Donde Percy Jackson tiene la desgracia de conocer a Ayleen Johnson, una semidiosa insoportable que lo único que hace es molestarlo...
O donde Ayleen Johnson se encamina en una misión junto al aburrido de su compañero Percy Jackson, que solo sabe que...
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A AYLEEN SE LE CAYERON TODOS LOS LIBROS que llevaba entre las manos cuando tropezó con una rama.
Qué oportuno, pensó, con ironía.
Suspiró, agotada, pues ese claramente no era su mejor día, y no podía esperar a que terminara: lo único que tenía ganas de hacer era leer todos aquellos libros que se le acababan de caer y que recogía con delicadeza del suelo.
Cuando se levantó, se apuró para llegar a su lugar preferido del Campamento Mestizo: un gran árbol que se situaba a la orilla del lago y que daba paso a una enorme y sorprendente vista.
Eso era, en realidad, lo único que de verdad apreciaba del lugar, pues estaba más consiente que nunca de que ese campamento no era su hogar, pero también debía aceptar que era el único del que disponía.
Siguió caminando hasta encontrarse con su querido árbol, sobre el cual se apoyó para abrir con ansias el libro que acunaba entre sus delgados dedos pero, antes de que pudiera siquiera leer el título del siguiente capítulo, una voz se interpuso entre la historia y ella:
—Sabía que la encontraría aquí, señorita Johnson —Quirón se acercó trotando con sus cuatro patas, atrayendo la atención de la chica— ¿Crees que podrías hacerme un favor?
—¿Acaso tengo otra opción? —preguntó con ironía, pues Quirón era una figura muy importante en el campamento y desobedecerlo sería una total desgracia.
El centauro sonrió y continuó hablando.
—Hay un semidiós nuevo que se encuentra inconsciente en la enfermería, y me sería de mucha ayuda que usted lo vigilara por unas horas...
Ayleen se sumió en el silencio, debatiéndose internamente por una razón que Quirón notó en cuestión de segundos.
—Y, si gusta, podría llevarse sus libros para leerlos allí mientras espera —informó, con una sonrisa, pues era más que obvio que la chica estaba desesperada por pasar cada una de aquellas páginas.
—Bueno, en ese caso, lo ayudaré, supongo —dijo Ayleen, y luego se levantó, de vuelta cargando con todos los libros, pero no había dado ni dos pasos cuando todos cayeron nuevamente al suelo— Mierda.
—Ay, niña... —exclamó Quirón mientras intentaba agacharse, lo cual le fue un poco difícil debido a sus cuatro patas, para levantar un par de libros— No puedes cargar con todo esto, déjame llevarlos hasta la enfermería.
