Donde Percy Jackson tiene la desgracia de conocer a Ayleen Johnson, una semidiosa insoportable que lo único que hace es molestarlo...
O donde Ayleen Johnson se encamina en una misión junto al aburrido de su compañero Percy Jackson, que solo sabe que...
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PERCY ABRIÓ LOS OJOS, exaltado.
Había tenido un mal sueño. El vagón se encontraba en total oscuridad, y la luz de la luna que ingresaba por la ventana era su única fuente de luz.
El rubio dudó durante unos segundos, hasta que suspiró antes de susurrar:
—Oye, ¿estás dormida? —preguntó, dirigiéndose específicamente a Ayleen, quien escuchó su voz al instante.
—¿Con los ronquidos de Grover? Imposible —susurró, y el rubio sonrió.
Ayleen se movió, quedando boca arriba, hombro a hombro con el chico. El vagón era algo pequeño, y ella y el rubio habían tenido que dormir en el piso, dejándoles las camas a Annabeth y Grover, quienes se encontraban profundamente dormidos.
—Quería... quería pedirte disculpas por lo que te dije en la casa de Medusa —susurró el chico, y Ayleen asintió, observando el reflejo de la luna en la ventana.
—Está bien, no te sientas culpable. Yo también estoy preocupada por la profecía —se acomodó mejor en su lugar, girándose hacia el chico, pero este no quitó la vista del techo— Pero dudo que aquellos... amantes seamos nosotros. Hay muchas hijas no deseadas en el mundo, no soy la única.
—Sí... lo sé —el chico suspiró. Ayleen frunció el ceño con curiosidad hacia él, pues podía ver en la mirada del chico que una pregunta rondaba por su cabeza.
—¿Qué ocurre?
—Es que... aún no entiendo eso de que eres una hija no deseada. Ni siquiera sé quién es tu madre. Clarisse... —tragó saliva, dudoso de continuar— Clarisse dijo algo en el campamento que no me puedo olvidar.
El silencio los inundó, pero Percy ahora estaba decidido a sacarse su duda.
—Dijo... dijo que no deberías estar viva.
Ayleen maldijo por lo bajo, pues sabía que este momento llegaría, pero esperaba poder dilatarlo lo más posible.
Suspiró y se mordió el labio inferior antes de hablar.
—Bueno, es que no estaba equivocada. Mi madre es Artemisa, Jackson.
El rubio frunció el ceño y dirigió de inmediato su mirada confundida a la chica.
—¿Artemisa? Pero, ¿no es que ella hace jurar a todas sus cazadoras que no se enamorarán, o algo así?
—Sí, y por eso soy su hija prohibida. Por eso... no debería estar viva.
