogedor salón con dos sofás amplios, una mesa de café a los pies del sofá con un par de ibuprofenos de sobre tirados y tazas de café a medio tomar; una buena televisión con unas consolas y una mesa de comedor con varias sillas en la esquina. Una moqueta vestía el suelo de aquel salón. Para ser un piso de hombres, a primera vista se veía algo "decente".

— ¿Dónde está Alex? — preguntó el moreno dejándose caer en uno de los sofás. Yo me acomodé en un sitio a su lado.

— Muerto.

— ¿Qué? — espeté confusa. Lucas se echó a reír.

— Quiero decir que no levanta cabeza desde anoche. Bebió demasiado — explicó —. Lo despertaría, pero me da miedo sufrir las consecuencias de enfrentarme a un Alejandro con resaca.

— ¿No decías que era majo? — le susurré a Omar con incredulidad.

— Y es majo.

— Sí, cuando duerme — añadió el uruguayo.

Pocos minutos después se escuchó el timbre. Esos sí que serían los repartidores de comida.

Cómo Defender a un Asesino - Rusmar OT23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora