Capítulo 1: Nosotros.

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Mi nombre es Eduardo, pero pueden llamarme Edu. Soy un chico alto, de cuerpo normal, con ojos oscuros y cabello oscuro. Lo cual me resulta muy atractivo, considerando que mi piel es pálida. 

Hoy, día quinto del primer mes del año mil novecientos noventa, mis amigos y yo nos vamos a juntar en la casa del mayor de nosotros. Es una noche de juegos, a mí me toca llevar las cartas del Uno. 

Recién salgo de bañarme, me miré al espejo y noté que la cicatriz de mi ceja había disminuido. Ya no se nota tanto como ayer, cuando la creó Tobías, mientras jugábamos a ser Lawrence y Larusso, de Karate Kid. Algunos dicen que esa película ya pasó de moda, para nosotros se va a convertir en clásico. Toco el relieve que se le forma y recuerdo cuando me pegó esa patada en el ojo, fue muy divertido. Comencé a raspar la cascarita que se le había formado y, de repente, sentí como la sangre comenzó a caer desde allí hacia mi ojo.

-Mierda- solté la toalla, la cual me tapaba de la cintura para abajo, y cerré la puerta del baño fuertemente. 

Metí la cara abajo de la canilla y abrí el agua, me costó dos segundos hasta que me di cuenta que había abierto la llave equivocada. Me estaba quemando.

-Mieeerda- la cerré y me miré al espejo.

Mi ojo estaba completamente colorado. Tanto por fuera, como por dentro. Traté de limpiarlo con agua fría, pero eso no le iba a hacer nada.

-Edu, ¿todo bien?- mi mamá tocó la puerta del baño. 

-Sí, es que...- me refregué el otro ojo con la mano en forma de puño, para que se vieran igual.

-¿Qué? ¿Qué pasó?

-Nada- abrí la puerta, terminándome de colgar la toalla. 

-¿Por qué tenés los ojos así?

-...- pensaba una buena excusa- Tengo mucho sueño- comencé a caminar hacia mi habitación.

-Supongo que si tenés sueño, no vas a ir a la casa de Judas.

-Ya se me va a pasar, tampoco es que esté tan cansado. 

-Está bien, cualquier cosa, acodarte de llamarme- se acercó a mí y me besó la frente. Luego cerró la puerta de mi habitación. 

Me vestí con una bermuda beige y una remera holgada. Agarré mi mochila del colegio, saqué todos los libros que no veo desde el último día de clases y, metí lo que debía llevar, además de las cartas del uno. Ya saben de que hablo, no se hagan que no. Saqué aquellas botellas de agua saborizada fuerte y transparentemente de la parte de atrás de mi placar. Les limpié el polvo y las cubrí con una bolsa de nylon. 

Me puse mis zapatillas Vans amarillas. Mi color favorito, además del negro. 

Me colgué la mochila que llevaba, en la espalda y busqué una latita de Coca-Cola que tenía guardada en la heladera, desde hoy a la mañana. Saludé a mamá, agarré mi llave de la casa y salí. Mi llave es muy fácil de identificar. Tiene un llavero de los Thundercats, de Lion-O precisamente. Era de mi hermanito mayor, yo se lo robé luego de que él se mudara a la casa de papá, con él. 

Cerré la puerta de casa y caminé las seis cuadras con la llave colgada del bolsillo de mi pantalón. Colgaba y golpeaba con la hebilla del cinto. Mis manos iban guardadas en mis bolsillos. Mientras caminaba, miraba hacia todos lados, con miedo de que alguien aparezca. 

Cuando llegué a la casa de Judas, toqué el timbre con la señal de emergencia. Para que él sepa que quien solicitaba entrar era yo. Nuestra señal es el código morse del S.O.S. Sí, puede asustar a algunos si ese ruido extraño aparece en su casa. Para nosotros es divertido. 

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