Culpa

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Dos días después, Charles se encontraba en su oficina detrás de una torre de papeleo que parecía no cesar, incluso podía jurar que misteriosamente parecía multiplicarse.

Dejó la pluma de lado para soltar un suspiro mientras volvía a ver la torre.

De verdad no disminuía.

Apretó los dientes, frunciendo el ceño, mientras murmuraba un bajo:

—Maldito Max.

Max había hablado con él hace un día para decirle que lo mejor sería dejar de lado esa asociación entre los tres, que se negaba a seguir siendo socio de Carlos. Por fortuna, Charles pudo convencerlo de que, al menos, siguiera asociado con él. Aunque al final del día el hecho de que Max cortará relaciones con Carlos también lo perjudicaba a él, por lo que ahora tenía que leer, firmar y responder un sinfín de papeles que solo le daban jaqueca.

Dió un manotazo sobre la madera de su escritorio, volviendo a preguntarse porqué demonios no aceptó dejar su asociación también.

Era conciente de que Max en realidad no le había hecho nada, pero... carajo, le era difícil verlo a la cara sin sentir la necesidad de golpearlo.

A su reunión había llegado tan sonriente, como si se hubiera ganado la lotería, y no decía ni tres palabras sin detenerse para mirar su celular y contestar mensajes con una expresión estúpida.

De verdad estúpida.

Y Charles lo dejó ser, o así fue, porque cuando Max se quitó su costoso suéter porque tenía calor, pudo diferenciar con facilidad una visible marca rojiza en su cuello, lo que lo hizo apretar los puños debajo de la mesa y tensar la mandíbula. 

El rubio nunca antes había llegado con una marca así, y pensar que lo hizo solo para recalcar quien estaba con él lo hacía enfurecer.

Parecía que se reía en su cara.

Pero Charles sabía que no era así, de hecho, se sintió estúpido después cuando volvió a preguntarse porque carajo dejaba que esa maldita relación lo fastidiara tanto.

Se sentía como un chiquillo inmaduro incapaz de controlar sus emociones, haciendo corajes y rabietas cuando pensaba que le habían arrebatado algo.

Aunque, para empezar, el pecoso nunca fue suyo, se lo recordaba a si mismo siempre que sus pensamientos lo traicionaban y le entraban las ganas de reclamar.

Después, inevitablemente, sus pensamientos se volvían a escapar lejos, volviéndose casi imposibles de controlar cuando recordaba que antes que Max, incluso antes que Carlos, él conoció primero a Sergio, y de no ser por su estúpido error de no haberle pedido su número, quizá, y solo quizá, él estaría en el lugar de Max y no ahí quejándose de cosas que jamás fueron.

Él nunca fue un hombre de relaciones, pero podría jurar que él hubiera hecho una excepción con Sergio, lo sabía. Sabía que, si las cosas hubieran sido diferentes, él hubiera dejado de ser tan desagradable como lo era antes para sentar cabeza y volverse un hombre amoroso.

Ese solo pensamientos lo hacía reír, porque al final del día no eran más que eso: pensamientos ilusos.

Se sentía realmente patético.

Por eso se detenía ahí, porque se negaba a creer que, fuera lo que fuera que estaba sintiendo, era amor.

Él no podía haberse enamorado por primera vez de un hombre con el que converso poco más de diez veces y que ahora no solo estaba con alguien más, si no que había destruido, inconscientemente, su amistad con sus dos mejores amigos.

El Deseo Es Una Persona -(Checlerc) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora