CAPITULO 1

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Jungkook 

Junio de 2001 – Trece años

Uno no pensaría que tomar un atajo de la escuela a la casa tendría consecuencias que cambiarían la vida.

Fue algo estúpido, en primer lugar. Estúpido porque la ruta me llevó directamente a través de Fleming Park y más allá de la escuela primaria local. Ahora, si las probabilidades estuvieran a mi favor, podría pasar sin que ninguno de esos imbéciles pijos y engreídos se dieran cuenta de mí.

Lamentablemente, las probabilidades rara vez parecían estar a mi favor. Los cabrones parecían tener una señal instintiva en lo que a mí respecta, siempre saliendo de la nada listos para atormentarme.

No sabía qué era lo que odiaban más de mí. Que aunque yo era dos años menor que ellos a los trece, ya los superaba en tamaño. Que mi código postal no tenía el mismo caché que el de ellos. Que no pasaba mucho tiempo fuera de mi casa porque estaba ayudando a cuidar a mis hermanos menores. Y a mi mamá. Desde que comenzó la quimioterapia, ella me necesitaba como nunca antes. Como el trabajo de papá era tan exigente, yo intervine para que todo siguiera funcionando.

O tal vez me odiaban porque era asiático.

En estas alturas, ya no me importaba por qué me atormentaban, sólo que lo hacían. Afortunadamente, nuestros caminos no se cruzaban con frecuencia. No es como si los fueran a pillar muertos en mi urbanización. No, a menos que estuvieran pidiendo a Druggie Bill una bolsa de diez kilos de hierba.

No eran mejores que nosotros cuando se trataba de drogas recreativas. Uno de esos cabrones pijos probablemente fumaba más que el resto de mi urbanización combinada.

—¡Oye, Jung-sookete!

La burla resonó por todo el campo. Incluso si no hubiera reconocido la voz como la de Timothy Smythe, la forma lenta y puntuada en que pronunció mi nombre lo habría delatado.

—Vamos, pequeño chav, ¿no quieres jugar?

Apreté los dientes ante el insulto. Con toda la educación que recibían esos idiotas, uno pensaría que tendrían un vocabulario más amplio. Ser de una urbanización municipal no era algo de lo que me avergonzara, independientemente de los insultos que quisieran lanzarme al respecto. Para ellos, una propiedad municipal significaba que eras pobre. Y ser pobre, para ellos, era algo de lo que debían burlarse.

Lo irónico era que ni siquiera nos faltaba dinero. Papá tenía un trabajo fantástico en una firma de contabilidad de la ciudad. Un año más y debería ser socio. De hecho, estábamos a punto de mudarnos a una zona mucho mejor. Mi nombre incluso había sido apuntado en esa estúpida escuela.

Pero entonces mamá se enfermó. Todo lo demás quedó en suspenso ya que todas nuestras vidas cambiaron en un instante.

Era ridículo de todos modos. ¿Quién carajos juzgaba a los demás por su dirección o su saldo bancario?

Gilipollas. Esos eran los que lo hacían.

Aceleré mis pasos, envolviendo el asa de mi bolso cruzado alrededor de mi mano. Ya había perdido dos bolsas con Timothy. Realmente no podía darme el lujo de perder el contenido de esta también. A diferencia de muchos de los niños de mi urbanización yo me tomaba la escuela muy en serio y esta bolsa contenía no sólo mis libros sino también dos ensayos completos. Mamá y papá me habían inculcado la importancia de una buena educación desde muy pequeño.

No iba a decepcionarlos.

Se acercaron con fuertes pasos mientras los chicos continuaban gritando mi nombre de esa manera exasperante.

MEJORES AMIGOS, ALMAS GEMELASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora