A Fiona le encantaba celebrar su cumpleaños. Era un día importante, el día más esperado por ella en el año. Era cuando su familia se reunía, cuando todos reían, cuando todo lo feo se ocultaba y lo bello se resaltaba. Su nacimiento había sido una bendición para todos en la ciudad, hay quien decía que también fuera de ella. "Eres un regalo Fiona. Para la humanidad" le había dicho su tía y, aunque la pequeña niña de cinco años no sabía lo que conllevaba aquello, sentía un abrumador orgullo y felicidad por todo ello.
No sería hasta diez años después que se enteraría de lo que el mundo le había ocultado. La revelación no venía de ningún cuidador, no venía de abuelos, padres o tíos. Vino de Chelsea, su mejor amiga, su confidente, su otra mitad, su alma gemela...
La humanidad estaba enferma, terriblemente enferma. Los pocos supervivientes se acumulan en ciudades amuralladas o subterráneas, como aquella en la que vivía. La desesperación había reinado, junto con la ansiedad, por años ante la no posibilidad de una cura. Pero entonces su padre tuvo una idea. Algo mágico. Chelsea no sabía el qué, pero lo que fuera llevó a ella, Fiona. Una niña cuyo cerebro generaba la cura... Al asustarse. Más cantidad, cuanto más intenso fuera el sentimiento.
Su destino era ser usada como fuente infinita de dicho elixir. Sería mantenida con vida por una máquina, mientras otra la forzaba a generar más y más de él. Con su ayuda, toda la gente sanaría. Los infectados serían curados, los libres del contagio podrían campar a sus anchas sin miedo a convertirse... ¡Era un milagro!
¿Verdad?
Cada cumpleaños, a partir de ese día, se diría lo mismo. "Eres un regalo, tu propósito en la vida es este, salvarás a millones cuando estés lista". Pero, al final del día, sola en su cuarto, debajo de las mantas que olían a limpio, lloraba y se rompía.
Porque era egoísta. Porque no quería hacerlo. Porque quería ser profesora y tener su propia casa, con perros y gatos, casarse, adoptar y arrugarse como una pasa. Quería reír ella sólo... Ella sólo quería ser feliz.
Pero ser feliz y envejecer no eran opciones para ella. Su propósito era otro, había sido traída al mundo para otra cosa...
Así que ignoró el dolor de su pecho y las pesadillas. Escondió la tristeza con capas de sonrisas falsas. Fingió estar de acuerdo con todo aquello porque, en realidad, su opinión no valía nada. Bailó con la música, río con el resto y besó a Chelsea.
Ahora, con 25 años y en el laboratorio, sus "doctores" la miraban con sonrisas y le daban las gracias. Su amiga, no, su novia, no la acompañaba, había estado llorando toda la noche, suplicándole que no lo hiciera. Fiona no había hecho caso. Se había preparado lo mejor posible, lavado minuciosamente y puesto uno de sus vestidos de iglesia más bonitos. No iba maquillada, ni tenía recogido el pelo, pero se veía radiante igualmente.
Su madre se acercó a ella, con una mirada de orgullo que le revolvió el estómago. Tenía una sonrisa suave, y acarició su cara con delicadeza.
-Feliz Cumpleaños, mi pequeño milagro.
Fiona forzó la sonrisa. Se giró para besar la mano de la mujer mayor y asintió. En su cabeza, una niña lloraba y suplicaba, de rodillas, que no lo hicieran. Pero su voz no salió de su cabeza, no llegó al exterior.
Los pulmones le picaban, como los ojos, cuando la hicieron sentarse en una silla extraña. Con maquinaria por todos lados y esposas de cuero para manos, pies y abdomen. La ataron, mientras cantaban su último "cumpleaños feliz", y le pinchaban las venas. El líquido negro bajó por los tubos, hasta ella. Cerró los ojos, sintiendo el miedo y su corazón acelerado. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. "Feliz peor cumpleaños" se dijo, antes de que todo desapareciera.
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Relatos
General FictionCada capítulo es un relato independiente y autoconclusivo. No son todos del mismo género, pero lo que más habrá será fantasía y terror. (Imagen de la portada en www.pexels.com, por Işıl)