El Bosque Prohibido

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N/a: En realidad la historia era otra, pero han pasado cosas y estaba siendo muy larga, así que decidí hacer esta. ¡Espero que lo disfrutéis! ¡¡LO SIENTO POR TARDAR!!

Se supone que nadie debía vivir ahí, pero ella no había encontrado un sitio mejor. Se supone que estaba prohibido, maldito, que la muerte caminaba entre sus enormes y retorcidos árboles. Y, aun así, Emma había encontrado un lugar más amable que aquel del que venía. Huía de una casa llena de monstruos, disfrazados con la piel de aquellos que debían cuidarla y quererla. Había tenido demasiado miedo a que la encontraran, conociendo de antemano todos sus escondites, así que había ido al único lugar donde nadie iba. Había sido de noche, y hacía frío, con la niebla retorciéndose a ras de suelo. Pero no pensó en las sombras extrañas que se formaban a su alrededor, o en los sonidos, ni siquiera se planteó la sensación de que algo la vigilaba... En su cabeza, sólo había una preocupación: huir de ellos.

Y lo había hecho. Nadie entró al bosque. La dieron por muerta. Vio, desde la seguridad de uno de los árboles y rodeada de hojas, su propio entierro. Aquellos que la hicieron irse usaban ahora la máscara de la pena, lloraban y hablaban de lo buena que había sido, de lo inocente... todos se habían creído el acto, menos Emma. Pero ella no pensaba bajar y decirles lo que pensaba de su parodia.

En realidad, viéndolo desde el ahora, había tardado en conocerlos. Aquellos que traían la muerte, los depredadores del bosque. La primera vez que vio uno estaba empezando el invierno. Era grande y muy delgado. Parecía un ciervo, pero había algo mal en él. Sus delgadas patas apenas eran del grueso de uno de los dedos de la niña, y sus ojos... Emma tembló cuando esos orbes blancos la miraron. Sí, parecía frágil, pero esto sólo era otra ilusión, nada en él era endeble. Se acercó a ella, con qué intenciones nunca lo sabría, y se inclinó hasta que su cabeza quedó a la altura del agujero en el árbol donde estaba escondida. Sólo su cabeza, casi un esqueleto desnudo, era del mismo tamaño que ella. Su piel era una suerte de mezcla entre músculo, pelaje castaño y musgo verde.

"Mal hogar para el invierno, criatura"

No era una voz normal, aunque tampoco es que hubiese nada de normal en un animal que hablase. Era como... aire, viento entre ramas, un susurro que venía de todas partes al mismo tiempo.

Emma le gruñó y se acurrucó más en su escondrijo improvisado.

En realidad ellos no ayudaban a nadie. Se daría cuenta con el tiempo de que no iban por ahí salvando a los desgraciados del lugar, iban matándolos. Sobre todo a los humanos. Pero en esa ocasión él estaba generoso o le dio pena o le cayó en gracia... en realidad nadie lo sabe, sus deseos son complejos y su ética estaba lejos de ser la misma que la de un humano. El caso es que la criatura, que la niña llamaría Crak (por el sonido que emitía al caminar) la sacó del agujero y se la llevó, escondida entre sus orejas, agarrada del nacimiento de sus cuernos.

Emma no recuerda mucho más de aquella vez, salvo por haber acabado en una cueva calentita y haber sobrevivido a su primer invierno. Uno en el que Crak se llevó a muchos, muchísimos, pero no a ella.

Los otros cuatro llegaron también de manera inesperada, y tuvieron un encuentro peculiar con ella. Glup era el del agua, a veces aparecía en charcos, pero lo normal es que se diera a conocer en el Gran Lago Azul en días de tormenta. No tenía una forma exacta y nunca estaba quieto. Su voz se oía rara, como distorsionada, como si alguien hablara bajo el agua pero, al mismo tiempo, era perfectamente entendible. Quizás el más agresivo había sido Bum, envuelto en una nube negra, rodeado de fuego y horror, hecho de roca y lava, como un pájaro que volaba arrasando todo a su paso. Su voz era grave, con el eco de las profundidades vacías. Emma había llorado y temblado al conocerlo, pero, a pesar de su imponente presencia, su paso había dejado un rastro cálido de esperanza. El bosque, una vez se fue, renació más fuerte, más verde y más hermoso que nunca. Los otros dos eran pequeños, no estaba segura de haberlos conocido realmente. No tenían forma ni voz, o al menos ella no los vería ni oiría hasta mucho tiempo más tarde. El primero era un escalofrío, una canción muda que te embelesaba y te hacía ir donde ella mandara. Una sensación de deseo incontrolable de algo que no se sabe qué es y que no tenías hasta un momento antes. Emma se había salvado de su yugo porque se había caído y se había dado tal golpe que le habían pitado los oídos y dolido la cabeza. Cuando se curó, ya no estaba. Lo llamó No, porque no era bueno y uno no debía hacerle caso. El segundo y último venía con un presentimiento, como un tentáculo que poco a poco te va agarrando, hasta que no te suelta. Era un tirón en el estómago, como de algo malo, algo de lo que se debe huir... Hasta que tu mente no puede distinguir si está segura o no, si hay ojos mirando o están en su cabeza, si oye gruñidos, aullidos y flechas zumbando realmente. Una ilusión atroz que, como las demás, llevaban a la muerte. Emma lo llamó Eso, a falta de otro nombre más apropiado y de un vocabulario más extenso.

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