Todo había empezado ahí, en el Limbo. Aquella extensión de terreno desértico del que surgían colinas desquebrajadas y que se abría al abismo oscuro de su interior. Del cielo, tan brillante que era complicado mirarlo, bajaba una bruma espesa. También de las grietas, desfiladeros atroces, salía un humo negro.
Todo, también, terminaría ahí. Aunque terminar no era la palabra adecuada... Quizás cambiar. Nada duraba eternamente y allí era donde lo nuevo dejaba lo viejo, creando algo distinto.
Aquel era uno de esos momentos y, como un presagio, Carmen sintió la presión, el anticipo de que algo grande, muy grande, iba a ocurrir. La oscuridad se enroscaba a su alrededor, dándole la oportunidad de ocultarse. Pero ella solo enroscó su oscuro cuerpo licuoso hacia arriba, observando.
Frente a ella se alzaba, de entre todo el ejercito enemigo, un ser descomunal. De forma humanoide, y al mismo tiempo arbórea. De su "cintura" salían tentáculos, o raíces, que se enroscaban hasta el suelo. Su rostro se abría, hacia arriba, en grandes bolsas llenas de luces. Su cuerpo era blanco y pulido. Del torso, por los costados, salían ocho brazos, cuyas manos flotaban, formando figuras, a su alrededor. De la espalda, salían alas. Ocho también. Sus ojos, abiertos y de expresión triste, brillaban dorados, mientras su boca se apretaba en una fina y tensa línea.
Era Dios. Aquel que los había condenado al sufrimiento eterno, el que los creó para luego abandonarlos a la deriva de una existencia insuficiente.
¿Y frente a él...elle?
Las sombras se extendían, pero de entre todas las figuras, la más grande era Lucifer. Un ser que parecía hecho de oscuridad y fuego, con dos largos cuernos que parecían rotos en sus puntas. La superficie oscura de su "piel" era cursada por cientos de grietas que llameaban.
Carmen se sorprendió la primera vez que vio cómo eran todos. Seres tentaculares, con cientos de bocas u ojos, reptando por la húmeda oscuridad del Infierno, los demonios. Aquel lugar había sido un lugar gélido, donde abundaban las simas oscuras bajo las aguas. Un mar inmenso, en el polo del universo. Y los pecadores iban a dar ahí, cada uno con una forma diferente, atrapados entre seres de tamaño descomunal, escuchando gritos y suplicas en idiomas que no entendían, con frío y el abismo a los pies, sin poder hacer nada para alcanzar la seca, brillante y cálida superficie.
Ese era su lado, el de sufrimiento eterno y la condena. Y en su contra estaban aquellos seres, que parecían hechos de luz y colores. Con un tacto tan caliente que al tocarlos, salía vapor. Algunos parecían llamas. Otros tenían alas, ojos o formas de objetos que alguna vez conocieron.
Todos ellos, llenos de furia, estaban luchando entre ellos.
No había sangre en el campo de batalla, y los cuerpos solo eran polvo que se llevaba el viento. Dios abrió la boca y gritó. Su voz era un cuchillo, o cientos, dentro de cada demonio, caído y pecador presentes. Pero Lucifer no se dejó someter, su dolor iba más allá de aquello que le reprochaba su padre.
Carmen no podía entender cuanto sufrimiento tenía el antiguo ángel en su interior, pero había oído la historia, conocía los rumores. Expulsado de su hogar por ver la verdad del Ser Humano, algo imperfecto, con potencial para el absoluto desastre... Rompieron su halo, tornándolo en cuernos, y le arrancaron las alas para no poder volver. Apagaron el fuego de su espíritu hundiéndolo en las gélidas y oscuras aguas del Infierno. Desde entonces, cuando el Hombre era solo un bebé recién nacido, había permanecido allí, encerrado. Tanto dolor lo llevó a conocer al Oscuro en mayúsculas. La desgracia en si misma, Satanás. Un espectador en aquella guerra.
Entonces, mientras luz y oscuridad se desgarraban entre ellos, se hizo el silencio. A los "ojos" de todos, Dios se desmoronó en polvo, atravesado por uno de los brazos de Lucifer.
Una corriente de aire se elevó desde su posición. Carmen sintió la quemazón y se retorció buscando oscuridad. Escondidos, en las grietas, los pecadores y demonios esperaron. El bando contrario parecía un caos. Gritos y llantos llenaron el espacio mientras volaban de un lado a otro. Algunos parecieron suplicar, otros se dieron a si mismos muerte...
¿Hemos ganado?
Carmen no pudo identificar la voz, eran demasiados para conocerse todos tanto. Pero su pregunta retumbó en los escondites como fuego y pólvora. Se oyeron risas, al menos al principio, hasta que Lucifer cayó, de rodillas, en medio de todo aquello.
Su cuerpo se contorsionó, se resquebrajó su forma, sus quejidos superaron a los de los ángeles. El miedo y la agonía palpitantes se contagiaron en la oscuridad, como un virus. La oscuridad que lo formaba se separó, como una crisálida vacía, dejando salir una llama. Que se hizo más grande, fuerte y brillante, mientras tomaba forma. Alargado cual serpiente, sin halo ni cuernos ni alas, pero con miles de ojos, blanco y brillante y con una boca delante y otra detrás, llena de dientes.
Rugió hacia el cielo, elevándose, para luego caer en picado por la grieta más grande del campo. Y, desde dentro, todos fueron impulsados hacia afuera. Carmen, todavía incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir, sintió el cálido abrazo de una manta, algo que la recorrió haciéndola estremecer, provocando que su forma cambiara. Así mismo lo hizo cada ser de oscuridad a su alrededor.
Las grietas del mundo no se cerraron, pero se hicieron más pequeñas, y empezó a llover. La yerma superficie se llenó de color, la vida surgiendo a los pies de todos. Una risa oscura y húmeda resonó.
Dios había perdido.
Lo habían derrotado.
Entonces, Carmen lloró.
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Relatos
General FictionCada capítulo es un relato independiente y autoconclusivo. No son todos del mismo género, pero lo que más habrá será fantasía y terror. (Imagen de la portada en www.pexels.com, por Işıl)