– ¡MALDITA SEA! – Maldije mientras dejaba a un extremo de la cama el teléfono.
Con pasos apresurados, me dirigí hasta el baño. Quité el pijama que llevaba puesto, y luego abrí el grifo de la ducha, dejando caer de inmediato el agua cristalina sobre mí.
Esta vez, no me retrasaría más de lo debido. Ya que un par de minutos más tarde, me encontraba secando mi cuerpo con una toalla. Sin pensarlo demasiado, cogí del armario la primera prenda que estaba a mi alcance.
Llevaría puesto un pantalón de vestir, color negro. Unas zapatillas del mismo tono y una camisa celeste, típica de trabajo. En cuanto termine de arreglarme por completo, cepille mis dientes y coloqué, por encima de mi cuello mi accesorio favorito. Mi bandana negra.
Mis gustos en relación al vestuario, no son de los mejores.
La gran mayoría de veces, veo a personas que parecen ser un icono de la moda, e incluso asemejan a ser fashionistas, como si la cultura de la moda naciera junto a ellos. Y eso es algo admirable para mí. De hecho, esas personas tienen mi merecido respeto.
No me imagino con la mezcla del arduo trabajo de verse bien con su imagen, el tiempo que conlleva y sobre todo la confianza en sí mismo. De poder hacerlo.
Más bien, soy bastante básica para eso.
Rápidamente, busqué en la sala de estar mi mochila de trabajo. Arroje el teléfono dentro y verifique que estuvieran los objetos necesarios, como el dinero, auriculares, entre otras cosas.
07:18 a. m. Pensé. Había observado el reloj que se encontraba en la pared.
– Mierda. No llegaré. – Me hablé a mí misma con desespero. No disponía de mucho tiempo, tomar el tren o el autobús el día de hoy no serían una opción para mi problema. – Odio los lunes. – Así que opté por un recurso confiable.
Me dirigí hasta la cochera, en donde se encontraba la bicicleta. Antes de partir, me coloqué mi chaqueta de jeans y por encima de mi espalda, la mochila.
Enseguida conecté el cable del auricular al teléfono. Antes de que pudiera apagarlo y guardarlo, di con la opción de reproducir la música. Finalmente, me monté arriba de la bicicleta y comencé a pedalear.
Odio ser impuntual.
De hecho, es una manía que aprendí a lidiar desde que estuve en la universidad y que con el tiempo, se ha convertido en una obsesión para mí, o al menos eso creía.
Pero lo que más estoy lamentando, es el hecho de quedarme dormida y que todas esas veces sea por el mismo motivo.
Era la sexta vez en lo que va este último mes, que llegaba tarde al trabajo.
– Señor Jones. Perdí el autobús. – Me hablé a mí misma, imaginando la situación con la excusa perfecta frente a mi jefe. – No, mejor no. Esa ya se la sabe. – Me retracté.
Me detuve frente al farol de tránsito que estaba con la luz roja. En lo que esperaba mi turno, seguía imaginando un plan de fuga.
– Señor Jones. ¡No me lo va creer! Pero el autobús se descompuso y volví a casa tirándome de un paracaídas. Luego, terminé en un lugar desconocido en el que tuve que nadar y robarle la bicicleta a un extraño en cuanto llegué a tierra. Pero descuide, se la devolveré a su dueño, lo prometo. – Sonaba tan cínica.
Dios, sí que era muy mala para mentir. Pensé.
La luz ahora cambió a verde y nuevamente comencé a pedalear para seguir. De camino al trabajo, podía divisar como los árboles danzaban locamente por el viento y mi cabello lacio con ondas ligeras era cómplice de aquello también.

ESTÁS LEYENDO
𝐂𝐔𝐋𝐏𝐀𝐁𝐋𝐄𝐒 | ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄ
Dla nastolatkówEnzo Vogrincic y Jacqueline Scaglione terminan envueltos en un accidente. Una historia de dos personas muy diferentes con mundos distintos. Él es un hombre de treinta años, dedicado al trabajo y a pasar tiempo con sus amigos. Sus hobbies son la foto...