Capítulo 2

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De camino al hospital, no dejaba de sentirme mal conmigo misma. No podía con la culpa.

De hecho, nunca antes había reaccionado de tal manera. Era mi misma moral, quien enjuiciaba mis actitudes, tal vez fui inmadura y patética, pero no me arrepiento de vulgarmente enseñarle mi dedo del medio a ese insensible hombre.

Después de todo, él era un novato al volante hablando por teléfono. Tenía todo el derecho del mundo a enfurecerme.

A pesar de que mi cabeza dolía y algunas extremidades de mi cuerpo también. Mi salud no estaba siendo relevante para mí. Era todo lo contrario.

Todo era un caos, uno en el cual quería aislarme y olvidarme de este mal día.

En cuanto ingresamos al edificio, me derivaron a la sala de urgencias. El médico, quien amablemente me atendió. Desde el primer momento cumplió con su labor.

Me realizó un chequeo como cualquier otro paciente, e incluso dió la orden de una radiografía inmediata.

Quería descartar la posibilidad de que no me había quebrado el brazo, y que por suerte, eso no había ocurrido.

Fue conciso.

Me explicó que por el efecto del choque mis nervios seguían tensionados, ya que en la caída, mi brazo derecho había amortiguado todo mi peso. Por eso me dolería.

Mientras, necesitaba hacer reposo. Así que en las primeras horas, debía pasarlas en observación.

Al cabo de un rato, la enfermera llegó al cuarto. Me realizó una limpieza en las zonas afectadas y raspones. Luego, aplicó algunos ejercicios de estiramiento para que vuelva a recuperar la movilidad.

Pero como todo hospital, y es de esperarse, tenía otros pacientes que atender. Tampoco quería abusar de su nobleza, así que me encargué yo misma de seguir con lo que me enseñó, hasta que el doctor me diera el alta.

Al principio, el dolor era insoportable, pero poco a poco, comenzó a aliviarse y a ser más tolerable.

[...]

– Descuide, estará bien. – Habló el doctor. – Como le expliqué anteriormente, la mujer debe hacer reposo absoluto, así qu... – Lo interrumpí.

– Doctor. – Me había quedado dormida. – ¿Qué hace este hombre aquí? – Pregunté seriamente, quería una explicación.

– ¿Disculpe? – Cuestionó incredulamente. El anciano arrastró sus ojos con lentitud hasta el hombre y regresó a mi con el ceño fruncido.

– Doctor. Ese tipo me llevó por encima con su estúpido coche. – Hablé como si fuera obvia.

– Solo intento ayudarte. Si no quieres mi ayuda, lo entenderé. Pero no me iría de aquí con la conciencia intranquila. – El castaño, decidió no quedarse callado.

– ¿No te bastó con atropellarme? – Ironicé. No quería perder los estribos, pero tan solo con su presencia, lo estaba logrando.

– Parecía muy preocupado por usted, que pensé que era su pareja. – Exclamó el anciano.

– Por favor, solo déjame cubrir con los gastos médicos. Puedo llevarte hasta tu casa, si lo necesitas. – Habló sin quitar su mirada de mí.

– ¿Con el coche que me atropellaste? – Inquirí. – No, gracias. – Hable seria. La situación cada vez era más tensa, podía notar como el anciano estaba incómodo, mientras que el otro suspiraba pesadamente.

– Bien. – Carraspeo su garganta. – Si me lo permite, necesito que me deje a solas con la paciente, por favor. – Se dirigió esta vez al castaño mientras señalaba hacía la puerta.

– Está bien. – Asintió con la cabeza. – Muchas gracias doctor, quería saber si ya se encontraba mejor la mujer. – Me observó unos segundos para después darse la vuelta y retirarse de la habitación.

– Bien señorita. Tiene el alta, puede retirarse. – Expresó.

– ¡Gracias a Dios! – Respondí al unísono.

– Siga con las indicaciones que le dije. Aquí tiene la receta. – Me extendió el papel. – Cada seis horas tomé los antibióticos que le indiqué, y nada de arduo trabajo. Tiene que hacer reposo durante tres días. – Ordenó.

– Perfecto doctor. – Atrapé con mis manos el dichoso papel. – Muchas gracias, buenas noches.

– Igualmente. – Fue lo último que dijo para después retirarse de la habitación.

Me apresuré en ponerme las zapatillas y mi campera. Debía llamar a un taxi y así lo hice, ya que mi teléfono se encontraba dentro de mi bolsillo.

Minutos más tarde, me encontraba esperando a un costado de la calle al taxista fuera del hospital. De pronto, un coche negro se había aparcado a mi lado. Seguramente era el taxista.

Bajó el vidrio de su acompañante para que pudiera verlo mejor.

- ¿Eres así de intenso con todas las mujeres que atropellas? - Me adelanté antes de que pudiera decir algo más. Mofé y me di media vuelta. Era él castaño nuevamente.

– Sé que si vuelvo a ofrecerme no lo aceptarías. Pero tranquila, no insistiré. – Apretó los labios y elevó ambas cejas. – Quería asegurarme de que tus pertenencias te sean devueltas contigo y las lleve a la jefatura. – Habló firme y duro.

La bocina del taxi hizo que me sobresaltara. Volví a mirar al chico, quien no había apartado su mirada de mí, en ningún momento.

– El taxi me espera. – Fue todo lo que pude decir. A juzgar por su rostro parecía estar triste. Quería retractarme, pero la verdad era que no pude controlarme.

– Adelante. – Respondió. – Lo lamento, quería que lo supieras. – Tragué saliva instantáneamente al oírlo. Poco a poco, comencé a alejarme de su coche y caminé hasta el otro que estaba a mi espera para irme por fín a casa. 


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Gracias por leerme. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo!

𝐂𝐔𝐋𝐏𝐀𝐁𝐋𝐄𝐒 | ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora